Teatro y danza

la compañía sopla sus velas

La Inestable, 20 años tejiendo redes y agitando los cimientos del teatro valenciano

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VALÈNCIA. Hace veinte años, un grupo de estudiantes universitarios con tantas ansias creativas como escaso presupuesto decidieron poner en marcha una compañía de artes escénicas con las que explorar las potencialidades más arriesgadas de las bambalinas contemporáneas. Una plataforma sin más pretensión que la de experimentar la dramaturgia en total libertad. Desde las entrañas. Teatro de lo Inestable fue el nombre elegido para la iniciativa. Dos décadas después, la semilla que plantaron esas manos novatas se ha convertido en un inesperado árbol (quizás un arce; tal vez, un cerezo) que alza sus ramas hacia los frágiles cielos del ámbito cultural. Así, bajo la marca Proyecto Inestable se engloba una sala en la que programar espectáculos de distinta firma; la revista de reflexión teórica y divulgación Red Escénica; una gestora especializada; la red de residencias artísticas público-privada Graneros de Creación; y la plataforma Inestables por la Educación, centrada en fomentar el olvidadísimo teatro adolescente como recurso didáctico y  que ha logrado seducir al IVAJ para que lo financie. Además, a base de lanzar propuestas y tender puentes con otros espacios, los Inestables se han convertido en una pieza clave del tejido escénico de València, en una voz consolidada para diagnosticar los males del sector y sugerir posibles remedios. En el elenco de codirectores y socios del proyecto, tres artistas polifacéticos: Maribel Bayona, Rafael Palomares y Jacobo Pallarés. “Cada uno de nosotros tiene una voz, una forma de entender esta aventura y eso es lo que la hace interesante, hermosa y compleja”, apunta este último. Durante estos días, celebran su entrada en la veintena con Family(es), una obra que habla de hipotecas, precariedad, progenie y promesas generacionales que han acabado convirtiéndose en frustraciones e inseguridades. Permanecerá en cartel hasta el 23 de septiembre.

“Los primeros años éramos unos pipiolos, estábamos todavía en las aulas y teníamos una especie de bula papal para hacer lo que quisiéramos”, señala Pallarés. En noviembre de 2003 llegó la apertura de la primera sala, Espacio Inestable, un lugar algo angosto situado muy cerca del IVAM. Allí fueron lanzando incertidumbres y recogiendo certezas hasta 2011, cuando se trasladaron a su actual sede en la calle Aparisi y Guijarro. Entremedias, 2006 trajo uno de sus cambios más trascendentales, una decisión casi filosófica: dejaron de ser una asociación para convertirse en una empresa, una evolución legal que ayudo a redefinir tareas, asumir nuevos objetivos y reducir el número de responsables del proyecto. También fue el punto clave para tomar conciencia de que el universo Inestable se estaba profesionalizando. Después llegaron los proyectos satélite, las giras internacionales y el asociacionismo en plataformas como la Red Teatros Alternativos. 

La multidisciplinariedad, convertida ahora en una de sus señas de identidad, surgió principalmente “para cubrir distintas necesidades: vitales, artísticas…Somos personas muy curiosas”, explica Pallarés. Una profusión de iniciativas que no siempre resulta sencilla de manejar pues cada proyecto necesita “un tiempo, tiene una duración, requiere de unos cuidados específicos. Encontramos problemas hasta para distribuir las publicaciones en nuestras redes sociales porque se solapan las actividades”. 

 

Buenos gestores... a su pesar

Casi sin darse cuenta, Proyecto Inestable se ha ido especializando en la gestión, vertiente que, en ocasiones, se convierte para ellos en una etiqueta no del todo deseable “muchos nos ven más como a gestores que como a creadores. Nuestra trayectoria como compañía acaba quedando en un segundo plano, pero nosotros hemos nacido de lo creativo, de la sensibilidad”, admite Pallarés. “No nos hemos puesto a programar de la nada, tenemos toda una línea artística muy clara detrás”, remata Palomares. El éxito como organizadores de eventos no va acompañado precisamente de holgura económica, “casi todo el beneficio que da esta iniciativa se reinvierte en ella, los socios soportamos las deudas y , como mucho, nos proporcionamos autoempleo. Nuestra misión es maximizar los recursos”, sostiene. 

