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Teresa Juan: "Las máquinas de coser y de escribir nos anclan a la lentitud del tiempo”

  • Cuzco.
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VALÈNCIA. Teresa Juan (Madrid, 1987) colecciona flores, máquinas de coser y de escribir. Adora la música barroca, la teoría de los colores, el dibujo y la escritura. Se alinea con oficios artesanos y manuales, y almacena en su memoria versos de Emily Dickinson y María Zambrano. Podía haberse decantado por la carrera de chelo, por la botánica o por la poesía, pero encontró en las Bellas Artes un continente donde poder amalgamar todos los contenidos que bullen en su cabeza sensible. 

Se inició como diseñadora de vestuario por obligación, espoleada por las necesidades de la compañía teatral que fundó junto a Víctor Sánchez Rodríguez y Silvia Valero, Wichita Co, pero ha acabado convirtiéndola en profesión con pulsión vocacional. Tras bañar sus propias producciones en delicadeza y hermosura, empezó a volcar esos cuidados en vestimentas alejadas de lo funcional y concebidas desde un acercamiento filosófico para artistas como Inka Romaní, Javier Hedrosa y Laura Romero, y compañías como Versonautas.

- ¿Cuánto tiene que ver el teatro de madera que te hizo tu madre cuando eras pequeña con que hayas terminado dedicada a las artes escénicas?

- No lo sé, pero podríamos hacer una lectura fantástica de la vida. Quizás de manera muy inconsciente eso estuvo en mi memoria, se quedó ahí y luego se ha materializado. Lo que sí creo es que tener una madre capaz de hacer un juguete específico para que su hija le diera valor a lo que es el arte, me encaminó a estudiar la carrera de Bellas Artes. Aquel teatrito fue casi una premonición.

- ¿Cómo evoluciona ese impulso artístico hacia el diseño de vestuario?

- Nunca fue un objetivo específico. De hecho, podía haberme decantado por el diseño de moda, pero una de las razones por las que estudié Bellas Artes fue por la posibilidad de poner en relación diversas visiones artísticas y poéticas presentes en mi vida: soy violonchelista desde superpequeña, y siempre he tenido inclinación por escribir y dibujar. Cuando empecé la carrera, me interesé por las ideas de símbolo y de color. También hice escenografía y más tarde, cuando estudié el máster de gestión cultural, monté Wichita Co. Una cosa me llevo a la otra.

- ¿Le hacías trajes a tus muñecos?

- Mi madre, un ente muy relevante en mi vida, un animal mitológico, me hacía ropa para mis muñecas. Era una artista. Eran prendas que solo tenía yo, y ella me mostraba cómo hacerlas. Pero fue el ejercicio de la profesión lo que me llevó a materializarme en diseñadora de vestuario. Había un interés que encontró su oportunidad. Podríamos hablar de una aparición, una confluencia afortunada: hubo algo circunstancial en situaciones que tenía que cubrir, pero al formar parte de lo estético-visual, todo se dispuso hacia un lugar que me gustaba.

- ¿Cuál fue el primer vestuario de teatro que diseñaste? 

- Tanto en Nosotros no nos mataremos con pistolas como en A España no la va a conocer ni la madre que la parió hice un trabajo estético, donde tuvieron presencia el vestuario y la escenografía, pero el primer trabajo en el que sentí que estaba haciendo un trabajo relevante y que estaba entre mis manos fue Cuzco.

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- ¿Te sirves de la moda como inspiración?

- Pues, mira, respecto a la inspiración, tengo mis reticencias respecto al mundo de la moda, porque está demasiado ligada a la tendencia. Lo que me interesa de la moda es la virguería técnica. Para mí, lo importante es encontrar inspiración fuera del propio campo al que me estoy dedicando. Eso me lleva a la idea de que el mejor ayudante de dirección de teatro no es una persona que sepa de teatro, sino una ingeniera, una poeta o una matemática. Yo prefiero irme al Museo del Prado y fijarme en qué diseños de vestuario hay en los cuadros, o irme a la poesía, porque al final, la moda es una pieza sin contexto, cuando lo que importa del diseño de vestuario es la historia, lo invisible que tú puedes crear y rozar a partir de un elemento visible, que son una camisa, unos zapatos...

