No dudemos en España de los principios que nos dimos todos en nuestra Constitución y que hemos ampliado y extendido gracias a la Unión Europea
Como a muchos españoles, me une un vínculo especial con Venezuela. Dos de mis tíos emigraron en los años cincuenta y vivieron allí durante la época dorados de crecimiento y desarrollo. Regresaron a España en los setenta, pero siempre conservaron su amor por esa tierra y en su hablar un dulce acento del Caribe. Mi única visita a Venezuela, años después, fue con ocasión del congreso de la Sociedad Econométrica Latinoamericana, organizado en Caracas por Ricardo Hausmann en 1994. Tuvo el detalle de recibir a los españoles en su suite, donde charlamos sobre economía y sobre España. Él acababa de dejar su puesto como Ministro de Planificación en el último gobierno de Carlos Andrés Pérez y había sido nombrado el primer economista jefe del Banco Interamericano de Desarrollo, puesto que ocupó hasta 2000, cuando se incorporó a Harvard.
Hausmann dirige, en la actualidad, el Centro para el Desarrollo Económico Internacional, en la Kennedy School of Government de Harvard. En el marco de un workshop sobre Economía Internacional celebrado en el Real Colegio Complutense, he podido escucharle hace unos días. Nos habló del colapso de Venezuela y de cómo, desde hace un tiempo, ha incluido entre los objetivos de su centro de investigación el diseño de la Venezuela del día después.
Aunque a España llega con bastante detalle información sobre la gravedad de la situación económica en Venezuela, los datos que nos describió son espeluznantes. Para empezar, no hay estadísticas oficiales, ni de renta ni de precios. Según ha podido medir su equipo de investigación, en la actualidad los precios están subiendo un 28% semanal, lo que supondría, de seguir así, una inflación anual de un millón (actualmente la interanual es del 200.000%). La producción de petróleo es la mitad de la existente cuando accedió Nicolás Maduro a la presidencia y un tercio de la que se obtenía cuando llegó a ésta Hugo Chávez, en 1999. El PIB ha caído el 45% en los últimos cinco años y tardaría unos 12 en recuperar el nivel anterior de producción, siempre que comenzara hoy mismo a crecer al 10% anual (algo claramente imposible). Como referencia, tras nuestra Guerra Civil la caída del PIB fue del 29% y se tardó 7 años en volver al PIB anterior. El desabastecimiento es total y los cálculos sobre el número de personas que han salido de Venezuela los sitúan entre los 2 millones (según la ONU) y los 5-6, según los propios cálculos del profesor Hausmann utilizando medidas indirectas. Cada día, 8.000 venezolanos abandonan el país.
En su charla se centró en dos cosas: primero, explicarnos cómo se ha llegado a una situación tan dramática como la actual y, en segundo lugar, cómo se podría volver a poner en marcha la economía, una vez la presente etapa haya terminado.
Son dos también los elementos que han causado el derrumbe económico. Por un lado, la anulación del funcionamiento del mercado; por otro, el colapso de las importaciones. Para que funcione una economía de mercado moderna debe darse, de manera simultánea, una conjunción de elementos. No basta con que haya productores y consumidores interesados en un producto, sino que debe existir un sistema financiero que proporcione crédito, unas autoridades públicas que construyan infraestructuras y recauden impuestos para ello, así como un sistema judicial que resuelva conflictos y una policía que garantice la seguridad y la propiedad privada. Este sistema, que Hausmann denomina “auto-catalítico”, se retroalimenta guiado por los incentivos de los agentes. Sin embargo, en Venezuela, a partir de 2013, se rompe esos frágiles equilibrios simultáneos: la economía está altamente regulada (precios, tipos de interés, ganancias) y su incumplimiento, como poner precios por encima de los oficiales, castigado; el acceso a las importaciones está controlado, al ser necesario solicitar las divisas, que ahora tampoco están ya disponibles; los derechos de propiedad son frágiles o inexistentes (durante los años del boom, con precios del petróleo elevados, se nacionalizaron o expropiaron muchas empresas); en este contexto, la escasez no puede tener respuesta por el lado de la oferta. Por ejemplo, la falta de papel higiénico no puede suplirse produciéndolo, al no poder importar pulpa de papel o piezas para arreglar las máquinas para producirlo cuando se estropean. La respuesta del régimen ha sido poner a un general a cargo del abastecimiento de papel higiénico.
Relacionado con el anterior punto, la estatalización de la economía usando los ingresos del petróleo y la consiguiente mala gestión colapsó la producción en sectores clave ( bancos, acero, cemento, supermercados.., ¿quién no recuerda el “exprópiese” pronunciado por Chávez en 2010?). Inicialmente, la reducción de la producción interna la cubrieron con importaciones, para las que no bastaban los ingresos del petróleo, por lo que se endeudaron para mantener la economía en marcha. Pero con la caída de los precios del petróleo, todo el sistema se hundió. La producción interna colapsó, así como las exportaciones, de manera que tampoco fue posible obtener divisas y seguir produciendo y exportando. A partir de ese momento el gobierno empezó a emitir más y más moneda para realizar los pagos, especialmente los salarios públicos y las pensiones. Y ello ha generado la hiperinflación que ahora padecen. La deuda externa de Venezuela, en dólares, es de entre 160 y 180.000 millones de dólares, un ratio respecto a las exportaciones del 600-800%, el más alto del mundo.
Pero, ¿cómo se “resetea” una economía? ¿Qué hacer el día después de que Maduro deje el poder? Venezuela necesitará una inyección de unos 80.000 millones de dólares, según Hausmann, de los cuales el FMI podría proporcionar hasta 60.000, pues superar esa cifra haría insostenible su devolución. La reestructuración de la deuda se tendría que hacer con un descuento del 75% (ahora cotiza al 18% de su valor nominal, por lo que sería una oferta aceptable para los acreedores). Los restantes 20.000 millones tendrían que llegar en forma de donaciones y fondos de ayuda bilateral y multilateral, que a buen seguro será posible encontrar, dada la dimensión que está cobrando en términos de refugiados, especialmente en los países vecinos. A corto plazo será urgente reabastecer con alimentos, medicinas y productos de primera necesidad a la población para, a continuación, hacer llegar los productos intermedios que recuperen la producción del país. El sector del petróleo necesitará importantes inyecciones de inversión, para que vuelva a aportar las divisas necesarias. Pero todo ello será imposible sin un régimen político, basado en un parlamento legítimo y que garantice el imperio de la ley y la defensa de la propiedad.
Aunque pensemos que en España estamos lejos de vivir una situación como la de Venezuela y las bases que sostienen el funcionamiento de las economías de mercado sean sólidas, los principios democráticos, la confianza y la estabilidad son condiciones necesarias para mantener un país en funcionamiento. Ahora que cumplimos 40 años de nuestra Constitución, no dudemos de la eficacia de los principios que nos dimos todos entonces y que hemos ampliado y extendido gracias a la Unión Europea.