VALÈNCIA. No sé si será el mejor documental que nunca he visto, porque me parece absurdo que tenga que existir algo que sea "lo mejor" en cualquier género, pero su huella aún permanece. Daguerréotypes,en 1976, de Agnes Varda, contaba la vida cotidiana de los habitantes de una calle parisina, la Rue Daguerre
Ella misma vivió 20 años en esa calle y lejos de fascinarse por un suceso extraño, algún personaje extravagante o cualquier otro detalle que se saliese de la norma, en lo que se fijó fue en lo habitual, en lo corriente. Ya decía el filósofo que el inteligente se fija y aprende de la norma y el resto encalla se queda con la excepción.
Puso uno a uno a todos los comerciantes del lugar a contar su vida, sus anhelos, su día a día. En principio, la sinopsis resulta de todo menos atractiva para la noche de un fin de semana, pero el trabajo que hizo fue sublime. Penetró en la psique de todos ellos y lo que reflejó fue a un montón de criaturas perdidas, encerradas en sus rutinas, en sus comercios, pero perdidas en realidad. Había una mujer que tenía frases lapidarias. Decía con toda sinceridad y sin ser consciente de la importancia de sus palabras que soñaba con irse volando de donde estaba. Se acercaba a la puerta del comercio, pero no se atrevía a salir.
El enfoque de las entrevistas que iba haciendo a cada tendero y persona con un local en esa calle era profundamente filosófico. Por qué está aquí, por qué hace lo que hace y cuáles son sus sueños, podría ser un resumen de lo que les iba preguntando. Todos ellos tenían más o menos la misma edad. Era la generación que durante la Segunda Guerra Mundial eran jóvenes o adolescentes. En su vida no habían hecho más que trabajar y los planteamientos vitales del sesentayochismo les habían pillado, digamos, de perfil. Bajo la cámara de Varda, parecían juguetes rotos.
El último ganador del Goya
Es el documental que viene a mi memoria cuando veo en Movistar + el último ganador del Goya, Fragil equilibrio, de Guillermo García López. Esta película tiene varias facetas. Por un lado analiza la situación de los migrantes que se quedan en el monte Gurugú esperando su oportunidad para saltar la valla de Melilla. La de las concertinas, la que les causa tremendos cortes.
También muestra que al otro lado de la valla también hay pobreza. Entrevista a un desahuciado, que ahora sobrevive como okupa. Un hombre que llegó a tener un sueldo de varios miles de euros al mes, pero que un cáncer de páncreas de su mujer le arruinó, tenía que pagar la mitad del precio de las medicinas en la Seguridad Social, tuvo que vender todos sus pisos, al final ella murió y él se quedó en la calle. Fue expulsado de su casa por la policía.
Sin embargo, aparece un japonés que tiene trabajo y casa y que, entrevistado, muestra la misma alegría en su mirada y en sus palabras que los anteriores personajes en situación límite. Este hombre, un empleado de marketing, se encuentra con un viejo compañero y hablan de su vida. Uno no hace más que trabajar. Incluido el fin de semana, desde su casa con un portátil, y el poco tiempo libre que le queda lo dedica a beber cerveza y ver la televisión. Cuenta con amargura que se había comprado un coche para hacer largos viajes y no marcaba más que diez mil kilómetros al cabo de unos años. Su diálogo resulta tremendamente esclarecedor del modelo de relaciones laborales actual, justamente en unos días en los que nos están filtrando la idea-fuerza de que las vacaciones son un privilegio.
El verdadero "sueño" americano
Estos diálogos se acompañan con planos de gente en el metro yendo a currar. Todos dormidos, desencajados. En una estancia en Nueva York que hice me encontré algo parecido, que no es ajeno tampoco al metro de las ciudades españolas, pero allí me llamó más la atención. La gente volvía verdaderamente rota de trabajar, muchos dormidos con la baba colgando. Ese me pareció el verdadero "American Dream", la cabezada que echaban en el vagón desencajados viniendo o a veces yendo, empezando el día ya reventado.
El documental galardonado con el Goya lo conduce una entrevista al ex presidente uruguayo José Mújica. Muchas de las frases que dice sobre el capitalismo y la desigualdad no dejan de ser brindis al sol, pero son interesantes las reflexiones que hace sobre la vida alienada de los trabajadores, por mucha corbata y portátil que lleven. Dice que hoy nos quitan todo el tiempo y que enfermedades como el estrés no existen en los pueblos aborígenes.
La mayor pobreza es la soledad
También reflexiona sobre la situación de esclavitud que supone la dependencia del mercado. El comprar, comprar y comprar. El consumo como una forma muchas veces de superar la soledad. Dice Mujica que la mayor manifestación de pobreza, en el contexto que sea, es no tener una comunidad. Explica que, de hecho, en la antigüedad, junto a la pena de muerte uno de los castigos más severos era el destierro.
Por otro lado, Mújica también habla de que el mundo tan interdependiente como el que tenemos ahora necesita gobernanza. Hay medios y conocimiento para que la vida de todo el mundo sea habitable, dice, pero no hay una dirección que lo ejecute, solo hay disputas inútiles de poder. Y sentencia: "necesitamos razonar como especie".
Observar la plaga humana
Al igual que el título de este documental, Frágil Equilibrio, en 1983 se estrenó uno, ahora un clásico, que hacía referencia a lo mismo: Koyaanisqatsi, que en lengua hopi, un pueblo nativo americano, significa "Vida fuera de equilibrio".
Con banda sonora minimalista de Philip Glass, sin una sola palabra, