VALÈNCIA. La primera vez que la actriz Rosanna Martínez leyó Carta de una desconocida, de Stefan Zweig, la muerte reciente de un ser querido condicionó su experiencia. La segunda, 15 años después, aquel poso de identificación persistía, pero atenuado el dolor, reparó en aspectos de esta novela corta que en su momento le habían pasado desapercibidos, como el coraje con el que la protagonista encara su maternidad en solitario.
Dentro del drama vital de aquella antiheroína, la intérprete apreció matices luminosos y aspectos divertidos en este relato que abarca desde los 13 años hasta el momento, en la edad adulta, en el que la protagonista escribe la misiva. Hacía un tiempo que Martínez estaba sopesando la puesta de largo de su propia productora, La Terreta, y había dado con la historia con la que quería debutar. “No podía dejar de verla sobre el escenario”, explica la actriz, que también ha ejercido de autora y codirectora de la adaptación a las tablas de este clásico literario de 1922.
Este próximo 7 de mayo la representa en el Teatro Talía en formato de monólogo. Su personaje es una mujer que confiesa su amor, largos años callado, hacia un escritor que durante un tiempo fue su vecino y con el que concibió un hijo. Como revela el título del libro, el objeto de su fijación romántica ha vivido sus sentimientos en la inopia. De ahí que ella no le confiese su nombre, porque, total, él nunca ha reparado en su persona.
“Se trata de una mujer que ha estado enamorada en secreto toda la vida de un hombre que ni siquiera sabía que existía, un perfil que no casa con la mujer empoderada que ahora queremos ver. Sin embargo, yo, que me considero una persona independiente, que no hago nada que no quiera hacer, me sentí cautivada por ella, ya ue hay partes de su personalidad con las que me identifico”, comparte Rosanna Martínez.
El interés de Zweig por la psicología y las enseñanzas de Sigmund Freud llevaron al escritor vienés a practicar en sus obras profundos estudios de la personalidad de sus personajes, de la complejidad de sus motivaciones, pasiones y sufrimientos. Ahí es donde radica la buena acogida que la obra está teniendo desde su estreno, con un público de rangos de edad que van desde los 40 y 50 años hasta la veintena.

“El marco es el de los años veinte, pero la esencia es la misma que en el presente. Se trata de una mujer que ha querido a alguien y ha sentido vergüenza y miedo a expresar sus sentimientos. Lo que atrapa es, precisamente, que sea tan valiente mostrando su vulnerabilidad -reflexiona la autora de la adaptación, quien advierte sobre los malentendidos a los que pueden llevar ciertos aspectos del empoderamiento femenino.
En concreto se refiere al hecho de desplegar una coraza y aislarse del dolor, “porque son actitudes que les hemos recriminado a los hombres y ahora están cambiando de bando. Tener acceso a lugares y a oportunidades antes impensables no nos hace invulnerables. Al contrario, cuanto más abracemos las mujeres nuestra fragilidad, más fuertes seremos”.
Un amor sin artificios
Para armar un proyecto sólido, la directora de escena debutante se puso en contacto con Fernando Soler, que asumió la mirada externa en el trabajo de dirección. El encargo iba a estar marcado por la fidelidad al sueño que Rosanna anhelaba: una puesta en escena minimalista y honesta con el texto, alejada de experimentos. “El texto pedía mucha verdad, así que no había mucho margen para probar cosas arriesgadas”, comparte la también productora.
La puesta en escena consta de espacio sonoro, más que de banda sonora al uso. Y el escenario está muy vacío, “pero tiene mucha clase”, en palabras de Martínez. La intención es que el público no se pierda en detalles, porque la protagonista liga una acumulación de recuerdos, así que si alguien se perdía en los accesorios sobre las tablas, se le escaparían detalles importantes de su periplo vital.
Alivios

La novela ha sido llevada al cine hasta en tres ocasiones. En 1948 fue adaptada por Howard Koch para una película homónima, dirigida por Max Ophüls y protagonizada por Joan Fontaine y Louis Jourdan. En 1957, el argentino Tulio Demicheli rodó en México Feliz año, amor mío, con Arturo de Córdova y Marga López en los papeles principales. Y en 2004 se realizó la más reciente, una versión china a cargo de Xu Jinglei con el mismo título de la novela.
Rosanna solo vio la de Ophuls, donde se modifican varios aspectos respecto a la trama original. El protagonista masculino es músico, en lugar de escritor; no hay mención al hijo de la protagonista, fallecido; ni tampoco a su condición de mujer de compañía, sino que el personaje encarnado por Fontaine ha compartido con un señor muy rico toda su vida.
“La vi con miedo por si me influía demasiado, pero no me coartó, porque no es para nada lo que tenía en la cabeza”, explica, aliviada, la actriz y codirectora.
Esa sensación de alivio también la vive su personaje cuando se desahoga frente a la audiencia de ese amor obstinado que la ha acompañado la mayor parte de su existencia.
“Ella se queda muy a gusto, porque tiene un gran secreto que arrastra durante años. Es como si toda la vida le pasara por delante. Al contarlo desde el presente lo ve con otros ojos, se enfada consigo misma, pero también se apiada y perdona. Te diría que se queda en paz”, opina Martínez.
Esa mitigación de su angustia se convierte en desánimo y desconcierto para la audiencia, que asiste a su confesión como testigo de su duelo y del desgarro de un amor dilatadamente no correspondido.
Al término de la representación, como sucede con la novela, se atropellan las dudas: ¿es un amor platónico, una idealización romántica o dependencia emocional? ¿Es amor incondicional u obsesión? “Tiene extremos muy marcados: ves a la protagonista arrastrarse y luego se muestra tan fuerte, con unos gestos de madurez y raciocinio, para luego parecer encaprichada… Las respuestas no están claras. Es un poco de todo y nada a la vez”, valora la actriz que le insufla vida.