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el muro / OPINIÓN

Teatro de confianza

Tenemos nueva temporada teatral pública en marcha. Y se nota cierta ilusión, pero sobre todo coherencia en sus planteamientos y objetivos. Los nuevos aires merecen un grado de confianza

8/10/2017 - 

Admito que, gradualmente y desde hace muchos años, había venido perdiendo la confianza en el teatro público. Había perdido el interés y la ilusión de regresar a lo que la vida no ofrece y se crea sobre un escenario, que dirían los admirados Antonio Díaz Zamora o José María Morera (QDEP). Mi alejamiento no era absoluto, pero mi asistencia se había convertido en algo intermitente o circunstancial. Hasta recriminado. Y es que, ya no se trataba del simple hecho de acudir a las salas públicas para descubrir sino cuando en sus propuestas existían visos y garantías reales de diversión e ilusión. Tampoco animaba la “alegría” del ambiente. Malos tiempos emborronados tras una fachada de altanería y guerra subterránea.

He de admitir también que el esfuerzo por recuperar la ilusión en la profesión y en la vocación de teatro como servicio público ha ido modificándose lentamente durante los últimos treinta meses. Quizás la herencia era demasiado pesada y muy complicada de modificar a la carrera. Efectúo penitencia por las exigencias. Sin embargo, también es muy cierto que los resultados cuestan aún ser del todo reconocibles. Pero son esperanzadores.

Hace unos días el ahora Instituto Valenciano de Cultura (IVC) presentaba su primera temporada real como tal, esto es, confeccionada por su nuevo equipo gestor. Mucho tiempo para algunos. Apenas horas después, el primer espectáculo de esta temporada de nueva época levantaba el telón en el Principal. Era una adaptación de La vida es sueño, el clásico de Calderón de la Barca dirigido por Carles Alfaro. No voy a hacer crítica teatral. No es mi territorio, pero sí he de admitir que algo nuevo flotaba en el ambiente. De nuevo un texto de peso, una producción valiente, un teatro casi lleno para ser jueves. Con invitados.

Al margen de estas circunstancias, lo importante era visualizar sí realmente la oferta confeccionada para esta, digamos reentré político-teatral que comenzaron a elaborar Manel Chaqués/Abel Guarinos, el eslabón de enganche, y ha cerrado el nuevo responsable del área de teatro de IVC Roberto García, tenía su peso. Si también había alegría.

Les doy mi confianza. Porque si algo he encontrado en ella ha sido coherencia y una forma de cerrar viejas heridas generadas por un gestión política previa cargada de trampas, intereses creados, desvanecimiento de la profesión y muchas nebulosas en su oferta que escondía un interés por competir con el sector privado para creer ganar público antes que por devolver la ilusión al espectador y la profesión. Durante estos últimos lustros he visto cómo las salas públicas se iban despoblando de espectadores o los espectáculos morían en un fin de semana sin apenas promoción. También, como la coherencia brillaba por su ausencia. En esta nueva etapa he encontrado, al menos sobre el papel, orden y lógica, como ha sucedido en las dos últimas ediciones de Sagunt a Escena bajo la dirección de Juan Vicente Martínez Luciano

En esta nueva temporada, presentada además en su totalidad y no trimestralmente para tapar huecos urgentes y fechas, vuelve con fuerza el teatro de producción propia, coproducción, los clásicos, las compañías locales que son muchas y buenas, la diversidad, los nombres, el encaje con lo contemporáneo, la nueva creación, el encargo de dramaturgias, la duración en el tiempo de los espectáculos para recuperar normalidad, rutina teatral y regularidad en las agendas… Más de 40 espectáculos de teatro, danza, música y circo, a priori atractivos para el Principal y el Rialto. Luego vendrán los resultados escénicos y la crítica, pero al menos no se puede negar coherencia e implicación, o lo que es lo mismo, el teatro, las Artes Escénicas han vuelto a manos de quienes aún creen en ellas y no las consideran disciplinas con las que cubrir expediente y sueldo.

Coincidía un día antes del Calderón con un alto cargo de este sector que explicaba los nuevos aires que se quieren implantar o los objetivos a lograr con los medios económicos disponibles para los tiempos que corren. Público existe y cuando tiene ante sí propuestas de calidad o interés, nunca falla. El público no es tonto. Todo lo contrario. València siempre ha sido una ciudad de teatro. No hace falta recordar su historia sino, simplemente, valorar el importante volumen de teatros del denominado circuito Off que han venido manteniendo viva la esperanza de quienes realmente desean y deseaban mantener vivo el teatro desde la base pese a las penurias de este viejo oficio que dispone de una de las mayores tasas de paro junto al periodismo. Sólo un par de datos: En España, en 2016, únicamente un 8,17% de actores podía vivir de su profesión. Solo ocho de cada cien actores españoles ingresan al año más de 12.000 euros por ejercer su profesión; el 2,15% cobra más de 30.000 al año y de los actores y bailarines que sí trabajan, más de la mitad no superan los 3.000 euros al año, según un estudio que publicó la Fundación Aisge. No creo que casi nada haya cambiado hasta hoy. Y eso sin contar con el disparate del IVA, como si el teatro fuera un bien de lujo. Así lo entendieron estos gobiernos que sólo pisaban/pisan teatros para figurar pero aún prefieren otras alfombras de photocall y canapé.

Después de una ligera crítica por la larga espera de este cambio de ciclo, ese mismo cargo explicaba también lo que se ha tenido que sufrir para poner en orden una casa con un agujero de muchos millones de euros perdidos en proyectos ya irrecuperables, o los gastos comprometidos entre administraciones afines que después se han venido traicionando entre sí por la diferencia del color político. Demasiado dinero inutilizado en compromisos inasumibles desde 2007 para contentar votos. Sin olvidar aquellos asuntos pendientes que todavía aparecen por sorpresa al abrir un cajón, o simplemente se reclaman en persona porque eran verbales. Todo eso sí era “teatro”. Del malo.

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