- ¿Cómo eliges cuáles son las lecturas poéticas que van a acompañar un trabajo?

- La poesía es el centro de mi interés artístico y vital. La poesía no es solo una lectura, sino un ejercicio: coger vocablos visibles para revelar algo invisible. Mis elecciones al final son intuiciones:  cuando hablas con un equipo, la conversación te lleva a ciertos lugares, a unas intenciones que te dirigen hacia ciertas lecturas o autores. Otras veces parto de un capricho, de querer relacionar una cosa con otra y ponerlo a prueba. Y hay veces que en esa deriva se me revela otra lectura nueva.

- En el teatro diseñas para que tu trabajo sea visto desde la distancia. ¿Eso te invita a la exageración y el atrevimiento?

- Eso me invita a explorar sobre todo el color y el movimiento. Personalmente, soy muy barroca. A mí me pones una pieza de música barroca y soy feliz, pero también soy consciente de los límites. De forma que nunca he hecho un vestuario que me lleve a la exageración, pero sí he pensado en algo exagerado que me marque un camino de exploración. Al final, el objetivo no es llegar a un lugar determinado, que sea hipervisible, sino encontrar los puntos medios que me guían a ese lugar más lejano. Así que más que pensar el vestuario respecto a su forma morfológica, me voy más a la evocación, al color o al movimiento.

- A ese respecto, ¿cómo es el intercambio y el diálogo que estableces con los intérpretes?

- En lo que se refiere al movimiento, entro en una conversación. Las piezas están reduciendo o ampliando los movimientos del intérprete, y para mí es muy importante que esté cómodo con lo que esté llevando, así que planteo las preguntas: ¿Cómo se mueve una prenda y cómo se puede mover un intérprete con esa prenda? Y respecto al color, ya no es una cuestión tanto de dialogar como de tipo dramatúrgico, porque tiene un componente muy claro de visibilidad y de visión, porque el color es para el ojo.

- La primera frase que aprendió en español Sandy Powell, diseñadora de vestuario de cabecera de Martin Scorsese, pero antes, de Lindsay Kemp, fue: “¡Más lentejuelas!”, una frase que, bajo su parecer, puede aplicarse a todo en la vida. ¿Hay algún elemento que tú consideres primordial tanto en tu oficio como en el día a día?

- El concepto de un botón forrado, y también la parte interior de las cosas, porque implica un cuidado máximo, una delicadeza. Son elementos que no ve nadie, pero sí el que lo lleva, que sabe que lleva puesto un botón que está hecho para su camisa. Así que es una idea aplicable a casi todo en la vida: a las cosas hay que ponerles cuidado y belleza. Siempre bromeo con mis amigas con la frase: “Mi vida por un botón forrado”.

- ¿Podrías hablarnos de tus colores, de tus texturas y textiles preferidos?

- Soy una loca de la teoría de los colores. Así que cada vez que encaro un encargo, hago una investigación sobre la teoría del color aplicada a ese proyecto. Si bien es cierto que tengo tendencias muy grandes a utilizar ciertos colores, como son los rosas, los verdes y los azules, entiendo que las texturas y el cromatismo de un vestuario para una pieza concreta deben aparecer por sí mismos y crearse identificando lo que realmente se necesita. Un color no es una cosa baladí ni caprichosa, no solo expresa una estrategia visual, sino también una estrategia simbólica. Lo mismo pasa con las texturas y con las telas. ¿Quién no quiere un vestido de seda?, pero un vestido de seda no siempre va a funcionar. Hay ocasiones en que va a funcionar mejor una tela muchísimo más gruesa. 

