VALÈNCIA. Los Dardenne. Esa pareja de hermanos belgas que consiguieron marcar un estilo a la hora de acercarse al cine social, con tramas mínimas repletas de una extrema crudeza, pero también marcadas por una ética irreprochable. Desde su irrupción con La promesa (1996) y en especial con Rosetta (1999), su primera Palma de Oro en Cannes, dejaron claras cuáles eran sus intenciones: escarbar en la pobreza de una Europa que daba la espalda a las clases más necesitadas a través de personajes que eran sistemáticamente apaleados por el sistema. En cuanto al aspecto formal, ¿cuántas películas han copiado sus bases estéticas? Esa cámara que se acerca a los personajes, que se pega a sus nucas hasta que prácticamente no vemos nada más, sumergiéndonos en un ambiente claustrofóbico de pesadilla.
Aunque ellos mismos han ido variando este estilo, siempre han sido, de una forma u otra, fieles a sí mismos, a sus códigos estéticos y temáticos. La precariedad económica, el sentimiento de exclusión, el desarraigo, son algunos de los temas que vertebran su filmografía. La inmigración y la explotación laboral, el sentimiento de indefensión y fragilidad frente a un entorno hostil que te rechaza sistemáticamente y se aprovecha de tus circunstancias, ya estaba presente en La promesa, también en El silencio de Lorna y en La chica desconocida. Y ahora, el tándem se centra en este asunto de una manera todavía más explícita a través de una adolescente (Lokita) y un niño (Tori) procedentes de África que llegan a Bélgica para encontrarse con un panorama desolador. Él tiene papeles, ella no. Fingen ser hermanos y viven en un centro de acogida. Los fines de semana trapichean con drogas para ganarse unos pocos euros que tienen que dar a la red de traficantes que los trajo al país. El sueño de una vida mejor en Europa resulta ser una trampa.
Desde las primeras imágenes, veremos a Lokita hostigada, atrapada. Tiene que contestar a una serie de preguntas para conseguir la nacionalidad y tendrá un bloqueo y un ataque de ansiedad. Sobre ella carga demasiado peso: lidiar con los prestamistas, no poder mandar dinero a su familia, tener que acceder a abusos sexuales de un traficante o ser sometida a trabajos forzados para conseguir su ansiada legalidad. Pero hay una cosa que la mantiene a flote, Tori. Es el único elemento luminoso de la película, la relación entre esos dos niños solos, el afecto que se profesan y la mutua protección. En ese sentido, los Dardenne se muestran especialmente sensibles a la hora de contar su historia de una manera muy íntima, algo que se convierte en el asidero fundamental a la hora de acercarse a una película que nos sumerge en una espiral de desgracias y sufrimientos que no tiene fin. Pero los hermanos belgas son grandes narradores. No se recrean en las miserias, porque su cámara nunca las muestra de manera explícita, su mirada es siempre limpia y pudorosa a la hora de mostrar el dolor.
Tori y Lokita son supervivientes y están desamparados. Tienen esperanzas de una vida mejor, pero no son dueños de su destino. Y a pesar de la oscuridad que impregna la película, hay una inocencia en la mirada de los protagonistas que resulta devastadora, y al mismo tiempo conmovedora. Podría ser un cuento de horror, el de dos niños que quieren escapar de un laberinto repleto de un sinfín de monstruos, pero el espacio real es el nuestro, porque los monstruos somos todos nosotros.
Se estrena la película por la que Coralie Fargeat ganó el Premio a Mejor guion en el Festival de Cannes, un poderoso thriller de horror corporal protagonizado por una impresionante Demi Moore