VALÈNCIA. Son las diez y media de la mañana y el Tanatorio Font de Mussa de Benifaio ya tiene previstos tres entierros para el día. No pasa ni una hora cuando una llamada les informa de que hay que recoger un cuarto difunto, es una persona que ha fallecido de coronavirus. En el tanatorio están Felipe, Juan y Esteban Martí Dasí. También ha acudido Felipe Meneses, de la Funeraria Meneses. Los cuatro conviven con la muerte desde hace años, pero ninguno había visto o vivido una situación como la que ahora se está produciendo.
Felipe Meneses lo resume en una frase: "Lo que estamos viviendo es horrible". Desde que el Gobierno Central prohibió la asistencia de más de tres personas a los entierros y cremaciones, las personas que trabajan en pompas fúnebres no solo hacen su trabajo cotidiano sino que se han tenido que convertir en una especie de psicólogos para las familias. Si antes ya lo eran, ahora más que nunca, son su apoyo en un momento tan duro.
Ellos son los primeros en hablar con las familias. Ellos son los que les explican la legislación y los que se enfrentan al choque emocional que supone para muchos de ellos saber que no van a poder despedirse de sus seres queridos. Con paciencia y mucha empatía, sobrellevan la situación, que, como a todo el mundo, les está pasando factura. Ver cómo las familias deciden quién irá al entierro no es fácil. A las lágrimas y dolor, ahora se une la rabia y la desesperanza.
"Es terrible tener que explicarles a los familiares que ahora está prohibido que puedan vestir y velar a los fallecidos. Está siendo horrible. Aún hay gente que quiere velarlos en casa, y hay que explicarles que no se puede", nos cuenta Meneses, mientras nos apostilla que "ahora los entierros son muy fríos, los llevas directos de la casa o el hospital al cementerio sin velatorio de las familias, sin despedida".
Juan Martí explica que "además de estar destrozados, el coronavirus les obliga a elegir quién acude al entierro", en referencia a la orden del Ministerio de Sanidad sobre el máximo de tres personas. A este respecto nos aseguran que en la mayoría de cementerios se cumple a rajatabla la ley, pero que todavía quedan sitios en los que los enterradores, si ven que son una madre o padre y tres hijos, "hacen la vista gorda, los hay que son más flexibles, pero en general no lo son".
La situación es tan dura que ellos han decidido poner toda su alma en que el trance sea lo menos doloroso posible. "En los entierros normales, aunque no es necesario porque no hay velatorio, arreglamos al difunto y lo maquillamos un poco para que el dolor de la familia sea menor. Así, le pueden ver la cara antes de meterlo en el nicho. Que sepan que la persona que entierran es su familiar". De hecho, en el tanatorio tienen hasta pendientes para adecentar a las mujeres fallecidas y que estén lo más arregladas posible para su último adiós.
La muerte de un ser querido es una de las situaciones más duras que una persona vive a lo largo de su vida, y en este tanatorio tratan de que ese momento sea más llevadero. Es complicado, a la gente le cuesta adaptarse, pero ellos se dejan un pedacito de su alma en cada servicio que realizan.
A la crueldad de la situación, denunciada por este periódico el pasado 7 de abril y que se mantiene vigente, se le suma el peligro para los funerarios. La seguridad de los trabajadores de la pompas fúnebres es un tema serio, ya que los cadáveres de personas fallecidas por Covid-19 son mucho más infecciosos que los pacientes vivos. En el tanatorio nos enseñan las neveras en las que, habitualmente, los cuerpos esperan. El problema, nos dicen, es que en la nevera aunque las cámaras están separadas tiene ventilación única, por lo que si un cuerpo desprende un agente infeccioso, como es el caso de coronavirus, puede llegar de una cámara a otra.
Esto no es baladí, ya que aunque lo normal es que si una persona muere de coronavirus en su certificado de defunción ponga la causa, o la presunta causa, puede darse el caso de que eso no suceda, o de que sea una muerte natural de una persona asintomática. "Te tienes que fiar de las familias", asegura Felipe Meneses.
Durante los primeros 15 días del estado de alarma no tenían equipos de protección individual (EPI), tan necesarios para evitar el contagio cuando se está cerca de una persona con Covid-19, pero ellos siguieron al pie del cañón armados solo con guantes y mascarillas. Meneses cuenta que "hasta que pasados 15 días el ayuntamiento nos dio EPIS, solo llevábamos los guantes y las mascarillas. No había forma de encontrarlos en el mercado. Ahora tenemos pocos y estamos reutilizándolos aunque no se deba, pero al menos tenemos".
Los traslados de las personas que han muerto por coronavirus entrañan muchísimo riesgo, por eso llevan dos bolsas. Primero se coloca un sudario y, por encima, una bolsa de cadáveres judicial. Está totalmente prohibido abrir el féretro y, a diferencia de una muerte 'normal', en la que los cuerpos pueden pasar un breve periodo de tiempo en el tanatorio para ser arreglados, los fallecidos de Covid-19 se entierran o creman directamente.
Es la frialdad que deja una enfermedad que ya le ha costado la vida a más de 24.000 españoles, y que ha obligado a 24.000 familias y a otras muchas -la norma es para todo tipo de entierros- a dar su último adiós en la distancia ante la indiferencia de los políticos ante el hecho de que algunos hijos se tengan que quedar en la puerta del cementerio durante el sepelio.
Les preguntamos por la noticia que aseguraba que algunas funerarias había elevado los precios por encima del coste normal durante la crisis del coronavirus. Nos dicen que las han leído pero que, que ellos sepan, en Valencia eso no ha sucedido. Mesenes nos cuenta que los sepelios mediante seguro de decesos están tasados, y que en los que no tienen un seguro ellos han mantenido los mismos precios.
"En Madrid y Barcelona las aseguradoras son buitres, hacen lo mínimo y cobran lo máximo. Si pueden hacerlo por 2.000 euros no se gastan 3.000. La gente debería reclamar el dinero de las pólizas del tanatorio, porque ahora no hay tanatorio y se ha pagado", dice Meneses. También nos cuenta que ahora no se ponen casi flores, pero que ellos siempre ponen aunque sea un centro "para que la caja no vaya pelada".
Sobre el hecho de que un sacerdote pueda asistir, explican que las personas católicas "lo primero que preguntan es por ese tema" y que el cura se acerca al cementerio. En cuanto a los precios de los servicios religiosos, Meneses es tajante: "Los curas cobran lo mismo aunque no hagan la misa. No perdonan ni una". ¿Cuánto cobra el sacerdote? 80 euros.
Además del comportamiento tan diferente que señala en la forma de trabajar en Madrid y València, los funerarios valencianos destacan otra diferencia: "En València nadie ha estado un mes buscando a su familiar fallecido como ha pasado en Madrid". Y apostillan que "aquí se pueden recoger las cenizas del difunto nada más hacerse la cremación, no como allí que hay personas que no las podrán recoger hasta que termine el estado de alarma". Este comportamiento habitual, dentro de la anormalidad de la situación, "da tranquilidad a las familias". La tranquilidad de las familias. Esa es la impagable aportación, en esta crisis, de los profesionales que trabajan rodeados de muerte.