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CRÍTICA DE LA DESPEDIDA

Traub dirige su último concierto como director titular de la Orquesta de València

Desde 2005 ha dirigido el conjunto, en el que se han mejorado la capacidad expresiva y la comunicación con el público

27/05/2017 - 

VALÈNCIA. Recibió Yaron Traub un calurosísimo aplauso tras la que fue su última actuación como titular de la Orquesta de Valencia.. Han sido doce años al frente de la formación sinfónica más antigua de esta ciudad, doce años con sus luces y sus sombras, pero que han colocado la labor del israelí, sin el menor género de dudas, como un elemento decisivo en la evolución de la misma. Al tiempo, proporcionan una interesante y prolongada perspectiva de la compleja interacción entre un director y la orquesta que comanda. 

Si no hay dos pintores que vean la luz de una misma manera, tampoco los músicos coinciden en la lectura de una obra. De ahí el esfuerzo que necesita un director de orquesta para controlar e integrar las 40, 70 u 80 visiones diferentes de los instrumentistas que tiene frente a él. En ello radica una de sus tareas más nobles: aunar todas esas visiones mediante la capacidad de seducción y la sabiduría. Debe transmitir a los músicos y al público lo que hay tras los pentagramas. En definitiva: debe convertirlos en música real. Los asiduos al Palau de la Música han asistido, en los doce años con titularidad de Traub, a muchas escenas de amor –léase de empatía, de respuesta rápida, de acoplamiento sin fisuras- pero, también, de extrañeza, ausencia de comunicación e interpretación mecánica. Por una de las partes o por ambas. Y aunque la despedida no sea el momento más adecuado para enumerar carencias, lo bueno que deba decirse sobre el maestro israelí –y es mucho- sólo cobrará sentido si se huye del panegírico fosilizado y se reseña asimismo aquello que no lo fue tanto. 

Traub empezó como titular en el 2005, aportando a la orquesta del Palau un plus de expresividad y de fluidez que su anterior titular, Miguel Ángel Gómez-Martínez no le proporcionaba. A cambio, en temas de ajuste y detección de fallos, el granadino parecía llevarle la delantera. En cuanto a cómo interiorizaba la orquesta tales diferencias, resulta aventurado decirlo. Pero es indudable que Yaron Traub fue el director que eligieron los propios músicos, y que en los primeros años se evidenció una mejora evidente en cuanto a calor interpretativo, elaboración del fraseo y capacidad comunicativa. Con el paso del tiempo, sin embargo, una parte de la orquesta empezó a sentirse menos a gusto con el director israelí. El público, en su mayoría, permaneció muy entregado, aunque también se escuchaban críticas en aquellos aspectos donde la orquesta parecía estar atascada. Eran estos, principalmente, los referidos a claridad en la métrica y a los pobres resultados en el repertorio del clasicismo.

Sería injusto, sin embargo, valorar los déficits de la propia orquesta y atribuirlos mecánicamente al director, porque casi siempre se ha tratado de responsabilidades compartidas. Así, los leves desajustes en inicios y finales de frase, por ejemplo, ¿son siempre culpa de la batuta? ¿la gradación sin brusquedades de los reguladores depende sólo de la técnica del director? ¿y de quién brota la rutina en la lectura de las obras? Porque, al igual que el éxito de un concierto se atribuye tanto al director como a la orquesta, las sesiones mediocres tampoco tienen un único responsable. Cuando se ha deteriorado la relación entre el director y parte de la orquesta, puede suceder que esta no rinda al máximo con el titular. O que el titular se muestre menos creativo que antes. Algo de eso ha pasado a veces en el caso que nos ocupa.

En  otras ocasiones, y hasta la última temporada, ha habido conciertos de una calidad excepcional, y tenemos muy cerca uno de ellos: la Tercera Sinfonía de Mahler, , montada el 1 de abril de este mismo año, y que puso el listón interpretativo a un nivel altísimo. El problema del binomio Traub-OV, a estas alturas de su relación, es que la calidad de las interpretaciones varía en una franja excesivamente amplia. A veces, incluso, dentro de una misma sesión, donde se puede ir de lo exquisito a lo anodino. 

Por eso parece bueno que, tras doce años, se pase página y se busque a un nuevo director. Un nuevo director que garantice el mantenimiento de la buena herencia recibida. Y que también  sea capaz de ilusionar a la orquesta en la superación de sus flancos más débiles. Nada se ha dicho, al menos oficialmente, sobre quién sustituirá al maestro israelí, ni cuánto tiempo permanecerá la orquesta sin director titular. Traub, ya en condición de invitado, la dirigirá en tres ocasiones durante la próxima temporada, pero no debiera prolongarse demasiado tal interregno, porque podrían perderse las habilidades adquiridas antes de que una nueva figura tome las riendas y establezca un plan de actuación.

Strauss y Wagner como muestra del nivel actual


En el concierto de despedida, Traub asumió un programa arriesgado, con obras de Richard Strauss y de Wagner. El primero, tanto en Don Quijote como en la suite op. 59 de El caballero de la rosa, le sirvió para lucir las habilidades con que deja a la formación valenciana, que tuvo aportaciones individuales tan relevantes como las de Enrique Palomares (violín) y Santiago Carbó (viola). Hay que mencionar muy especialmente a Truls Mørk, violonchelista noruego que lució muy hermosas maneras. También, a  los solistas de tuba, oboe, flauta y celesta. Entre otros muchos. Porque, a pesar del gran aparato orquestal, Strauss dispone en ambas obras pasajes de transparente textura que dejan totalmente al descubierto la labor de solistas y secciones. Como director, por otra parte, Traub asumía el reto de ofrecer una mirada global sobre las variaciones con las que el compositor glosó el Don Quijote. La Suite de El caballero de la rosa le exigía también, por su parte, sintetizar los grandes hallazgos contenidos en la ópera homónima. Entre ambas, el wagneriano Idilio de Sigfrido. Fue leído este a partir de una sonoridad de corte camerístico con la que Traub recuperó el espíritu de la pieza cuando le fue ofrecida a Cósima Liszt como regalo de cumpleaños. La partitura contiene una canción de cuna a la que se refirió el maestro en su presentación, dedicándosela a los niños muertos en el reciente atentado de Manchester.

Traub recibió del concertino, Enrique Palomares, y en nombre de los músicos, una batuta de honor como reconocimiento de su labor al frente de la orquesta. Estaba el alcalde Joan Ribó en la primera fila del anfiteatro. Pudo verse en el concierto a su padre, Chaim Traub, antiguo concertino de la Filarmónica de Israel (con 91 años), quien evidenció momentos de mucha emoción ante la delicada versión de El caballero de la rosa que estaba dando su hijo. Y también, como es lógico, contemplando al público, puesto en pie, aplaudiéndole tan largamente. 

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