Teatro y danza

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Victoria Szpunberg: "Las redes sociales solo aumentan la psicopatía y la disociación"

  • Vulcano.
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VALÈNCIA. Como espectadora, Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973) no tiene nada en contra de la autoficción, pero como dramaturga la rehuye. La autora afincada en Barcelona se instala con dos de sus textos en el Teatro Rialto los próximos fines de semana, el 8 y el 9 de noviembre con Vulcano, que surge de un incendio que se produjo en uno de los pisos del edificio en el que vivía, y los días 15 y 16 de noviembre con la obra que le ha supuesto el Premio Nacional de Literatura Dramática, L’imperatiu categòric, a partir de sus vivencias buscando piso de alquiler en Barcelona. Sus propuestas se acercan a su propia vida, pero omitiendo detalles íntimos. No le sale ponerme a sí misma como protagonista, pero acostumbra a trabajar con materiales cercanos para plantear una creación vivencial, basada en situaciones que conoce: “Me siento más cómoda y las obras me salen mejor si transmiten algo de verdad dentro de la mentira que es el teatro”.

- ¿Cómo dialogan ambas obras entre sí?
- Las dos hablan de la vida en la ciudad. A sus personajes urbanos los atraviesa una precariedad económica y emocional muy fuerte.

- En el primer caso nos hallamos ante un drama y en el segundo, un melodrama, pero ambos comparten un giro a la comedia. ¿A qué responde ese denominador común?
- Dentro de este panorama oscuro, son obras con sentido del humor. Te diría que las dos se sitúan más en el terreno de la tragicomedia.

- La protagonista de L’imperatiu categòric está obligada a escribir cartas motivacionales para poder optar al alquiler de un piso, y la familia de Vulcano también quiere venderse mejor a través de un documental. ¿Qué nos dicen estos personajes de la sociedad contemporánea, tan regida por las apariencias?
- Qué interesante que hayas reparado en esa coincidencia. Cada vez circula una mayor desconfianza entre las personas. Existe mucha competencia, ya no solo por conseguir trabajo, también por ser visto. Vivimos en una sociedad donde a veces tiene más valor lo que representas ser que lo que eres. Y ahí hay una cuestión de invisibilidad que si no es buscada, resulta muy jodida. Hay gente que se harta del mundo y tiene los recursos económicos o interiores para desaparecer, decidir no vivir en la sociedad o no tener redes sociales, pero a menudo son aspectos que te vienen forzados y no tienes elección.

- La directora de escena de Vulcano, Andrea Jiménez, ha escrito que cuando estrenasteis juntas Mal de Coraçon en el Teatre Nacional de Catalunya en 2023, compartisteis “el deseo de explorar los límites entre la dramaturgia y la dirección buscando una metodología de trabajo” que permitiese un encuentro real entre vuestras dos miradas sobre el teatro. Vuestro próximo proyecto compartido es Contra Antígona. Entiendo que la metodología os ha funcionado...
- Ella viene de Teatro en Vilo, que es su compañía, y yo, aunque normalmente escribo sola, he trabajado también con muchos equipos, he hecho danza y he abordado la dramaturgia de diferentes géneros. El encuentro cuando hicimos Mal de Coraçon fue enriquecedor. También me gusta trabajar con ella porque es de otra generación, viene de otra formación, así que aunque coincidimos en muchas cosas, nos retroalimentamos y aprendemos. Es maravilloso cuando encuentras en el trabajo a un buen interlocutor que te haga crecer. En este vínculo sucede.

- ¿Cómo organizáis vuestro trabajo?
- Yo escribo unas 20 páginas que contrastamos en una serie de residencias donde Andrea plantea ejercicios de improvisación con los actores para sacudir el texto y cuestionarlo. A partir de ahí, vuelvo a escribir. En realidad es mucho más dificultoso trabajar así, es una forma de trabajar que exige mucho más tiempo.

- ¿Cuál es la contrapartida?
- ¿Sabes cuál es uno de los peligros para los que nos dedicamos a esto? Cuando llevas mucho tiempo y vas encontrando una manera de hacer que te funciona, aunque es satisfactorio porque trabajas con más agilidad, al mismo tiempo corres el peligro de quedarte estancado o repetirte. De modo que aunque mi salud no agradece que me ponga en situaciones de riesgo y de reto, mi parte artística, sí.

  • L'imperatiu categòric. -

- En abril estrenaste una obra en el TNC, La tercera fuga, para la que has hecho tándem con Albert Pijuan, ¿qué te aporta esta otra complicidad?
- No me creo esta idea tan grandilocuente de que podemos hacer las cosas solos. Yo reivindico mucho la soledad: para encontrar el núcleo de cada obra, tengo que estar sola en casa, hacer un trabajo de introspección. Siempre le digo a mis alumnos de escritura que el dramaturgo tiene que enfrentarse a sus fantasmas y a su soledad. Pero al mismo tiempo, y a diferencia de la novela y la poesía, es un trabajo colectivo, hay un momento en el que ese material tiene que pasar por otras miradas.