  • Una vez, una casa -

- Hablas mucho de los intérpretes y de cómo los tienes en mente, pero ¿qué hay de los personajes?, ¿cómo intentas aportar información sobre el personaje a través del vestuario?

- Cada vez que recibo un encargo, realizo el ejercicio de hacer un cuaderno físico que también consta de sus partes digitales, donde voy desarrollando una investigación sobre el personaje al que voy a aplicar un vestuario. Al final es igual a la manera en la que voy configurando el pensamiento del diseño de vestuario: decidiendo esas lecturas, esas memorias, buscando confluencias visuales, acudiendo al cine, relacionando personajes… Leo mucha poesía, pero también muchísimo ensayo filosófico. A partir de ahí, voy pactando con las partes artísticas de la pieza lo que va significando para mí o cómo se me va pronunciando el personaje. Hay un ejercicio de pacto y de diálogo que va aportando matices de una manera dialogada, comunitaria y a veces sorpresiva. 

- Estás hablando de tu oficio como una práctica muy artesanal y muy ligado a la interacción humana, ¿qué te aporta la inteligencia artificial?

- Ese es un debate muy concreto, muy urgente y muy complicado, pero yo todavía no me he visto expuesta a utilizar o a querer utilizar la inteligencia artificial. Nunca se me ha ocurrido pensar en preguntarle cómo ve visualmente a un personaje concreto, porque prefiero hablarlo con otra persona. Mi interacción todavía sigue siendo humana. Ni siquiera la empleo para la búsqueda de imágenes, porque mi formación en Bellas Artes me pide el sentido del tacto.

- Entiendo entonces que te inclinas más por las máquina de coser...

- Me encantan. Tengo la de mi abuela materna, que cosía por profesión. De hecho, le hizo los trajes de novia a mi madre y a mi tía. Mi madre la usó luego por interés y por vocación, no por profesión. Así que tengo varias en casa, la profesional y otras antiguas. Me parecen objetos aceleradores de memoria a los que les tengo un respeto impresionante por todo lo que significan. Admiro el trabajo manual y a las personas que hacen virguerías con máquinas de coser o cosiendo a mano. De hecho, guardo muchas puntillas y muchas telas de mi abuela, porque tienen un valor y una memoria fundamental en estos mundos que son, sobre todo, digitales. El ejercicio de hacer las cosas es diferente porque hay una atención y un compromiso que son distintos, el tiempo en la mano se detiene de otra manera. Me interesa que en esta velocidad supracapitalista existan elementos como las máquinas de coser y de escribir, que nos anclen a la lentitud del tiempo. Desde luego, no quiero romantizarlo tampoco, porque también hay una merma física realizado estos trabajos.

- ¿Por qué están tan presentes las flores en tu imaginario?

- Tanto las flores como el mundo vegetal son una inspiración visual impresionante. Tengo libros sobre el color de las flores, sobre lo que significan, sobre cómo crecen unas al lado de otras. Todo eso me interesa muchísimo, porque responde a una confluencia morfológica y cromática. Tengo mucho interés en la botánica desde muy pequeña. De niña, con cuatro o cinco años, hice un herbario con mi madre, y desde entonces me ha fascinado ese lugar tan interesante, tan pequeño, que pasa tan desapercibido. Así que las flores están muy presentes en mi vida, no solo como estrategia estética, sino incluso de memoria, de emoción y también filosófica. A mí la existencia de una flor me reconcilia con muchísimas cosas terribles que pasan. Me parece un elemento que en sí mismo contiene la creación y la destrucción. De hecho, una de mis poetas favoritas es Emily Dickinson, que creó un mundo de flores y de pájaros. Me siento tan alineada con ella y tan afín a dirigir la mirada a estos elementos, no solo por su belleza, sino por el secreto que entrañan… Colecciono muchísimas flores y las tengo guardaditas en paquetitos donde indico dónde he recogido cada una. Creo que la botánica es una profesión frustrada.

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