El director Hugo Blick es inglés, pero creció en Montana a finales de los 80, cuando sus zonas rurales seguían siendo naturaleza salvaje como siglos atrás. Aprendió a cazar y a montar a caballo y, ahora, aunque pide perdón a los a veganos, ha firmado una serie bajo esas premisas pero situando de protagonistas a un nativo americano pawnee y a una mujer. El resultado es Tarantino cien por cien, pero para mostrar la crueldad del hombre blanco no habría que forzar los estereotipos de malvados, sino al revés, porque los genocidios se cometen con mucha naturalidad por personas perfectamente normales. Eso sí que es aterrador
VALÈNCIA. Los activistas de los nativos norteamericanos se suelen quejar de que mientras intentan mantener su propia cultura, por todos los medios de comunicación les llega el mensaje de que no es una cultura competente. Rara es la vez que los personajes que aparecen en obras de ficción no responden o a estereotipos negativos o al mito del buen salvaje. Hay un documental que ilustra bien este fenómeno, Reel Injun (Indios de película), que ha sido emitido por la televisión pública en España.
En los orígenes del cine, el nativo americano tenía gran diversidad de papeles. Muchos estaban relacionados con conflictos entre los blancos y ellos, pero había de todo tipo y circunstancias dentro de ese marco, incluso eran naturales los argumentos protagonizados por parejas mixtas.
Cuando se rodó The silent enemy en 1930, prácticamente un documental sobre costumbres nativas, solo quedaban doscientos cincuenta mil nativos en Estados Unidos. Fue una época de reverencia, de mito del buen salvaje. Sin embargo, las cifras mandan en el capitalismo. Se apreciaba que cuando eran los protagonistas esas películas recaudaban taquillas más bajas que cuando eran enemigos. La búsqueda de la rentabilidad empezó a competir presentándolos como seres brutales. Baste como ejemplo el clásico La diligencia, de John Ford, donde representan el peligro propio del género de terror, sin rostro, ni siquiera cuando son eliminados sin miramientos por el Séptimo de caballería.
En los años 60, los diferentes movimientos de protesta y emancipación estadounidenses establecieron otro tipo de moral. Sobre todo a partir de la masacre de Wounded Knee en 1973, surgió otro punto de vista con respecto a la cuestión de los nativos, la culpabilidad. Quedó atrás la creencia de corte protestante sobre el "Destino Manfiesto", por la que Estados Unidos era la Tierra prometida para los colonos creyentes, para lo que antes debían superar adversidades de todo tipo, incluidos unos habitantes bestiales y paganos. Se pasó a concebir todo ese episodio histórico como un genocidio. De alguna manera, la tónica general desde entonces fue la de transmitir culpabilidad. Uno de los máximos exponentes comerciales fue Bailando con lobos, aunque el protagonista seguía siendo un blanco que, esta vez, salvaba a los nativos, les protegía y entendía.
Ahora Amazon Prime, aquí en HBO-Max, aterriza con The english, una miniserie que transcurre en los estados de Kansas, Oklahoma y Wyoming de 1890, donde se explotan los clichés del género, pero asumiendo el genocidio de los nativos como tal. El tópico más destacado es el que daba sentido al género western por sí mismo, la frontera, la zona sin ley. En este lugar salvaje donde solo los más fuertes, o los más inteligentes, sobreviven, una mujer estilo damisela busca a los culpables de la muerte de su hijo. En su odisea le acompañará un nativo pawnee, interpretado por Chaske Spencer, que pertenece a la tribu Fort Peck de Montana, y ya había sido protagonista en la serie Crespúsculo, donde era el líder de unos hombres lobo. En este caso, también busca venganza contra los hombres que asesinaron a sangre fría a los suyos para arrebatarles las tierras. Un personaje complejo puesto que había sido oficial del ejército. Es decir, se había unido al enemigo.
Diversas reseñas ya han advertido de que se trata de una mini-serie cruda y violenta, que son los ingredientes que llenaron las salas de cine de mediados del siglo XX de chavales y espectadores ávidos de acción. La referencia más inmediata es Tarantino, el tipo de refrito que hizo del género en películas como Django y muchas otras no necesariamente ambientadas en el Oeste, es reconocible en múltiples escenas, sobre todo las de acción, lógicamente, y en una estructura rítmica caprichosa, nada complaciente con el espectador. Igualmente, Emily Blunt tiene mucho de la Uma Thurman de Kill Bill, especialmente en su sed de venganza.
El principal problema es que en el pecado lleva la penitencia. Los juegos narrativos que Tarantino realiza con el espectador son en una película, en una serie es más complicado detener todo el ritmo tras dos primeros episodios emocionantes y regodearse con los flashbacks. Lo que salva del tedio en esos momentos es la fotografía, inconmensurable, en la que cada plano es un cuadro.
Algo hay de biográfico. El autor de esas imágenes, el director, es un inglés. Hugo Blick, que a los 18 años fue enviado a Estados Unidos para ser enderezado pues era problemático. Estuvo bajo tutela de un amigo de la familia que vivía en plena naturaleza en Montana. Aprendió a montar a caballo, a disparar y a cazar. Según explica, el lugar donde recaló, a finales de los ochenta, seguía siendo un territorio salvaje. El planteamiento de su serie, de hecho, no muestra ningún tipo de originalidad con respecto a lo tanta veces filmado, pero el matiz reside en que está protagonizada por un miembro de una minoría perseguida entonces y una mujer. Hay momentos en este sentido tan metidos con calzador que llega a haber diálogos sexuales sobre "consentimiento".
Para cumplir con las minorías, Blick envió el guión a las tribus representadas en la película, pero no le hicieron peticiones demasiado sofisticadas. Solo que el nativo protagonista no muriera antes del final. Por lo visto, eso es lo que ellos perciben que acaba ocurriendo en todas las películas que representan un personaje positivo de estas características.
Por otro lado, un guión que incluye la venganza histórica, la tierra que alberga el espíritu de los asesinados injustamente, etc... no es nuevo. Las tramas sobre venganza no digamos. Por eso estamos ante ese raro ejemplo en el que lo que se echa de menos es más superficialidad y más acción. Más y mejores tiros, más y mejores giros de guión inesperados, da igual si solo se trata de traiciones de unos a otros, como en cualquier peli de la mafia o la propia Star Wars. Con no presentar a los nativos como algo especial, diferenciado o que trasciende al ser humano convencional ya basta para mostrar respeto.
Además, la conquista del Oeste fue tan violenta que solo con presentarla como telón de fondo con realismo y fidelidad a los testimonios históricos la denuncia se hace sola. De hecho, mostrar a los genocidas como personajes abyectos -llegan a ladrar- es el peor favor que se le puede hacer a los nativos y su memoria, porque fueron exterminados por personas normales, como usted y como yo, que sencillamente les consideraban subhumanos. La naturalidad con la que se cometen este tipo de crímenes por gente culta es curiosamente algo que no suele mostrarse, aunque no me extraña ¡eso sí que es verdaderamente aterrador!
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame