Una soleada mañana del 15 de enero de 1992 la banda terrorista ETA escribía con sangre otra de sus crueles páginas. El gran maestro, jurista y político Manuel Broseta Pont caía asesinado en el paseo de Blasco Ibáñez. Hoy su figura, sus escritos y su valentía sigue viva gracias al trabajo de algunos hombres buenos.
La muerte no es el final reza el título del himno con el que se honran a los caídos de las Fuerzas Armadas. Un asunto que trasciende a la creencia religiosa en una vida eterna más allá de esta terrenal, y que se hace realidad cuando logramos mantener vivo el recuerdo y continuar el camino iniciado por la persona que muere. Es algo que en España debemos hacer con todas y cada una de las víctimas del terrorismo porque su muerte no fue natural, ni accidental, ni justificada y un pueblo que no pretende repetir sus errores y que no quiere convertirse en una masa de personas sin sentimientos ni empatía, no puede olvidar lo que ha significado durante más de cuatro décadas los asesinatos atroces de los terroristas vascos. Especialmente cuando seguimos viendo homenajes y exaltación de esos criminales, muchos de ellos gozando de la libertad y de la vida que arrebataron a otros cientos de compatriotas.
Este 2022 se han cumplido treinta años del asesinato de uno de los valencianos más relevantes del siglo XX, el profesor Broseta como lo solemos llamar casi todos por su relevancia en el mundo académico. Prácticamente cada año por estas fechas le dedico mi sencilla y sentida columna a su memoria y creo que lo merece y que no debemos dejar de honrar a quienes cayeron de manera tan vil. Mi interés por el fenómeno terrorista y su mantenimiento durante años como si todo un país con su policía y sus Fuerzas Armadas no pudiera hacer nada por aniquilarlos, me llevó a realizar varios cursos y jornadas de la Fundación que llevaba el nombre de Manuel Broseta y que organizaba (y sigue organizando hoy en día) interesantísimas jornadas sobre el terrorismo. La providencia me llevó a que mi primera experiencia profesional fuera en esa misma casa, y de ahí que mi cariño, cercanía y compromiso con la familia Broseta se reforzarán y unieran más si cabe.
Los descendientes de Don Manuel son gente de gran valor, profesionales de éxito y luchadores incansables para mantener vivo su legado, pero sin quejas ni lamentos, sino siendo constructivos y recordando cada 15 de enero junto a la figura de su familiar asesinado al resto de los caídos en defensa de la libertad y la democracia. Hecho que da sentido a esta justa reivindicación y que como bien dijo Pablo Broseta, presidente de la Asociación de Amigos de la Fundación Broseta, le gustaría mucho a su padre, que se le recordara junto al resto de víctimas. La realidad es que Manuel Broseta estaba llamado a ser un líder político destacado del pueblo valenciano, y quizá algunos de los asuntos que siguen estancados en nuestra Comunitat habrían tenido otro recorrido con una figura de su talla intelectual y personal representando nuestros intereses en España.
La defensa de la democracia, del pluralismo y la tolerancia la llevó siempre a gala, pero también la defensa de la identidad del pueblo valenciano, ese orgullo que tantas veces sentimos que nos falta. Esa creencia en que somos igual de buenos (y a veces mejores) que otras comunidades autónomas, esa convicción colectiva que debería respirarse en cualquier sitio y que sería la justa consecuencia de nuestra historia y de nuestro presente. Hitos culturales de magnitud mundial como tener un siglo de oro en lengua valenciana en el siglo XV o ser la primera ciudad donde se imprimió pro primera vez en España a finales del siglo XIX y tantos otros. Para que un pueblo sienta un legítimo orgullo y conozca su verdadera historia frente a mitos y leyendas negras, también necesita verdaderos líderes y gentes de bien que, a través de su ilustración y su pasión por su tierra, generen toda una corriente desde las instituciones.
Manuel Broseta era un líder con carisma y autoridad, el verdadero liderazgo que emana de la personalidad, conocimiento y capacidad de cautivar a los demás. Algo que, en 2022, treinta años y cuatro días después de su brutal asesinato seguimos sin tener en nuestra querida tierra valenciana. Ojalá algún día alguien recoja ese testigo y esa orfandad en la que nos dejaron y muchas de sus palabras e ideas sean actualizadas a través de una nueva, aunque nunca igual, personalidad política y social como la suya.