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Teatro valenciano: ¿por qué hace 25 años de casi todo? 

Una extraña conjunción de factores hizo que, hace ahora veinticinco años, la escena valenciana viviera sus días más creativos. Los protagonistas de aquel boom teatral hacen balance de  'esos maravillosos años'

| 18/07/2020 | 14 min, 27 seg

VALÈNCIA. Entre el verano del 94 y el del 95 sucedieron muchas cosas, como cabría esperar. De la Primera Guerra de Chechenia a la publicación de lo último de El último de la fila. Del nobel de Kenzaburō Ōe a la caída en desgracia del todopoderoso gobierno socialista y el asalto a los cielos de Eduardo Zaplana. La crisis económica de turno y el abrupto giro político en todos los mandos democráticos anunciaban cambios. En València, entre bambalinas, esos y otros factores agitaban la escena para que una generación de intérpretes, dramaturgos, directores y gestores se atrevieran a dar el salto hacia la independencia. Nadie supo calcular los costes personales, pero el público sigue siendo hoy el principal beneficiado de lo que sus protagonistas definen como «inconsciencia», «atrevimiento» y «locura».  

Ocho historias de entusiasmo, resistencia y decepciones sobre las cuales se ha cimentado el teatro valenciano contemporáneo. Lo que somos, a nivel escénico, no se podría entender sin Círculo, Albena, Arden, Horta, Carme, La Estrella, Micalet y Hongaresa por ese orden de nacimiento. La alta formación, aquí y fuera, arrojaba desde los años ochenta (y cada año) a más y más profesionales valencianos hacia Madrid y Barcelona. La capacidad de los teatros públicos —y, sobre todo, sus inquietudes— tenía un límite. Y la novísima radiotelevisión valenciana tampoco daba como para abrazar a un sector que en pocos años trascendió del ámbito amateur al establishment escénico.

Entre el verano del 94 y el del 95 sucedieron muchas cosas. Pero entre todas ellas destaca que se fundaran ocho aventuras que nos acompañan hasta nuestros días. Sus responsables, al unísono pero veinticinco años después, no recuerdan cómo se sincronizaron los acontecimientos y, reunidos por primera vez en un cuarto de siglo, descartan a Plaza que hubiera ninguna relación con una línea de ayudas específicas. De hecho, la mayoría de las compañías tardaron entre cinco y siete años en recibir su primera subvención y por distintos motivos (giras, producciones y un etcétera al pairo de la regulación del momento).

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La que sigue es una historia casi oral, desde la cronología de los estrenos. Ante un futuro de lo más incierto para el teatro por la covid-19 (aquí y en casi cualquier otro escenario), Plaza fija el origen y pregunta por aquello a lo que el tiempo le ha dado y quitado razón. 

Círculo

Círculo fue la primera por orden de constitución y sigue destacada por apurar la idea del teatro independiente. Con cuatro sedes distintas a lo largo de cinco lustros (de Velluters a Benimaclet), en los flyers de sus primeras obras se fundamenta el futuro del grupo «en el fracaso. El tema económico no era algo fundamental. Hoy no estamos tan lejos, pero sí ha cambiado porque hemos aprendido a dar valor al esfuerzo», comenta Miguel Ángel Cantero, su actual responsable. Ningún proyecto de aquella época tiene un número tan amplio de fundadores. Su carácter colectivo hoy se contagia siendo, además, sede para la producción de distintas compañías valencianas.

«Desde el teatro público era imposible abarcarlo todo y, generacionalmente, creo que los fundadores tenían la necesidad de hablar desde ‘uno mismo’». «Partiendo de la idea del fracaso y de la mínima inversión, lo que sigue vigente es revertir un interés y un beneficio común para la sociedad desde el teatro». Cantero destaca que la idea de acompañar a compañías, autores y autoras en la creación sigue presente: «Vamos desde la ideación a la representación, e incluso el fin de ciclo de una obra». Con una trilogía de Beckett ya marcaron por dónde irían los tiros en 1994, pero hoy siguen convencidos —y muy relacionados con las universidades valencianas— de generar una propuesta de lo más escorada en favor del arte.

