La Administración autonómica ha decidido apostar por la recuperación del teatro público en el Rialto de Valencia. Una apuesta interesante si se hace con criterio y al margen de presiones, amiguismos y otros intereses
El Teatro Rialto de València volverá a ser a partir de la próxima temporada un centro dedicado a las compañías valencianas y a la producción pública. Volvemos a la casilla de salida. Regresamos, por tanto, a los orígenes del sentido de la propia recuperación del edifico de la plaza del Ayuntamiento como escenario teatral tras su larga vida como sala de exhibición cinematográfica. Volvemos a finales de la década de los ochenta cuando casi todo estaba por construir y las instituciones dieron un empujón a la creación y la dotación de espacios e infraestructuras tales como el Palau de la Música, el Rialto, sede entonces del desaparecido Instituto Valenciano de las Artes Escénicas, Cinematografía y Música (IVAECM) o el propio IVAM con el Centre del Carme adherido.
Mucho tiempo ha transcurrido desde entonces. También algunas de esas nuevas instituciones con que nos dotaron se han transfigurado por gracia y reinado de los diferentes gestores que han pasado por los despachos de la avenida de Campanar, sede de la Conselleria de Cultura. No siempre con acierto. Pero es nuestro sino. Todo el que llega nuevo al poder cambia lo que hizo el anterior como si no valiera o por miedo a quedar desnudo intelectualmente. De eso tenemos un catálogo completo.
No es sólo sinónimo de intentar manifestar autoridad sino también reflejo de que esas instituciones carecían quizás de un proyecto sólido y no siempre contaban con un respaldo social mayoritario que impidiera su transformación más allá de las nuevas aportaciones individuales y la renovación de equipos con los que avanzar en el tiempo.
Eso, por ejemplo, sucedió durante los primeros años del denominado Centro Dramático de la Generalitat Valenciana (CDGV), dirigido inicialmente por Antonio Díaz Zamora o Antoni Tordera y que desde su apertura sufrió algunas de las batallas culturales más duras que se recuerdan por estos lares. El teatro es así. O más bien el sector teatral, la profesión junto al periodismo más corporativista a la luz pero más cainita en la sombra.
En el fondo, fue el sector teatral dirigido por sus propias familias, muchas de las cuales aún mantienen su trozo de pastel, quien dio al traste con la consolidación de un auténtico centro de producción con personalidad propia que hoy podría contarnos su historia a través de su catálogo de producciones públicas, como así ocurre con el Centro Dramático Nacional, el Teatro Nacional de Catalunya, el Lliure o la Compañía Nacional de Teatro Clásico, sin olvidar otros centros de producción autonómicos.
Pero no fue así. Acabó sucumbido por el mismo gobierno en el poder -PSOE- que lo puso en marcha pero también aplicó el primer cambio de modelo en forma y fondo. Fue su reconversión en Teatres de la Generalitat lo que marcó el comienzo de su declive como centro de producción. Con la llegada del PP al poder acabó difuminado en algo sin identidad propia, en una nueva guerra de poder, desinhibición, aturdimiento y soberbia. Así llegamos hasta ayer, en pleno agujero negro de compra-venta y cuitas.
Pero ojo, no murió el teatro en sí -siempre ha estado en crisis- sino que para justificar otro nuevo modelo se inventaron una supuesta Ciudad del Teatro. Así que hubo que rehabilitar la nave de altos hornos de Sagunt con su sobrecoste de rigor y desproporcionado mientras se financiaban producciones multimillonarias que acabaron en el olvido. Hoy se encuentran almacenadas en esos espacios que la Generalitat Valenciana conserva como cementerio de libros o espectáculos efímeros. Por no hablar de esa Ley del Teatro que nuestras Corts aprobaron y jamás nadie ha reclamado su ejecución, que esa es otra: un silencio cómplice.
La vuelta a los orígenes de la producción propia como objetivo prioritario, entre reparto de subvenciones, ayudas y el siempre conocido café para todos que supuestamente genera votos a cambio de compromiso económico, es interesante si sirve para consolidar a un sector que trascurridos treinta años aún espera la ayuda pública como agua de mayo o disfruta de ella con bula. Pero debe de servir antes de nada como reflexión conjunta y soporte para las nuevas generaciones. Hay mucho más allá de lo/s de siempre.
Si realmente lo que se quiere es la creación de un centro estable de producción propia o coproducción con una línea clara e imposible de modificar hay que apostar desde el principio por ello. Y no dejarse influir por el ruido externo. Si es un nuevo capricho pasajero para contentar a cierto sector de la profesión que considera que es su turno volveremos a las andadas.
Si es por lo primero siempre estaré de acuerdo, aunque discrepe en su día de la oferta, el contenido del calendario o la calidad de los espectáculos, que para eso estamos. Pero si es por lo segundo, cuidado porque durante estas tres décadas ya nos hemos gastado mucho para no llegar a ninguna parte.
El olvido de nuestro pasado reciente es tan evidente que habiéndose cumplido tres décadas de la puesta en marcha del CDGV sus producciones mueren en el olvido. Nadie ha estado siquiera atento a la efeméride, lo que hubiera permitido una recuperación visual de su historia; desempolvar el pasado para entender el presente.
Y dos, las producciones nuevas que se realicen no pueden nacer ni morir en un escenario a las tres o cuatro semanas de su estreno. La inversión en espectáculos de nueva planta debe servir para que el teatro gire por las comarcas. No somos británicos, ni debemos considerar que sólo las ciudades grandes deben establecerse como puntos de referencia cultural. Menos aún ahora que tanto nos quieren convencer con nuevos planos de comarcalización.
De nada sirven inversiones millonarias en espectáculos, por muchos premios que reciban, si después resulta imposible moverlos debido al elevado coste de su mantenimiento y la escasa demanda más allá de nuestros límites geográficos. Para algo tenemos un circuito teatral en manos de la propia administración autonómica copado por programadores pero que no sirve para que las producciones financiadas con el dinero de todos mantengan una larga vida más allá de la plaza del Ayuntamiento de Valencia.
Teatro público, sí, por supuesto. Pero con cabeza, rigor y criterio que no dudo tendrán y más allá del amiguismo y el interés particular y/o político. Ya se sabe, quien olvida su historia está condenado a repetirla. En eso somos verdaderos especialistas.