Teatro y danza

SAGUNT A ESCENA

Beatriz Jaén: "Escuchar a Adriano hace recuperar la esperanza de que otra manera de hacer política es posible"

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VALÈNCIA. Es uno de los platos fuertes de esta edición de Sagunt a Escena. Una de las grandes obras de la literatura histórica del siglo XX, Memorias de Adriano (escrito por Marguerite Yourcenar) vuelve al escenario del Teatro Romano de Sagunt. Lo hace en una nueva versión dirigida por Beatriz Jaén, y hecha a la medida de su protagonista Lluís Homar.

Jaén propone un dispositivo tan contemporáneo que el monólogo del emperador sucede en una especie de Despacho Oval. Pero no todo es política, o al menos, el texto de Yourcenar trasciende lo político, relatando las implicaciones existenciales por las que pasa una persona que va a ceder el poder.

Homar no estará solo en el escenario, aunque sí es el único personaje que habla. A su monólogo se le unirán actores y actrices, pero también cámaras y otros dispositivos para dejar claro que lo que cuenta Adriano es clásico pero no se ha quedado nada antiguo.

-¡Qué vértigo adaptar esta obra que ya es una obra magna en su versión de novela! Antes de empezar la producción, ¿cuál era la premisa inicial sobre la que intentaste sostener el resto de decisiones artísticas?

- En enero me llamó Lluís Homar y me dijo que si quería dirigirle en este Memorias de Adriano, un proyecto que tenía con Focus, que estaba buscando director o directora, y él propuso mi nombre. Fue gracias a él que estoy aquí. Había visto trabajos míos, como Breu historia del ferrocarril espanyol, y tenía ganas de trabajar conmigo. Imagínate la ilusión.

La novela, como tú dices, da vértigo, pero también muchísimas ganas, porque es bellísima, de un nivel poético y de pensamiento muy elevado. Apetece sumergirse en esa literatura y perderse con Marguerite Yourcenar. Todo eran variables muy a favor para decir que sí.

La premisa que Lluís y yo teníamos clara es que había que hacer una adaptación nueva, distinta a la del 96 [dirigida por Maurizio Scaparro y protagonizada por Pepe Sancho]. Él había visto aquella producción, le gustó, pero quería algo diferente. Yo también quería aportar mi propia lectura contemporánea. Pensé en traer a Adriano a nuestros días: en vez de túnica, traje de chaqueta; en vez de un despacho imperial, un despacho actual. Acercarlo al presente para darle la vigencia que tiene el texto.

Le comentaba a Lluís: esa soledad del alto mandatario, siempre rodeado de asesores. Como en las fotos de Kennedy o de cualquier presidente, siempre acompañado, pero en soledad al mismo tiempo. Esa soledad compartida me parecía interesante para ubicar la obra. Así, los asesores van encarnando personajes de la memoria, hasta que aparece el gran personaje de Antino, encarnado por Álvar Nahuel, que es quien comparte más tiempo en escena con Lluís.

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- El texto tiene una primera lectura política, pero sus planteamientos existenciales lo superan y hablan de cuestiones humanas con las que cualquiera puede identificarse. ¿Ahí está también su fuerza?

- Sí, creo que ahí está la fuerza del texto y del personaje. Adriano está en un momento de gran fragilidad, a punto de morir, y por eso mismo debe decidir y comunicar quién será su sucesor. En ese instante clave hace memoria: cómo llegó al poder, qué hizo cuando llegó y qué pasó después. Eso es lo que narran sus memorias y lo que nosotros convertimos en acción.

Queríamos ser muy fieles a la novela y mantener esas dos vertientes: la íntima y reflexiva, y la política, casi de acción. Por eso el momento central de la obra lo he convertido en un discurso político, donde Adriano expone cuáles han sido sus líneas de gobierno.

Ahí el público se siente muy interpelado, porque escucha frases maravillosas como: “He querido que en ninguna ciudad faltase una biblioteca, sanatorio del alma”; “Quiero una administración pública con funcionarios que se sientan fuertes y cuidados”; “Quiero que la palabra Estado, la palabra ciudadanía, la palabra república vuelvan a brillar”; o “He forzado la paz y he visto cómo el pulso de la tierra ha vuelto a latir”.

