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LA CIUDAD Y SUS VICIOS

Todos hablan de Iñesta, el renovador de Manises que siempre tiene las manos ocupadas

Barro y fuego. La historia de un hombre con fijación medieval que ha cambiado por completo el futuro de la cerámica, sentando a Quique Dacosta y Jaime Hayón frente al torno

5/12/2015 - 

VALENCIA. Arte visceral. Vocaciones y tornos. Fuego. Manos curtidas en el carrusel del oficio. Se llama Iñesta, Juan Carlos Iñesta, con eñe. Pasa casi todo el tiempo en una taller que le cedió su abuelo, en un barrio -Obradors- abundante en artesanos de la cerámica que reemplazaron los talleres por adosados. Parece un hombre alquimista manejando el tiempo a conveniencia. Tan medieval como adelantado a su tiempo. Su lugar de vida y de trabajo extienden el rumor. ¿En qué era vive Iñesta? “Bajo de mi taller hay uno del siglo XIV, el barrio conserva la misma trama que entonces”. Entre los descampados del barrio sigue encontrando trozos de una memoria en ruinas.

Manises style. Un territorio que pertenecía al feudo del noble valenciano Pere Boïl, quien difundió la cerámica local por todo el mundo. “Haciendo excavaciones en el Kremlin encontraron piezas que habíamos hecho aquí en el XIV”, me explica Iñesta.

La artesanía cerámica, una cualidad valenciana, había entrado en la desidia de aquello que funciona por inercia, sin evolucionar. Y él, que parece vivir entre varias eras, decidió que era el momento de visitar el futuro. Apunten...

"Tienes que hablar con él, tienes que conocerlo". Desde entonces imaginaba cómo era Iñesta. Y fantaseé con un sumo señor en las entrañas de una cueva recibiendo al mundo con las manos manchadas de barro. Manises su Alcarria. “Le gusta explorar e investigar y después de 30 o 40 años como ceramista (nadie sabe qué edad tiene) sigue motivadísimo”, me introduce el diseñador Sergio Mendoza. “Cuando la artesanía se ha ido apagando y cerrando sobre sí misma, Juan Carlos supo ver que hacía falta un cambio y decidió meterse en el mundo del diseño”.

Figuras imponentes como Jaime Hayón o Quique Dacosta han acabado prendados por un tipo con reverberación de anacoreta que es justo lo contrario, un coaligante entre comunidades. De ahí su empresa, su marca, Domanises. “Del verbo to do, hacer”, aclara Iñesta, haciendo un Neville. 

Un principio en su mensaje: jamás dejarse llevar. “No quería estar reproduciendo las piezas de siempre, por ejemplo limitarme a hacer todo el tiempo Algabeguers, por inercia. Me di cuenta de que si no aportaba algo diferente prefería no dedicarme a esto”.

Iñesta el niño

Primer acto en la vida de Iñesta (Premio Nacional en 2012). En el colegio acaban de llamar a su madre y le hacen una revelación: su hijo, con cuatro años, tiene grandes habilidades para las artes plásticas. Prematuramente escribieron el prólogo de su vida, dieron con su talento. “Escuché a la monja decírselo a mi madre… y eso ya entonces me motivó mucho”.

La monja estaba en lo cierto. La motivación todavía le dura. Una cualidad innata se fraguaba entre neuronas: “tengo una parte lógica sobre la materia. Una vez leí que el artesano no necesita planos porque lo tiene todo en la cabeza. Un núcleo dentro de mi cerebro entiende cómo va a responder la materia a lo que yo hago con ella.

Con seis años el niño le hace una confesión a su abuelo: “Voy a ser ceramista”. No tenía antecedentes familiares, pero si el contagio de un entorno dedicado por siglos al oficio. A punto de cumplir los veinte su abuelo le cede un taller pequeño sin agua ni luz. Llevaba sus piezas a cocer a otros talleres y las acababa viendo copiadas.

Desde entonces comprueba el inmovilismo artesanal, cierta desgana por progresar, todo una señal. Como la cerámica vendía apenas se pensó en evolucionar. Hasta que dejó de vender. Iñesta empieza a preocuparse por la evolución y pide a las empresas artesanales de Manises que tengan equipos de diseño. “Pero no era viable…”.

Iñesta ante el fuego

“Una vez pasa por el horno es inalterable”. El fuego como la autoridad que lo decide todo. Las palabras que explican el proceso cerámico parecen hablar de la trascendencia. En todo el trayecto por el que las sustancia terminan por ser bellas piezas de diseño, el apeadero determinante es el horno. Iñesta, como los actores antes de salir al escenario, sigue sintiendo los nervios previos. “Es el fuego quien te dice si la pieza de calidad o es de contenedor. Si hay exceso de oxidación, de humedad… si todo lo anterior se ha hecho bien o no. El fuego te rompe o te deforma si alguna fase se ha hecho mal”.

Bajo sus pies hace siete siglos había un testar, el espacio físico en el que se acumulaba lo deshechado, la materia a la que el fuego le había pasado factura. Ser un experto en cerámica medieval en lugar de volverlo inmóvil al tiempo le hizo pensar como nadie en el avance. “Hace pocas semanas en un encuentro titulado ‘Artesanía Vs. Tecnología’ intervine y dije: aquí no hay debate. Artesanía y tecnología. ¿O es que al inventar la rueda no se estaba aplicando tecnología? La innovación está en los ceramistas desde mucho antes que Cristo”. El artesano invocando al progreso. “Si no evolucionamos, nos dormimos”.

Iñesta en el progreso

Poner a Quique Dacosta o a Jaime Hayón frente al torno tiene que ver con un entendimiento inédito. Una mente capaz de hacer posible con sus manos (las protagonistas, claro, en su foto de Whatsapp) aquello que creativos como estos quizá todavía ni imaginan. “Es un descubrimiento. Demuestra -me cuenta Xavi Calvo- que se pueden emplear técnicas tradicionales y darles una vuelta, haciendo cosas modernas. Aporta el valor de lo tradicional a proyectos de diseño contemporáneo”.

El diseñador Sergio Mendoza incide en su capacidad para coaligar y convertir su taller en punto muy caliente de la creatividad valenciana: “Hoy Domanises se ha convertido en sitio de encuentro de -sobre todo- diseñadores e ilustradores con la cerámica. Antes era un placer descubrirles el lugar a los compañeros, pero ahora te los encuentras allí directamente”.

La apertura de las compuertas. En el feudo del noble Pere Boïl, quien exportó al mundo la cerámica de Manises, un señor de apellido Iñesta se empeñó en cumplir con la profecía de su maestra de colegio. Reventó las costuras autoimpuestas y puso las manos en otro porvenir. Porque ya se sabe, “si no evolucionamos, nos dormimos”. Pongamos que hablamos de cerámica.

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