Albena

Albena tenía otros objetivos. Carles Alberola y Toni Benavent aportaron algo más que las tres sílabas de su apellido —«y 500.000 pesetas para constituir»— a la compañía. «Si de algo estamos orgullosos y satisfechos es de la creación de equipos», ensalza Benavent. Esos equipos están detrás de algunas de las comedias y musicales más exitosos del teatro hecho aquí, pero también de esos mismos géneros para Canal 9 y À Punt. 

Alberola y Benavent son amigos desde inicios de los ochenta, relacionados con Horta, con Moma y con el teatro amateur; su largo recorrido incluye la dirección de unos Premios Max en la Real Maestranza de Sevilla (2002), una película (M’esperaràs?) y más de sesenta premios. No obstante, evitaremos la enumeración de premios entre los ocho casos que aquí siguen porque podrían ocupar todo el texto. 

Benavent no quiere ocultar los sinsabores en lo colectivo: «Si en algo hemos fracasado es en el ámbito asociativo —él ha sido presidente de algunas de estas organizaciones— y en la creación de un tejido empresarial real. No lo hemos logrado, pese a tener las cosas bastante claras: si tienes actividad, no tienes por qué preocuparte de tener estructuras. Desde lo público, incluso a veces el sector, hemos tenido más desgaste por la creación de estructuras que por la generación de actividad».

Arden Producciones

Chema Cardeña y Juan Carlos Garés quieren recordar que a este encuentro propiciado por Plaza no llegan «todas las que fueron». «Muchas compañías fueron fuego fatuo, pero es gratificante ver cuántos hemos sobrevivido a esta locura». Con una mirada puesta en la lectura histórica del presente a partir de sus clásicos predilectos (Shakespeare, Moliere o Calderón), atraviesan el concepto pragmático con el que se fundó Arden: «Tú escribe, tú produce y actuamos los dos». Desde el 22 de marzo de 1995, la compañía destaca por sus obras de largo recorrido («pese a la precariedad insalvable del teatro valenciano»).

Fundacionalmente ya estaba claro que la compañía debía encontrar su espacio de trabajo, aunque la Sala Russafa llegó hace algo menos de una década. Sin embargo, Cardeña y Garés llegaron hasta Arden tras otros fracasos escénico-empresariales. Entre la madurez y la deseada obtención de una sala «que se convirtiera en el centro de producción y cuartel general», vuelven a apuntar a las limitaciones del teatro público y la necesidad de que el teatro valenciano se independizara a mediados de los noventa. «Sin teatro independiente, la profesión estaba perdida al servicio de los parámetros y también de las ideologías». 

Carme Teatre

Entre la inauguración del teatro de Castellar y la apertura de Carme Teatre solo hay unos días de diferencia. Aurelio Delgado, que ya era una referencia para la escena por su carrera, decide quedarse con la sala Trapeci. «El Rialto o el Centre Dramàtic no eran suficientes para dar espacio a la cantidad de compañías que estaban renovando la escena valenciana. Por un lado teníamos nuestras propuestas, la exhibición de nuestras propias creaciones, pero completaba el círculo la posibilidad de dar acceso a esas otras compañías. Y así fue».

Carme Teatre sigue siendo un valor para el teatro contemporáneo de la ciudad, a menudo próximos a la experimentación y con guiños a clásicos. «Éramos también una respuesta a la diáspora, a evitar que todo el mundo se fuera a Madrid, a Barcelona o ‘fuera’. Igualmente, visto con el tiempo, lo recuerdo con mucha distancia. Fue un impulso, me lie la manta a la cabeza y remodelamos la sala. Por cierto, no se llamó Carme porque estuviera en el Carmen, sino por la Cantà de Carme». Hoy el espacio se ha trasladado al barrio de Tendetes donde su concepto original permanece casi intacto. No hay temporada en la que no acojan algún futuro éxito. Eso sí, para un aforo reducido.

