En 1918 se estrena La venganza de Don Mendo en el Teatro de Comedia de Madrid, quedando para los anales de la historia su famosa frase: “Escúchame, Magdalena, porque no fui yo... no fui! Fue el maldito Cariñena que se apoderó de mí.” Al pobre Don Mendo, los vinos de Cariñena le parecían casi un veneno, y seguramente a la audiencia de esa obra, también.
Pero el panorama vitivinícola en toda España se ha ido transformando a través de este siglo, y donde antes era imposible imaginar un gran vino, hoy disfrutamos de macabeos frescos de Cariñena e incluso de vinos con 100 puntos Parker en Jumilla.
En la Comunidad Valenciana todo comenzó a cambiar de verdad, hace poco más de 25 años, cuando nuevos viticultores comenzaron a presentar vinos que, desde nuestra tierra, podían a batirse de tú a tú en los mejores restaurantes con los clásicos “Riri”. Todavía hoy, cuando nos sentamos a la mesa o en las barras a pedir, recibimos la respuesta fatal del camarero de vinos: “¿Ribera o Rioja?”. Esto tiene que cambiar y de hecho lo está haciendo.
Ya no hay vuelta atrás. Los nuevos bodegueros apostamos por la calidad, un proceso que comienza en el bancal y que se traslada hasta llegar a la copa de nuestros clientes. Cuando alguien abre un vino de una pequeña bodega que apuesta por la calidad y una producción limitada, primero debe saber que está contribuyendo a cuidar y conservar nuestro paisaje. A partir de aquí, de un producto de calidad, comenzamos a construir un argumento empresarial sólido, sostenible y emocional, un hilo conductor que tira de nuestras raíces más profundas y nos obliga a contarlo. De aquí al despegue del enoturismo en nuestra comunidad solo hay un paso. Un paso obligado si queremos mostrar nuestros vinos, recuperar las uvas tradicionales y educar los paladares del consumidor, más allá del “Riri”, hasta ver vinos de Km 0 en nuestras mesas.
El enoturismo es la consecuencia lógica de la calidad, de un estilo de vida, de una forma personal y meditada de hacer vino. Cuando Pablo Calatayud abrió hace 25 años su Celler del Roure, no podía imaginar que llevaría a tanta gente hasta hasta Moixent, pero era su sueño: gastrónomos disfrutones y hedonistas, enoturistas interesados por su bodega y su paisaje, le hicieron construir un argumentario y recuperar la antigua bodega subterránea de la Condesa de Almodóvar, desenterrar la historia de esta peculiar valenciana de la Ilustración y la aún más antigua de los Iberos que poblaban sus tierras hace más de 1000 años.
De la misma forma, en Les Freses, una bodega joven y pequeña, no concebimos nuestra razón de ser sin impregnarnos de nuestra tierra y de nuestros orígenes. Para ello, hemos encontrado en el enoturismo una de las claves fundamentales de nuestro día a día.
La época dorada de la producción de pasa en el s. XVIII nos ha dejado un patrimonio botánico excepcional. Sin mencionar nuestro carácter cosmopolita. Pero hay mucho más: ¿Sabías que a menos de 1 km de Dénia, tenemos la bodega más antigua de la Península Ibérica? El yacimiento arqueológico de L´Alt de Benimaquía. Aquí, abierto en la década de los 60, por el arqueólogo alemán Hermanfreid Schubart encontramos sin duda el activo cultural gastronómico más potente que un viñador pueda contar.
En nuestro ADN está nuestra historia y tenemos la obligación de protegerla, contarla y, por qué no, hacerlo a través del vino, como nuestro Àmfora, vinificado en una tinaja de barro que es una réplica de las halladas por Schubart y usadas por los Iberos hace más de 3000 años. Tinajas hechas con barro de nuestros bancales por Carles Llarch, uno de los pocos alfareros artesanales que quedan en España, y donde creamos un vino con la mínima intervención tal y como hicieron nuestros ancestros.
Una ola comienza a barrer la Comunidad Valenciana de Norte a Sur, desde Useres, hasta el Vinalopó, poniendo en valor nuestra tierra, nuestro patrimonio cultural y nuestros viñedos que se asientan en la imagen asociada a nuestros paisajes.
Esos paisajes, como los de Jávea y Dénia que tan bién dejó retratados Sorolla y que ahora comenzamos a recuperar gracias al vino.
'Transportando la uva', su obra de 1900, es historia viva de La Marina Alta, o 'Encajonando pasas', donde podemos ver trabajando a nuestras propias abuelas, o La Parra, donde nos reflejamos como padres y madres, son ejemplos de nuestra tierra y costumbres que nos dejó el maestro de la luz.
No tenemos que inventar ningún relato sólo recordar quienes somos. Inspiraremos a nuestros enoturistas y dirán: “Te voy a beber de un trago”, como le decía el poeta Nicolás Guillén a su amor.
Desgraciadamente el precio de la uva en nuestro país es bajo. Como en todo el sector primario existe una tiranía de los grandes productores y consumidores del que no nos podemos defender.
El comercio mundial no crece. Según el Observatorio Español del Mercado del vino, llevamos estancados 12 años: la tensión global, el Brexit, el Covid…
Es importante que fortalezcamos la cadena de valor del producto. No venderemos más pero podremos hacer crecer el comercio en términos de valor, y es sin duda a través del enoturismo, una forma preciosa de hacerlo, contando a nuestros visitantes, de uno en uno, a través de una experiencia personal cómo es nuestro trabajo en la bodega.
Mara Bañó es enóloga y propietaria del Celler Les Freses, en Dénia