Mientras parecía discurrir el agosto de la vacunación de la covid con relativa tranquilidad y esperando un otoño donde la normalidad volviera a nuestras vidas para recuperar espacios de libertad y derechos fundamentales que hemos asumido que nos recorten casi de manera permanente, empezaron a correr las noticias sobre la situación en Afganistán. El terror, la barbarie, la no civilización y la muerte han regresado a las noticias de todos los medios internacionales y con ello el análisis de la geopolítica y la situación compleja de los países del mundo islámico, con una mezcla explosiva de religión y política, algo que nos parece lejano en el mundo occidental pero que sigue marcando la pauta en oriente. Algunos medios están realizando un gran esfuerzo para analizar y para que podamos entender mejor lo que ocurre y sobre todo porqué ocurre.
Las tensiones a nivel internacional y las estrategias de las potencias mundiales son realmente difíciles de entender, si no lo hacemos con un estudio de la historia y de las diferentes etapas o períodos que han conformado los países hasta la actualidad. El caso de Afganistán es lo que podríamos denominar un estado fallido, al menos en este momento, donde las estructuras de poder y las instituciones han sucumbido ante un grupo perfectamente organizado y compacto como son los talibanes. La situación es, no sólo gravísima y preocupante, sino descorazonadora porque en los últimos años estuvieron allí militares de diferentes países de la OTAN y una de sus funciones fue la de Crear y formar con las mejores armas un ejército afgano que ahora ha caído y dejado todo su arsenal (como así lo ha denominado algún militar) a los talibanes.
Todo esto lo estamos siguiendo la mayoría de nosotros con una mezcla de miedo e incredulidad, mientras leemos y vemos fotos y vídeos en nuestros teléfonos móviles, en muchos casos desde nuestros lugares de veraneo. Una escena paradójica y propia de estos tiempos locos. Seguro que has visto antes mensajes en redes sociales denunciando el peligro que corren las mujeres afganas, como si no asesinaran a hombres y niños de manera atroz e indiscriminada, que textos explicando que uno de los motivos para que se desate esta nueva crisis ha sido la lamentable decisión de EEUU de retirar sus tropas en pro de un falso buenismo y de un pacto, lógicamente traicionado por los talibanes, de irse de allí pero que se mantuviera cierta paz. Lo inició Trump y lo culmina Biden. Ahora los del no a la guerra clamarían porque siguieran allí las “tropas imperialistas” y no se convirtiera Afganistán en el país de la muerte y la destrucción con la imposición de la sharía o ley islámica.
Después de dos décadas de presencia estadounidense y de tropas internacionales, la situación provocada en los últimos días puede tener gravísimas consecuencias para la paz y la estabilidad a nivel mundial, que ojalá sean mínimas. Mientras mueren miles de personas torturadas, perseguidas y asesinadas por un fanatismo y fundamentalismo religioso que aniquila la humanidad y el valor de la vida entre quienes lo profesan, en la Europa ecologista, pacifista, integradora, transversal e inclusiva, nos preocupa muchísimo tener siete contenedores diferentes para tirar la basura, miles de kms de carril bici y por supuesto usar energías renovables para dejar un mundo lleno de placas solares a los hijos que no tenemos porque la natalidad cae en picado. Un sinsentido constante se impone en nuestra forma de ver el mundo, y parece que ni esta cruel realidad nos abre los ojos.
Entre tanta angustia, se abre un hueco o mejor un valle a la esperanza, el Valle de Panshir, la única resistencia contra los talibán, está a 150km de Kabul y cerca de donde nace el Himalaya, una zona montañosa fácil de defender y difícil de asaltar, un reducto frente al terror y la sinrazón de los talibanes afganos. No son demócratas que luchan por un estado del bienestar, pero al menos son un puñado de hombres conscientes de la amenaza y atrocidad que supone la implantación de la ley islámica en su tierra. El mundo occidental debe dejar de auto inculparse de su avance y progreso y reconocer la realidad cruel del mundo y actuar con proporcionalidad y sentido común, teniendo claro quién es el enemigo y cómo hay que combatirlo.