MADRID. ¿Qué hubiera escrito Ricardo Piglia en su diario el día de su muerte? No se trata de una pregunta morbosa, sino de una suerte de último epitafio costumbrista: ¿Cómo registrar la insólita muerte en unos cuadernos atravesados por la rutina? No existen demasiados ejemplos a este respecto. Quizás el más destacable sea el del dramaturgo Joe Orton –publicado en España en la editorial Cabaret Voltaire- que fue asesinado a martillazos por su amante, Kenneth Halliwell, un 9 de agosto de 1967 en Londres. Apenas una semana antes, Orton había anotado en sus diarios:
Martes, 1 de agosto
Por la mañana me despedí de Kenneth. Estaba raro. En el último momento, le pregunté si quería acompañarme. Parecía sorprendido. “No”, me dijo.
Aquella mañana del 9 de agosto encontraron los cuerpos sin vida de los amantes. El de Orton absolutamente destrozado. La policía localizó además una nota en el escritorio de la habitación que alojaba una cama todavía con las sábanas calientes:
TODO SE ACLARARÁ SI LEEN EL DIARIO.
K.H.
P.S.- SOBRE TODO LA ÚLTIMA PARTE.
El diario en este caso como prueba de un asesinato, como herramienta que el detective –esa figura que Piglia consideraba el ‘último intelectual’ de nuestro tiempo- debe escudriñar con precisión. Este relato netamente policíaco que supuso el final de Orton podría haber sido escrito por Ricardo Piglia, el escritor argentino que murió el pasado 6 de enero y que dedicó toda su vida a explicar literatura –gran parte de ella, centrada en el género negro- en revistas, libros, televisión o prestigiosas clases en Princeton.
Un año antes de la muerte de Orton, un 11 de enero de 1966, Ricardo Piglia anotó en sus diarios:
Una rara felicidad, casi desconocida, una tarde en Mar del Plata. Yo bajaba con la calle España hacia el mar. Una ventana que desemboca en los árboles, en los terribles edificios de cuarenta pisos, al fondo. Caminaba solo. Quería estar tendido en el sofá leyendo los cuentos de Carlos Fuentes, sin pensar, limpio, comiendo duraznos, escuchando el ruido sordo de un motor cercano. No se trata de fomentar el autocontrol, sino de controlar el descontrol.
Esta última frase repleta de sabiduría se revela fundamental en una década propensa al caos en la que, reiteradamente, vamos perdiendo a aquellos referentes que sabían controlar el descontrol a través del arte. A la muerte de Berger, ya podemos sumar la de Ricardo Piglia, la del jovencísimo poeta cordobés José Ignacio Montoto, la del anciano y sólido pensador Zygmunt Bauman.
En este invierno tan infierno, tan repleto de muertes, el verdadero abismo se sitúa en la ausencia de voces –mentes, miradas- que sepan explicarnos que el dolor llegará y habrá que combatirlo. Frases como las de Zygmunt Bauman que hoy, tras su desaparición, resuena:
Hemos olvidado el amor, la amistad, los sentimientos, el trabajo bien hecho. Lo que se consume, lo que se compra son solo sedantes morales que tranquilizan tus escrúpulos éticos.
Bauman determinó una modernidad que calificó como líquida, es decir, despiadada e individualista, donde nada es consistente, donde todo se diluye: el Estado, la familia, la sociedad… Bauman era una suerte de guía para comprender el mal que él mismo diagnosticó. ¿Qué haremos ahora sin él? ¿Quiénes nos quedan? ¿Quiénes nos quedamos? Entre otros, por ejemplo, una actriz llamada Meryl Streep que hace unos días pronunció en el centro del mundo líquido un discurso decididamente sólido:
El instinto de humillar, cuando lo hace alguien en una plataforma pública, se filtra en la vida de todos, porque de alguna forma da permiso a otros para hacer lo mismo (…) La falta de respeto lleva a la falta de respeto, la violencia incita a la violencia.
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Aquel 11 de enero de 1966, Ricardo Piglia siguió escribiendo en su diario una entrada que hoy, 51 años exactos después, sobrecoge por actual:
Somos de izquierda no por generosidad, no por la insidiosa piedad, no por el ejercicio de la compasión, sino porque –como dice Engels- “lo que en todo caso es cierto, es que antes de poder tomar partido por una causa hemos de hacer de ella nuestra propia causa, y que en ese sentido, prescindiendo de eventuales esperanzas materiales, somos comunistas.
Ricardo Piglia escribió su diario durante 57 años. Los dos primeros volúmenes ya pueden leerse en la editorial Anagrama – Los diarios de Emilio Renzi (Años de formación) y Los diarios de Emilio Renzi (Los años felices)-. Cuando salga el tercer volumen, Ricardo ya no estará. Una de las más terribles enfermedades que uno pueda imaginar -E.L.A (Esclerosis Lateral Amiotrófica)- se llevó a una mente intacta, brillante y revolucionaria.
Quién sabe si Piglia se convertirá en el nuevo Roberto Bolaño, si a su muerte física le corresponderá un renacimiento literario, si las estanterías de las librerías –por fin- se llenarán de sus libros, si gurús de la televisión recomendarán su lectura y, entonces sí, se convertirá en universal.
A raíz de la muerte del argentino, se ha recuperado una conversación que mantuvieron ambos –Bolaño y Piglia- en el suplemento cultural Babelia en el año 2001. Una que terminaba así:
Piglia: En fin, quiero decirte que esta conversación va a ser el comienzo de una amistad, o la continuación de la amistad que hemos establecido ya con nuestros libros. Pienso ir a Barcelona en las próximas semanas y ojalá podamos vernos y por supuesto siempre puedes venir a visitarme a California.
Bolaño: Yo también espero que nos podamos ver pronto, aquí o en cualquier parte.
Sospecho que justamente allí, en cualquier parte, deben estar ahora hablando de detectives, de Hammett y Chandler, Piglia y Bolaño.