Horta Teatre

Las carreras de Alfred Picó y Carles Alberola llevaban tiempo cruzándose, aunque fue la pertenencia de Picó a la Associació Cultural Grup Teatre de l’Horta la que desembocó en la construcción de un teatro en la pedanía de Castellar. El 8 de abril de 1995 se inauguraba con un pasacalles de Xarxa Teatre y la coproducción Nit i dia con Teatres de la Generalitat. Picó recuerda el inicio como «una locura, con las típicas carencias de la última semana y la presión un tanto absurda de que todo estuviera listo porque venían las autoridades de la época a inaugurar». La asociación se convertía en propietaria de un espacio que ha dejado impronta en al menos dos generaciones de niñas y niños valencianos, además de un lugar de referencia para su entorno. Para entender la construcción y fundación de Horta Teatre cabe poner en valor el plan de ayudas públicas ‘Música 92’, que asumió el 60% de una construcción. En su caso, casi cien millones de pesetas (y eso que el solar era suyo). Los treinta que pagó la asociación hipotecaron el crecimiento de la compañía que allí sigue.

«Las campañas escolares eran nuestro principal objetivo. Es cierto que, si la disponibilidad económica lo permitía, queríamos producir y girar como otras compañías de teatro. Sin embargo, si algo ha definido al sector en estos veinticinco años son los picos de sierra del balance económico. Nosotros sí hemos mantenido la oferta de lo infantil, y el tiempo en eso, con mucho esfuerzo, nos ha dado la razón. Tenemos a gala haber sido el espacio en el que se han desarrollado muchas producciones de Albena a La Dependent o de compañías de danza, pero nunca hemos logrado entrar como compañía en la liga de Arden, Micalet u otros», se sincera Picó.

Teatro de La Estrella

Maite Miralles y Gabriel Fariza ya habían intentado sin éxito volver a València años antes. Les iba muy bien en Madrid, donde sus marionetas iban desde Barrio Sésamo a la infinidad de programas infantiles de la televisión pública. Además Gabi hacía mucha publicidad. La compañía La Estrella tenía quince años cuando encontraron a la venta una tienda-taller de confecciones infantiles. «Empecé a preguntar por el barrio qué les parecía que abriéramos un teatro y me dijeron que si estaba loca, que al Cabanyal no iba a venir nadie a ver teatro infantil». En abril de 1995, unos días después de que Aurelio Delgado inaugurase Carme Teatre («era al único teatrero al que conocíamos en València»), abrieron el Teatro de La Estrella. Y no solo han llegado hasta hoy, sino que abrieron un segundo en la Petxina y la compañía sigue girando y produciendo.

Las carreras de Merce Tienda, de miembros del Pont Flotant o de Pablo de Teatro del Contrahecho se ligan a este escenario de marionetas. Por sus 150 butacas han pasado varias generaciones de niñas y niños, aunque la trayectoria ha sido más ingrata de lo que parece: «Nos significamos en contra de la ampliación de Blasco Ibáñez y no me duele decir que estábamos solos. Ni uno solo de nuestros vecinos nos apoyó y fueron años, muchos años, duros. Por si fuera poco, pensábamos salir adelante con la taquilla, pero con técnicos, mantenimiento de sala y creación de espectáculos nos costó llegar. Igualmente, somos felices porque el teatro nos ha permitido crear una gran cantidad de obras: Circo Malva-rosa, Bombalino y Cuchufleta o Gúlliver».

Micalet

«Desde la retrospectiva, vemos que todos estos proyectos se asentaron en muy poco tiempo. Pero todos veníamos de trayectorias más distintas de lo que hoy pueda parecer y, si algo nos convocó a todos a iniciar nuestras respectivas aventuras tuvo que ser la ilusión y la locura del momento. Eso y, quizá, ver que el teatro público era un camino muy limitado para desarrollarnos profesionalmente». Así lo recuerda Pilar Almería, fundadora junto a Joan Peris y Ximo Solano de la Companyia Teatre Micalet. Los tres representan esa ignición heterogénea: Peris venía de trabajar en el Teatre Lliure de Barcelona y, simplemente, pensó que era algo que se podía hacer en València.

Solano, por su parte, era un actor jovencísimo, pero con una vocación empresarial muy clara. Almería, quien atiende a Plaza, recuerda que la nostalgia no nubla el recuerdo de unos inicios difíciles: «Llenar el teatro nos costó muchísimo. También nos enseñó el camino: o fidelizamos al público para crear una ‘familia’ o nuestros días estaban contados».

Solano, Peris y Almería naturalizaron la idea de crear un centro de producción teatral en valenciano. Natural para ellos, aunque desde hace vienticinco años siguen siendo únicos en su especie. En un viaje de ida y vuelta, el repertorio universal, la dramaturgia contemporánea y la traducción al valenciano de clásicos les ha llevado a subir hasta a doce personas en escena a partir de producciones propias. La última, El jardí dels cirerers (2019), ganó el Premio de las Artes Escénicas Valencianas. «No siempre hemos tenido los recursos suficientes como para lanzar una producción propia, pero lo hemos conseguido. Y lo más satisfactorio de todo ello ha sido retener talento, que profesionales técnicos y artísticos pudieran realizarse ‘en casa’ al máximo nivel», destaca Almería.

Hongaresa

Es una de las compañías que más ha girado internacionalmente, que más premios ha recibido de entre las valencianas y que, en el momento de editarse este reportaje, ya ha salido de gira en el primer día de la ‘nueva normalidad’. Iniciados en el teatro de Nieva, Arrabal y Ruival, las trayectorias de Lola López, Paco Zarzoso y Lluïsa Cunillé se entrelazaron en aquel tan lejano como productivo 1995 en Hongaresa Teatre. Preestrenaron, también, en junio de ese año, aunque la fecha documental que certifica su unión pertenece al 14 de diciembre de ese año. Tres personalidades de orígenes muy diversos, a partir de tres clásicos distintos (Shakespeare, Chéjov e Ibsen) desde los cuales abordar una dramaturgia radicalmente contemporánea. 

López recuerda el surgimiento al unísono de las compañías valencianas como «una explosión de vitalidad. Después de que muriese el tirano, teníamos la esperanza de que, como decía Lorca, nos convirtiésemos en un país culto, que es un país donde se hace y representa teatro». Los textos de Zarzoso y Cunillé —ella, con más de cuarenta obras a sus espaldas, logró el Premio Nacional de Literatura Dramática en 2010— han sido reconocidos constantemente con los principales galardones, y en su origen el nombre de Hongaresa se relaciona con Pep Ricart, el festival de Alcoi o l’Altre Espai y Moma Teatre donde se estrenaron con la producción propia Un hombre, otro hombre.

Los relatos de género y la memoria histórica estaban presentes en su propuesta antes de la Ley Contra la Violencia de Género y antes de la Ley de Memoria Histórica (María la Jabalina, todavía con representaciones por el mundo, es de 2007), aunque algunos de ellos no se han estrenado en València. 

La voz de Lola López de Hongaresa sirve para definir un estado de ánimo generalizado entre los cumpleañeros del teatro valenciano. Quizá, afectado ante el escenario post-covid, pero muy influido por la última década del teatro valenciano: «Estoy muy enfadada con el teatro aquí y en España. Estoy muy enfadada con el último giro de tuerca de los festivales que son la nueva norma y donde no se paga. No me enfado por mí, sino por todas y todos los que empiezan. Si empezar ahora en este oficio cuesta el triple que en 1995, algo estamos haciendo muy mal y, como colectivo, sabemos que estamos peor que entonces. Nos rodea la perversión de festivales o salas donde se ensaya durante dos o tres meses para actuar por cien euros. Ante este escenario, tanto tiempo después, me duele recordar que trabajar sin cobrar es esclavismo. Veinticinco años después, estamos en estas, no hay que olvidarlo».   

* Este artículo se publicó originalmente en el número 69 (junio 2020) de la revista Plaza

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