VALÈNCIA. La coreógrafa valenciana Inka Romaní acaba de cerrar etapa con Fandango Reloaded, una pieza en la que reescribía el fandango de Ayora; lo hará a lo grande, mostrándola en el festival Tanz im August de Berlín el 29 y 30 de agosto. La pieza se presentará en el HAU Hebbel am Ufer, uno de los centros de referencia de la danza contemporánea europea.
Pero su mirada ya está puesta en el siguiente proyecto: una investigación sobre los movimientos impuestos a las mujeres durante el franquismo a través de la Sección Femenina. “Cuando empecé a mirar más en el archivo de la Sección Femenina y me encontré con esos vídeos, con fotografías de cientos y cientos de mujeres bailando todas en perfecta sincronía, entendí que ahí había un material muy fuerte. Me interesa indagar en cómo el fascismo utilizó la danza y la gimnasia para controlar el cuerpo femenino”, explica Romaní a este diario.
El nuevo proyecto llevará por título El demonio del cuerpo, y surge como una especie de díptico respecto a Fandango Reloaded. Si la primera pieza celebraba un baile que la dictadura intentó borrar, ahora la coreógrafa se adentra en el reverso: la domesticación del cuerpo a través de rutinas gimnásticas. “Fandango estaba muy relacionado con la danza tradicional y con un gesto poético y celebratorio. Aquí estoy mirando la otra cara de la moneda: no se intenta reprimir directamente, sino domesticar con otros movimientos. Y esa domesticación también es poética, porque se trata de imponer un tipo de coreografías, de prácticas físicas que definen lo que podía o no podía hacer un cuerpo de mujer”, apunta.
El título del proyecto procede de un ensayo de la investigadora Estrella Casero. “Ella habla de la intención de controlar al demonio que estaba dentro del cuerpo. Era una dictadura muy católica, y se trataba de reprimir esa parte más sensual, esos movimientos de cadera que no encajaban con la imagen de mujer grácil, estilizada, recatada. Al final, había una represión sobre la libertad del movimiento”, señala la creadora. Lo paradójico, añade, es que algunas mujeres vivieron esa gimnasia como una forma de empoderamiento físico: “Muchas sentían la contradicción porque aunque no compartían para nada los ideales políticos y ese proceso de domesticación a la vez sentían que hacer esos ejercicios las ponía más fuertes y más conectadas con su cuerpo. Y eso introduce una complejidad que me interesa explorar”.
Romaní se enfrenta a este archivo con otra complejidad: la conciencia de que la estética del fascismo también tuvo su poder de seducción visual —como pasó con movimientos arquitectónicos o imágenes de artistas visuales que hacían propaganda fascista. “En el fascismo hay una armonía visual muy clara que también estaba en la danza moderna. No es casual que muchos coreógrafos de esa época trabajasen al servicio de las dictaduras. Se trata de una forma que, hacia el ojo, puede ser placentera, pero hacia el cuerpo no siempre lo es. A mí me produce una relación de amor-odio: veo el unísono perfecto, pero no me siento libre en él, no siento que pueda entender mi cuerpo”, reflexiona.
El proyecto se desarrollará en los próximos ocho meses durante su residencia en el K3 – Zentrum für Choreographie de Hamburgo. “Con Fandango Reloaded tuvimos poco tiempo de estudio práctico, aunque el material llevaba mucho en mi cabeza. Ahora tendré un periodo largo de trabajo en el estudio, que me permitirá profundizar más en la práctica”, destaca. La artista es consciente de que este proceso abre más preguntas que respuestas: “No tengo la intención de ofrecer una resolución. Hay temas tan complejos que lo único posible es acercarse a ellos, entender las diferentes experiencias. Quizá la labor esté en explorar la complejidad misma”.
En esa exploración también aparece una autocrítica hacia su propio campo: la formación reglada de la danza. “Cuando te formas como bailarina, pasas sí o sí por técnicas basadas en la forma. Y la forma es esto, y si no es esto, está mal. Esa rigidez conecta directamente con la domesticación del cuerpo. Lo interesante es pensar cómo subvertir esa forma todavía hoy, en 2025”, afirma Romaní.
La coreógrafa, que ha cruzado memoria cultural y experimentación en piezas mostradas en festivales como Dansa València o el 10 Sentidos, mantiene el pulso entre raíz popular y nuevos lenguajes. En esta ocasión, el archivo franquista no será un objeto cerrado, sino un detonante para volver a preguntarse qué cuerpos son posibles en escena y en comunidad.