VALÈNCIA. Desde 2013, en Nigeria existe una ley anti-LGTBI que prohibe el matrimonio entre personas del mismo sexo. Tampoco se permiten los bares gays y por mantener relaciones homosexuales cualquier ciudadano puede ser condenado a 14 años de cárcel. Sin embargo, pese a la prohibición, el silencio, las condenas y el maltrato, la comunidad LGTBI nigeriana, cada vez más globalizada gracias a las redes sociales, resiste en la clandestinidad.
En el documental Welcome to Chechnya (Movistar+) fuimos testigos de cómo los encarcelan o directamente los asesinan. El mes pasado escuchamos la postura de Hungría, el país de la UE que prohibe mencionar al colectivo en los colegios. En algunas localidades de Polonia no les dejan ni entrar. “Zona libre de ideología LGTB”, lo llaman. En Lagos (Nigeria), hace tres años, 57 hombres fueron arrestados por la policía por asistir a una fiesta privada. Durante la redada acudieron cámaras de televisión para grabar esta detención colectiva “ejemplarizante”, según justificó la policía. Pero alguien se salió del guion. Su nombre es James, James Brown, un joven y deslenguado bailarín. “Ve a Youtube y pon ‘James Brown’”, presume ante las cámaras. Menudo reto. “Soy bailarín cultural. Y he venido a actuar. Así de sencillo”, alega. “No me pillaron haciéndolo. Es lo que dice la ley. Vengo a actuar ¿Eso es delito?”. Sus declaraciones recorrieron el mundo entero al hacerse virales por Instagram. El rapero y actor estadounidense 50 Cent compartió aquel vídeo, no sabemos bien si como forma de apoyar la causa o como burla por su imperfecto inglés. Pitorreo o no, esto le sirvió a James Brown para hacerse popular en lG. Ahora es un
glamuroso influencer nigeriano con casi medio millón de seguidores que en realidad vive en la pobreza y la clandestinidad mientras espera ser jugzado..
“Cuando me detuvieron, me echaron de casa”. Las familias no suelen encajar sus opciones vitales y terminan por despreciarles. La religión es la que se ocupa de fomentar este odio y los políticos lo rematan con sus leyes represivas. Mientras, estos jóvenes intentan ayudarse los unos a los otros y pasar el duelo cuando son rechazados de golpe y porrazo por sus familias, son insultados por las calles y son perseguidos por la ley. Y luego está el VIH, que ha hecho estragos en Nigeria. Una historia trágica narrada sin tintes excesivamente dramáticos, al mezclar el seguimiento de algunos casos tanto dentro como fuera de Nigeria, con el uso de performances de estética queer que salpican el documento.
Ya sea por cuestiones judiciales o por la presión mediática, los 57 detenidos no han sido juzgados todavía, pese a haber sido citados en varias ocasiones. Cada vez que reciben una citación y acuden a los tribunales, se aglomeran las cámaras. Parece que el hecho causa su correspondiente efecto. El paseíllo se convierte en un mero trámite y el juicio no avanza.
Mientras tanto, sobreviven con sus códigos. Cuando por la calle un hombre pregunta a otro si tiene tele (o “TB”), le está preguntando en realidad si entiende. Cuando alguien dice que va a ir a ligar, cuenta a los demás que va al “mercado”. Y si los amigos llaman a otro “Kitto” es porque es una escandalosa y le están previniendo que tenga cuidado.
Las calles bañadas en oro de EEUU
Hay quien ha optado por el exilio. Como Mikael Ighodaro, que vive en Nueva York. De pequeño le contaron que las calles en Estados Unidos estaban forradas de oro. Cuando llegó al país de las oportunidades se llevó un buen chasco. Mikael explica por qué huyó de allí. No podía caminar ni hablar a su manera. Desde joven fue consciente de su opción sexual. También tiene VIH. En Estados Unidos se siente un “extraterrestre” al encontrarse en un limbo legal. Nada más llegar, se le ocurrió ir a la oficina de inmigración a contar su situación, y de ahí le metieron automáticamente en la cárcel durante 5 años. Ahora está fuera. Espera la aprobación de asilo pero todavía no la tiene. Tras diez años en el país, es un firme defensor de los derechos LGTBI, poniendo especial énfasis en lo que sufren en Nigeria. Todos ellos, tanto fuera como dentro, ansían la aceptación de su identidad y luchan contra un sistema que busca silenciarlos.