Las premisas dicha teoría intentan aportar al menos los conceptos básicos para construir una opinión crítica, pero constructiva, del modelo económico más extendido
VALÈNCIA. Llegó el Día de Todos los Santos, que de un tiempo a una parte es una fecha esperada por muchos gracias a la festividad de Halloween proveniente del mundo anglosajón y más comúnmente desde Estados Unidos. En esta ocasión ha coincidido con una preocupación -e incluso miedo- sobre la deriva del estado de la economía y concretamente de su recuperación y crecimiento para el próximo año. Miedo sistémico por lo que se espera para los próximos meses, con la inexorable acción que han de tomar los bancos centrales y que desencadenará -probablemente- en la siguiente recesión económica. Y todo por el modelo económico actual que está basado en la llamada Teoría Monetaria Moderna.
Uno de los grandes dilemas de la actualidad, y que preocupa a la mayoría de ciudadanos del mundo desarrollado y emergente, es su estabilidad económica futura. La terminología técnica de los conceptos financieros, así como la ausencia de transparencia por parte de las instituciones oficiales en hacer entender los aspectos económicos más importantes, sigue siendo una de las asignaturas pendientes respecto a la educación financiera.
Las premisas de lo que se conoce como Teoría Monetaria Moderna intentan aportar al menos los conceptos básicos para construir una opinión crítica, pero constructiva, del modelo económico más extendido entre las principales economías en la actualidad. Sobre todo porque desde su conocimiento y entendimiento se puede plantear el proyecto de vida futuro, tanto de los individuos como de las instituciones y los estados. Todo ello a través del modelo basado en deuda, que entró en vigor en 1971 con el Acuerdo de Bretton Woods donde sustituyó al modelo de respaldo monetario basado en oro. La base de este modelo ha permitido a los estados endeudarse a ritmos elevados hasta batir de manera continuada nuevos máximos. Una de las características más relevantes de este modelo es que es sostenible, pero siempre y cuando haya un control sobre el crecimiento de los precios, es decir, la inflación.
Pero para poder comprar esa cantidad de deuda creciente, los mercados tienen una capacidad limitada por el dinero en circulación que haya en ese momento. Aquí entra en juego la acción de los bancos centrales, que se han encargado en estos últimos cincuenta años de comprar el exceso de deuda soberana que el mercado no es capaz de comprar. Pero a costa de un factor importante: el valor del dinero.
Cuando los bancos centrales entran en acción, el ritmo de creación de dinero se acelera para poder comprar ese superávit de deuda y, por lo tanto, hay más dinero disponible en el mercado. Pero los bienes y servicios adquiridos con ese dinero no se han incrementado al mismo ritmo y surge un nuevo factor como es el incremento de la demanda por el factor del precio.
Esa demanda, que dispone de más dinero gracias a los bancos centrales, está dispuesta a pagar un precio superior por el mismo producto o servicio, que puede ser desde la cesta de la compra hasta la adquisición de un vehículo o una vivienda; y, por lo tanto, los empresarios y comerciantes incrementarán los precios de sus bienes. A eso se le conoce como inflación. Hasta aquí todo bien, siempre y cuando ese nuevo dinero se destine a factores productivos de la economía y a la inversión, pero si esa nueva liquidez no fluye hacia la economía real tenemos un problema.
Si esa liquidez se usa para hacer frente a las obligaciones de corto plazo por el llamado déficit público -cuánto mayor es la deuda latente de un Estado frente a su riqueza, en este caso el PIB-, no se está creando riqueza ni se está fomentando; ya que la infraestructura pública basada en el servicio a sus ciudadanos a través del modelo del Estado del Bienestar' es costosa para las administraciones. Que si bien son necesarios -como la sanidad, la educación y otros servicios como la seguridad social, sin embargo no son productivos. Es decir, no crean riqueza económica al no tener la capacidad de generar retorno futuro como para compensar al menos el gasto producido, que no inversión recordemos. Excluyendo la inversión en I+D, muy polémica en muchos países por ser una partida presupuestaria prácticamente testimonial y que en términos reales de largo plazo sí que generan riqueza.
Cuando reducimos el espectro desde la macroeconomía hacia la microeconomía prestamos atención a las empresas. En un ciclo económico de expansión monetaria por la intervención de los bancos centrales, las empresas se encuentran con el dilema de qué hacer con el 'extra' de tesorería en sus balances... siempre y cuando lo tengan. Lo normal es que aquellas empresas más endeudadas aprovechen esa liquidez para reducir su apalancamiento, ajustando su deuda para que ofrezca la máxima productividad, lo que genera a su vez un mayor crecimiento económico pero también un incremento de los precios. También es posible que realicen mayores inversiones de capital para crecer (capex), siempre y cuando en sus estimaciones no tengan proyectado un ciclo de desaceleración en la economía, algo que sucede en la actualidad.
Por lo tanto, la acción más extendida en este escenario para fortalecer sus fundamentales es la recompra de acciones -siempre y cuando cotice en bolsa-, lo que genera un beneficio económico para sus accionistas sin impacto fiscal al reducirse el número de acciones en circulación; o un incremento explícito de la retribución a estos a través del dividendo, el cual sí tiene un impacto fiscal en el momento en el que se produce.
En este contexto general, los organismos supranacionales no consiguen contener los principales problemas derivados de su propio intervencionismo que conocían de antemano. Además, los criterios de valoración de la economía que se han usado sistemáticamente ya no son válidos porque dan unos resultados que van en contra precisamente de esas intervenciones; y, por lo tanto, se han cambiado, lo que reduce enormemente en el ámbito de la inversión a un factor fundamental, que es la confianza en el sistema.
Ese sistema que define la Teoría Monetaria Moderna, que sólo proyecta una fuerte caída en los niveles de crecimiento económico (PIB) en el largo plazo, en un contexto de niveles de deuda en máximos y una liquidez que reduce el valor real del dinero y, por lo tanto, de la riqueza real. Si bien la acción requerida a continuación -una subida de tipos de interés- es necesaria, tanto los bancos centrales como los estados saben que conducirán a la siguiente recesión económica.
Por lo tanto, es legítimo que aprovechemos la coyuntura de la noche de Halloween para reflexionar sobre el propio modelo económico, ser conscientes de las consecuencias de las acciones de los bancos centrales y, sobre todo, para aprovechar las oportunidades que el mercado ofrece en un escenario como este.
Darío García es analista de XTB
Se trata de una decisión crítica para los planes de inversión a largo plazo, que afecta tanto a la renta variable como a la renta fija