Son frases que hoy, en el momento que vivimos, donde el genocidio del pueblo palestino está siendo televisado ante nuestros ojos, resuenan con fuerza. Escuchar a un alto mandatario hablar así ensancha el alma, hace recuperar un poco la esperanza en que otra manera de hacer política es posible.

- ¿Qué genera eso en el público? No sé si al compararlo con el contexto actual produce frustración, o si, al contrario, genera cierta esperanza al pensar que esas palabras existen, que han sido verbalizadas y, por tanto, pueden volver a serlo.

- Sí, creo que lo que transmite es que ese tipo de discurso puede volver a tener la fuerza que tuvo en otros momentos de la historia. Ojalá vuelva un discurso intelectual y humanista, que de repente vuelva a ser el centro y no otros discursos muy alejados de lo que podría ser una figura como Adriano. Discursos que hagan volver a creer en que se puede hacer política de otra manera.

- Es un monólogo, pero no está solo en el escenario. ¿Cómo ha sido el proceso de dirección actoral con intérpretes que desarrollan diferentes lenguajes escénicos?

- He tenido la suerte de contar con Lluís Homar como Adriano. Es una pieza clave que me ha permitido trabajar de una manera fácil, enriquecedora y muy creativa. Desde el primer ensayo se entregó por completo, con ganas de probar, de meterse en la piel de Adriano, de darlo todo. Se ha dejado la piel en este papel, y eso ha facilitado mucho el trabajo en torno a lo que ocurre en ese despacho presidencial que quería construir.

El resto de intérpretes también lo entendieron muy bien. Yo siempre me esfuerzo en transmitirles cuál es la propuesta, cuál es la dramaturgia escénica de la dirección, porque el texto no lo explicita: es una decisión mía, y necesito que entiendan las reglas del juego. Su vínculo con el emperador, que lleva el monólogo, se construye desde ahí.

Todo ocurre en ese espacio que remite a un despacho presidencial, pero que en ocasiones parece un plató, porque ahí se graba el discurso de sucesión. Es un lugar donde se desdibujan las líneas entre las memorias de Adriano y la acción presente. Mi trabajo ha sido transmitir muy bien ese dispositivo y luego dejar espacio para que probáramos y jugáramos juntos.

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- Hablemos del dispositivo escenográfico. Ese despacho que propones tiene un sentido muy claro en la gira de teatros, pero ¿qué reto supone llevarlo a un espacio tan singular como el Teatro Romano de Mérida o, en este caso, el de Sagunto?

- Lo ha potenciado aún más. Como hablamos de un emperador situado en la actualidad, ese espacio contemporáneo, casi aséptico, de repente entra en diálogo con el propio teatro romano que lo envuelve. Eso hace viajar con el emperador a sus memorias y a ese siglo.

En Mérida fue brutal y muy emocionante. Estabas viéndole en ese despacho, pero al mismo tiempo, las líneas entre ficción y realidad se desdibujaban todavía más. Se mezclaban y se convertían en un todo. Yourcenar decía que, a través de la escritura, la diferencia de siglos entre Adriano y nosotros se podía reducir a su antojo; yo sentía lo mismo. En esa superposición de planos —una escenografía contemporánea y el teatro romano detrás— los siglos se reducían a nuestro antojo.

Además estaba el cielo. La obra habla mucho del cosmos y de los astros, y de repente tener el cielo ahí, al que Adriano puede mirar y Lluís Homar puede levantar la vista mientras habla de ellos, es mágico. Único.

- La escenografía incluye también un dispositivo audiovisual. ¿Qué fortalezas y riesgos implica en una propuesta de teatro clásico?

- Cuantos más elementos usas, más riesgo hay y más trabajo y dedicación exigen. Y en este caso, además, tuvimos muy poco tiempo entre saber que iba a dirigir la obra y el estreno.

Hoy cualquier imagen del poder tiene que ver con lo audiovisual. Lo que yo quería plasmar era cómo el poder se ficciona, cómo todo dirigente político construye su propio relato. Lo vemos continuamente: medios de comunicación, audiovisuales, redes sociales… todo lo que es imagen se utiliza para construir ese relato.

Por eso no quería dejar de lado el audiovisual, sobre todo en una lectura contemporánea. En política es fundamental. Aquí el audiovisual habla de esa ficción del poder, pero también del poder de la ficción. Porque por eso los mandatarios están siempre rodeados de asesores: todo se graba, todo se inmortaliza y pasa a formar parte de ese relato.

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