- Vulcano parece, por momentos, un true crime. ¿Crees que el consumo desaforado de historias reales nos ayuda a ser más empáticos o nos anestesia?
- Además de de esa sobrecarga, está la obligación a polarizar: siempre tenemos que posicionarnos, tener una opinión.

- Aunque al final no lo has hecho, una de las escenas tenías pensado titularla como el documental de Joshua Oppenheimer The Act of Killing. ¿Cómo acabas retrotrayéndote a una película que ahonda en la masacre de medio millón de de personas?
- Es una película que tengo muy presente, porque en una de las clases que doy en en el Institut del Teatre, hablo bastante sobre obras de teatro que intentan poner en escena hechos históricos abismales, brutales. En Vulcano, el contenido no tiene nada que ver con este documental, pero sí el hecho de la reconstrucción que plantea la obra, porque en The Act of Killing, Oppenheimer lleva a los protagonistas a reconstruir lo que hicieron, y es cuando lo teatralizan cuando se dan cuenta de lo terrible que fue. Los protagonistas de Vulcano sobreviven en la mentira porque no quieren reconocer lo que pasó, hasta que tienen que reconstruir lo sucedido.

- ¿Qué te llevó a que el productor del documental permanezca toda la función fuera de campo?
- Esta cuestión se plantea en Vulcano y también en L’imperatiu categòric, donde la protagonista repite una frase del cuento de Kafka En la colonia penitenciaria que dice “honra a tus superiores”. Es un tema al que le he dado bastantes vueltas y tiene que ver con la idea de la banalidad del mal y de la obediencia debida de Hanna Arendt. Este aspecto fue una cuestión legal en Argentina: el perdón a la gente que perpetúa, que forma parte o es responsable de una atrocidad, no porque formaran parte de una maquinaria, sino porque obedecían órdenes. Arendt plantea hasta qué punto esta persona mediocre, que es un trabajador normal sin trazas de ser un monstruo, no tiene una responsabilidad inmensa. En su caso es un planteamiento que tiene que ver con el juicio de Adolf Eichmann, pero esto se lo puedes aplicar a cantidad de situaciones.

- El periodismo sin ir más lejos.
- Eso es. En el teatro no sucede tanto, porque no inciden realmente en cuestiones fundamentales de la sociedad, pero imagínate la gente que trabaja en la industria farmacéutica o ya no te digo en la armamentística o en la política. Con el eslogan de que es la política de la institución para la que trabajas puedes sostener un montón de decisiones que sabes que no son justas. A ese respecto, hay un libro maravilloso de una amiga mía, Ingrid Guardiola, La servidumbre de los protocolos, que habla de trabajos que dependen de cadenas de mando y responden a protocolos kafkianos. Es algo que sucede mucho en la universidad, donde hay cuestiones que ni siquiera responden al sentido común. Es lo que me pasaba a mí buscando piso, que yo me enfadaba con los impresentables que me enseñaban los zulos, pero al mismo tiempo, por momentos, pensaba: "Pero es que este tío que me está enseñado el piso está en una situación aún más precaria que yo". Él tenía que vender aquel piso y decirme que era una maravilla, aunque los dos estuviéramos viendo como seres humanos con una mínima inteligencia que no era lo que me estaba describiendo.

Vulcano es la historia de una familia que intenta superar un trauma pasado, pero la llegada de un equipo de televisión que les pide reconstruir el suceso que lo provocó, un incendio, pone en duda la versión oficial de los hechos. L’imperatiu categòric, por su parte, está protagonizada por una profesora asociada de Teorías Éticas en una facultad de Filosofía, que aborda la precariedad de la universidad y de la vivienda. El jurado designado por el Ministerio de Cultura se decantó este año por esta pieza por “la profunda y potente carga dramática y el dominio de una técnica ingeniosa con la que la autora encuentra el tono y la temperatura ideal de una pieza irónica e incisiva. Desde una base filosófica, Victoria Szpunberg retrata la crueldad de un sistema capaz de expulsar a cualquiera de sus miembros, incluso cuando se someten a sus normas”.

  • Vulcano. -

- ¿Para qué sirven los premios?
- Ayudan a la autoestima y al reconocimiento. Ayudan porque a veces pierdes el sentido y te preguntas si lo que has escrito le va a gustar a alguien. Al mismo tiempo te digo que yo tengo 51 años y llevo muchísimo tiempo trabajando, he picado mucha piedra. Así que me viene en un momento en el que estoy bastante reconciliada con mi oficio y bien ubicada. A lo mejor todos estos premios de joven me hubieran dispersado, porque haces muchas entrevistas, tienes mucha visibilidad, pero hoy en día sé relativizar.