En Espacio Inestable crean piezas propias, pero también programan propuestas ajenas, una dicotomía que toca de lleno en el alma del proyecto: “Hemos llegado a dejar de lado nuestras propias obras para ceder el espacio al trabajo de otros. Si tenemos unas 200 funciones al año, ha habido cursos en que solamente 4 eran nuestras. Eso resultaba doloroso, nos estábamos convirtiendo en un contenedor cultural sin más, y no queríamos ser solo eso”, explica Pallarés. Else y Henry, Les solidàries, Obskené o Paisajes de extinción son algunas de esas obras paridas en distintas latitudes y a las que han acogido en su seno. De momento, tratan de revertir esta deriva subrayando su papel como mediadores, incorporándose a las creaciones que acogen en su sala, “intentamos dar una imagen más orgánica, más viva, pero sin injerencias artísticas, por supuesto”, apunta. “De hecho, abrimos la primera sala con el objetivo de mostrar nuestras creaciones y las piezas externas eran una forma de completar la programación. Al final, lo que ha ido pasando ha sido lo contrario”, recuerda Palomares. Para Bayona se trata de “una bicefalia difícil de combinar y que nos produce muchas contradicciones”. Entre las más de 40 piezas de cuño Inestable que han lanzado en los últimos años se encuentran títulos como Cuando el silencio cae en los relojes de arena, Revolution#9, ¿Cuándo será eso? o cría amigos y te sacarán los ojos, El acto más hermoso del mundo, Acosos y derribos sl o La exiliada, la negra, la puta, el caracol y la mística (periferias).

 

Escapar de esa función como sala que acoge producciones de terceros se topa con un escollo de proporciones épicas: la omnipresente burocracia. Como señala Pallarés, “muchas subvenciones te obligan a meter un número concreto de obras externas en tu programa, eso al final hace un puzzle en el que nuestra propia compañía se queda perdida”. “Si quieres participar en algunas ligas,  se te obliga a cumplir una serie de requisitos que quizás no están en tu espíritu, pero que acabas interiorizando para poder mantenerte en el mismo nivel”, subraya Palomares.

De esa insatisfacción que les producía su papel como silencioso anfitrión de piezas ajenas surgió el germen de los Graneros de Creación, una campaña de residencias artísticas impulsada en 2013 desde la Inestable y en la que han acabado involucrándose, primero, Rambleta y, más tarde, el Institut Valencià de Cultura y el Ayuntamiento de la ciudad. Otra propuesta que el equipo lanzó por su cuenta y riesgo para intentar después convencer a otros de que se unieran a ella. De cara al periodo 2019-2021, el proyecto cuenta con un presupuesto de aproximadamente 450.0000 euros. “Queríamos fijar como lema ‘Este es mi espacio, siempre te lo voy a dejar, pero con nosotros dentro’. Deseábamos albergar a las compañías en nuestra sala, pero poder involucrarnos con ellos, debatir, dialogar...", recuerda Pallarés. “Era una iniciativa absolutamente necesaria para el sector y generará una red muy interesante, pero debería contar con un presupuesto mucho mayor para que realmente fuera todo lo eficaz que puede ser. No es el modelo ideal todavía, hay que mejorarlo mucho”,  protesta Bayona. En cualquier caso, la filosofía detrás de estos espacios en los que germina el talento está clara “se trata de hacer cantera en lugar de comprar fichajes”, señala Palomares. Y es que, para Pallarés, “cuando se habla de València, se habla de una efervescencia escénica de calidad. Nosotros estamos ahí para intentar canalizar una parte” .

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