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CARTAS DESDE BOLONIA

Travestis, sufragistas, dramaturgos. Las otras generaciones del 27

Poetas, dramaturgos, filósofas, pintoras y libertinos. Los años veinte comienzan a suscitar un interés que promete releer toda una década dorada. Una década que, poco a poco, nos muestra que fue mucho más de lo que pensábamos

22/05/2017 - 

VALÈNCIA. “Treinta años: la promesa de una década de soledad, una lista menguante de solteros por conocer, una reserva menguante de entusiasmo, pelo menguante. Pero a mi lado estaba Jordan, que, a diferencia de Daisy, era demasiado lista para arrastrar de una época a otra sueños olvidados. Mientras atravesábamos el puente en penumbra, su cara se apoyó pálida y perezosa en la hombrera de mi chaqueta y la presión tranquilizadora de su mano fue calmando el formidable golpe de los treinta años” (El gran Gatsby, Fitzgerald).

En 1925 Francis Scott Fitzgerald publicó El gran Gatsby, una novela que fue acogida con suma frialdad en el mundo literario norteamericano, hasta el punto de tener que ser rescatada tras la muerte del escritor. La crítica veía en ella superficialidad, desconcierto y frivolidad, una conjunción narrativa que la ligaba a la banalidad, y el público dio de lado a un escritor tan glorificado como vulnerable. A través de los ojos nublados por el alcohol, Fitzgerald observaba una sociedad radicalmente nueva, traumatizada y paradójicamente optimista tras el espanto de la Primera Guerra Mundial, donde la aristocracia se había quedado anclada en otro siglo, y aquel siglo XX, nuevo, a estrenar, tendría como protagonistas a la juventud, al amor, al lujo, a las fiestas y a la diversión.

No otra cosa fue el mito de los locos años veinte. El gran Gatsby representaba el prototipo de lo que sería posteriormente el yuppie (como vería en su versión fílmica Baz Luhrmann), una juventud encantada con el amor y los amoríos, el flirteo, el champán, los trajes y los coches.

La década recuperada

Sin embargo, fue una década “dorada” aplastada por dos guerras mundiales inmensas y por unos años treinta donde las grandes ideologías totalitarias comenzarían a tomar forma en la mayoría del continente europeo. Las grandes superproducciones (y también la perspectiva académica) han visto el potencial de estos años, más allá de la mitología cabaretera del París de entreguerras, que congregó a intelectuales, escritores y artistas tan dispares como Ernest Hemingway, Pablo Picasso, Ezra Pound, Man Ray, Matisse o la matriarca Gertrude Stein.

Pero los escenarios van mucho más allá del Moulin Rouge y de las veladas en París. Siempre pensamos que la versión española de Downton Abbey sería Los santos inocentes, de Mario Camus. Pero no. Netflix acaba de estrenar Las chicas del cable, la primera serie española en esta plataforma. En ella, surge un Madrid muy alejado de la representación paupérrima e hipócrita de Benito Pérez Galdós, Ramón María del Valle-Inclán o Alejandro Sawa. Es la época de las telecomunicaciones, de las reivindicaciones feministas, del sufragismo, del charlestón, de los peinados varoniles y de las diademas con plumas.

También era la época del anarquismo, de la lucha obrera, de las guerras de África y de la dictadura de Primo de Rivera, pero la serie prioriza esa visión festiva de la Historia, proponiendo una nueva lectura optimista a tiempos de grandes transformaciones.

La Historia de la Literatura ha capitalizado la década fundamentalmente en la Generación del 27, la época de plata de la literatura española, ciertamente. Nadie niega la revitalización poética que supuso Federico García Lorca, en primer lugar, y con él Pedro Salinas, Luis Cernuda, Dámaso Alonso, Rafael Alberti, Jorge Guillén o Vicente Aleixandre. El tratamiento del verso, retomando la vía libre de Juan Ramón Jiménez, el refinamiento estético, la elevación de lo popular o la pureza poética fueron algunos de los elementos que llevaron a la poesía española a dar su mejor generación.

Las otras generaciones

Sin embargo, no fue solo el momento de los poetas. En torno a la Residencia de estudiantes se fraguaba el tridente LorcaBuñuelDalí (literatura, cine y pintura), y ello permitiría hablar de una ebullición cultural que abarcaría otros ámbitos más allá de lo poético. El dramaturgo José López Rubio, en el discurso de ingreso en la Real Academia, quiso reivindicar a esa “otra generación del 27” que se había dedicado al teatro y al humor, y cuyo destino en la historia de la literatura había gozado de menos brillo. Sin duda, a aquella generación pertenecía López Rubio, como también pertenecía Enrique Jardiel Poncela, Miguel Mihura o Edgar Neville, dramaturgos que llegaron a escribir para los estudios de Hollywood, y que estaban en sintonía con viñetistas, periodistas o gacetilleros como Tono o, en València, mutatis mutandis, Vicent Miquel Carceller.

En 2015 se estrenó el documental Las sin sombrero, dirigido por Tània Balló, Manuel Jiménez Núñez y Serrana Torres, y un año después, fruto de aquel trabajo, Tània Balló editó el libro Las Sinsombrero. Sin ellas la historia no está completa (2016). En efecto, la generación del 27 no solo había eclipsado a “la otra generación” de dramaturgos y humoristas, sino que había defenestrado a una generación de mujeres que habían sido pioneras en la literatura, en la fotografía, en la filosofía o en la pintura, que habían creado lazos entre ellas y habían reivindicado un nuevo papel para la mujer, en consonancia con las teorías de Victoria Kent o Clara Campoamor.

La filósofa María Zambrano, las escritoras María Teresa León, Josefina de la Torre, Concha Méndez, Ernestina de Champourcín y Rosa Chacel, las pintoras Margarita Manso, Ángeles Santos y Maruja Mallo, o la escultora e ilustradora Margarita Gil Roësset fueron esas mujeres que se quitaron el sombrero en gesto de libertad, y cuya obra y cuyo testimonio se olvidaron durante los largos años del franquismo y, peor, durante la larga amnesia de la democracia.

La ola verde

La recuperación de las escritoras e intelectuales del 27 tiene un impacto que va más allá de lo literario. Pero del mismo modo, habría que desempolvar toda una generación de narradores que a comienzos de siglo XX comenzaron a proponer la cuestión gay como tema narrativo. Al calor del proceso a Oscar Wilde, que dio el pistoletazo de salida para plantear la homosexualidad como conflicto colectivo, en España comenzaron a publicarse novelas que fueron muy populares y muy escandalosas.

Álvaro Retana, Antonio Hoyos y Vinent, Pedro Badanelli, Augusto D’Halmar o Alberto Nin Frías fueron algunos de los escritores que publicaron novelas breves, siguiendo a Wilde o a André Gide, en revistas, periódicos y colecciones populares donde retrataban el mundo de “las locas”. A pesar del consabido preámbulo moral, se escribieron páginas completamente libertinas en las que abundaban los afeites, los triángulos amorosos, las plumas, el travestismo (como Egmont de Bries, el transformista más conocido de los años veinte y treinta), los marineros, las fiestas, el desenfado y los cócteles en cafés, salones y jardines, pero también la prostitución, los pinchazos de morfina o la violencia. Un submundo ocultado por la gran poesía del 27, pero que tuvo un gran impacto entre las clases populares y que dialogaron con estudios científicos, como los de Gregorio Marañón, o con la doctrina católica, pero que dieron más libertad a unos años completamente locos.

Una década que, poco a poco, nos muestra que fue mucho más de lo que pensábamos.

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