L’imperatiu categòric no solo ha ganado el Premio Nacional, sino también el Butaca, el Teatre Barcelona y un Max. Es para que se te suba a la cabeza.
- Como he formado parte de jurados, sé que los premios a veces dependen de cuestiones azarosas. Nunca sabes por qué esta obra sí y otras no. Es un misterio.

- Es un texto que se halla de plena actualidad, por la doble crisis de las universidades públicas y de la vivienda. ¿Sospechas que ahí pueda estar la clave?
- Me inquietan los problemas sociales porque los vivo en primera persona y porque tengo cierta conciencia social. De forma que no es que yo pretenda hacer obras que hablen de la actualidad, sino que no vivo en una burbuja. Escribí esta obra porque yo misma estaba abrumada buscando piso, y a veces, escribir también te ayuda a canalizar tu propia desesperación.

- ¿Por qué Kant?
- Yo tengo muchas libretitas, donde voy escribiendo cosas. Se me ocurren muchas ideas y algunas antiguas, de repente, se mezclan con otras más nuevas. Fui a un seminario de filósofos posmodernos que cuestionaban el imperativo categórico y lo anoté. Cuando estaba buscando piso, pasé un tiempo con una amiga que estaba en una situación de precariedad total a pesar de ser una profesora asociada, traductora de Walter Benjamin. Encontré esos apuntes sobre Kant y me puse a cocinar el texto. Yo no soy ni filósofa ni ensayista. Leo filosofía porque la encuentro una actividad casi terapéutica, te ayuda a relativizar y a vivir con más perspectiva. Yo trabajo desde la intuición, pero Mayorga me dijo que los referentes estaban muy bien, así que ya estoy tranquila.

- Tu intuición era hacer dialogar a Kant con Kafka, ¿cómo evoluciona tu protagonista del filósofo racional al escritor del absurdo?
- En su momento pensé que este proceso iba a ser muy friki, pero ha sido de lo más celebrado y le llega a todo tipo de público. Kafka es un personaje entre oscuro y cómico, y sin embargo, tan visionario…

- Ya tiraste de él en La máquina de hablar.
- Es una obra más distópica, de ciencia ficción, pero muy cómica y muy dura también.

- Tu obra ha coincidido en la cartelera con la película de Luca Guadagnino Caza de brujas, también protagonizada por una profesora universitaria de filosofía en los 50 en plena crisis profesional y personal. ¿A qué crees que responde esta coincidencia con un perfil que rara vez es protagonista?
- La filosofía ha sido una de las disciplinas más importantes del pensamiento occidental y ahora está en un lugar de desprestigio. Estamos en un momento en el que confundimos idea y opinión de una manera muy grotesca. La idea es algo que necesita tiempo, contradicción y eso, los artistas, los escritores, los intelectuales lo saben, pero ahora vivimos en el mundo de la opinión, que simplemente necesita el momento para ser formulada. Nada más. Así que creo que existe una necesidad de volver a preguntarse cuestiones filosóficas fundamentales.

- En Vulcano planteas, en cambio, la importancia del léxico. Tu familia protagonista no sabe cómo nombrar a la vecina fallecida, que es discapacitada.
- El problema es cuando las palabras se convierten en eufemismos o escudos para no decir nada. Podemos usar las palabras desde un lugar políticamente correcto y al mismo tiempo no estar comprometidos con lo que estamos diciendo. Es decir, no solo hace falta usar las palabras correctas, sino un compromiso anímico con el uso de la palabra. Aunque yo vengo de hacer danza y de colaborar mucho con un teatro no textual, cada vez me interesa más el uso de la palabra porque es importante tener espacio para poder pensar y hablar, ya que con la atomización que propician las redes, a veces falta lugares donde poder dialogar.

- Pero como planteas en Vulcano, en el relato se ha perdido espontaneidad. A menudo se performa lo vivido. ¿Qué buscabas al plantear el relato del dolor desde la versión que queremos dar al mundo de nosotros mismos y no desde la propia experiencia?
- Me da la sensación de que las redes solo aumentan la psicopatía y la disociación. Por delante de la experiencia somática que te atraviesa como sujeto, se antepone aparentar una identidad. Y ahí estamos totalmente perdidos. Mira, ya que antes hablábamos de filosofía, es fundamental contemplar el cuerpo en relación con el alma. Así que lo que sucede ahora es terrible para todos, porque en vez de estar conectados con lo que nos pasa, lo estamos a lo que se supone que de nosotros se tiene que relatar.

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