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EL ANAQUEL DE LAS LECTURAS SUBVERSIVAS

Thoreau, Giono y la rebeldía de la vida silvestre

El filósofo norteamericano del XIX, autor de ensayos como "Walden" y "Desobediencia civil" (ambos editados por Errata Naturae), inspiró a pacifistas como Gandhi, anarquistas como Unabomber y novelistas como Henry Miller

18/08/2016 - 

VALENCIA. No hay antología de literatura subversiva que no pase tarde o temprano por la figura de Henry David Thoreau (1817-1862). Su vida y su obra fueron fundamentales para la construcción del ideario pacifista de Gandhi (quien se basó en el tratado Desobediencia Civil del filósofo estadounidense para erigir sus célebres tácticas de resistencia pasiva contra la opresión del Imperio Británico en la India). Sus ensayos, enraizados en el trascendalismo de mediados del XIX, también forman parte del ADN del pensamiento ecologista y anarquista.

Influido a su vez por el romanticismo alemán contemporáneo y el hinduismo, Thoreau abogaba por una vida contemplativa y por la observación de la naturaleza como vía de encuentro con uno mismo y con el universo. Y fue así como, en un acto crítico contra una sociedad que consideraba conformista y esclava de las instituciones, el autor decidió retirarse a vivir a las inmediaciones del lago Walden, en una vieja cabaña cercana a su ciudad natal, Concord (Massachusetts). Hoy este idílico emplazamiento, protagonista callado de una de sus obras más conocidas -Walden-, es un punto de peregrinación para los seguidores del escritor, que encuentran allí una réplica de la cabaña de 14 metros cuadrados en la que vivió durante dos años, dos meses y dos días.

Apenas una chimenea de piedra, un tejado a dos aguas y dos ventanas componían el rústico refugio donde Thoreau llevó a cabo un experimento de vida salvaje consecuente con las revolucionarias ideas en las que ya venía trabajando tiempo atrás. Defendía una forma de subsistencia espartana, que anticipaba ya la preocupación por los excesos del consumismo ("La riqueza de un hombre se mide por la cantidad de cosas de las que puede privarse"); fue un pionero en el cuestionamiento del trabajo y la necesidad de ganar dinero como eje vital de nuestras vidas. Prefería las largas conversaciones con hombres del campo -o los plácidos silencios en compañía- a la aparatosidad inútil de los usos y costumbres de la vida burguesa. Todavía a día de hoy continúa sorprendiendo que este pensador decimonónico enarbolara un alegato tan clarividente a favor del derecho a jugar y "perder el tiempo" en actividades no productivas económicamente, sino espiritual e intelectualmente.

Thoreau vivió esos dos años evitando todo comercio, medio de transporte y prácticas de caza (de hecho tenemos en él a un pionero del veganismo), bastándose con lo que el entorno ponía a su disposición. Cultivaba sus propios alimentos y adaptaba su dieta a lo que había, sin imponerse necesidades superfluas. Anotó detalladamente sus experiencias y se emancipó de las obligaciones de la civilización urbana (esos lugares donde "millones de seres viven en soledad") llevando así a otro nivel su particular cruzada contra el Estado, cuya existencia se nutre, en su opinión, en el miedo y la incertidumbre de sus súbditos.

La desobediencia, decía, "es el verdadero fundamento de la libertad". Cabe recordar en este punto otro hecho importante en la biografía de nuestro "excéntrico" protagonista. Thoreau, que murió en plena guerra civil estadounidense, antes de vivir la abolición de la esclavitud, no votaba y prefirió pasar por la cárcel antes que pagar impuestos a un Gobierno que permitía el comercio de seres humanos y la guerra con México. No es de extrañar que Martin Luther King le tuviera también siempre en sus plegarias.

No ha faltado quien ha puesto en duda que el filósofo llevara una vida completamente frugal durante este periodo, o que incluso realizase con sus manos todos los trabajos de agricultura y carpintería que relataba (al fin y al cabo Thoreau era un cultivado profesor universitario con alzacuellos y aspecto distinguido), pero ¿acaso alteraría esto su legado?

Además de sus ideas, también sus métodos crearon escuela. Poetas y novelistas como William Butler Yeats, Virginia Woolf y Mark Twain; filósofos como Heidegger, Bernard Shaw y Wittgenstein y músicos como Gustav Mahler se hicieron construir cabañas para espolear su ingenio al abrigo de la naturaleza, en el refugio de la soledad.

Sus lecciones de humildad, libertad e individualismo bien entendido entroncan también con la de otro breve y magnífico libro, El hombre que plantaba árboles, de Jean Giono. Esta novela, publicada por el autor en 1953 tras ceder los derechos altruistamente, está protagonizada por otro naturalista -esta vez de ficción-, que dedicó su vida a plantar, semilla a semilla, miles de árboles en los Alpes franceses. El propio José Saramago se declaró admirador de esta obra -rescatada en 2013 por la editorial española Duomo en un bonito formato pop up-, en el que se relata cómo la labor paciente del asceta protoecologista Eleazar Bouffier logró transformar un paisaje agreste y yermo en un bello bosque poblado por millones de encinas, al que regresaron las aves, los animales y el agua.

Parafraseando a Henry Miller, tenemos que admitir que, desde la cumbre de nuestra decadencia, Thoreau y su lejano discípulo galo son escritores a los que es imprescindible acudir de vez en cuando. "Si tuviera que elegir entre Francia y Giono, me quedaría con Giono", dejó escrito el autor de Trópico de Cáncer".

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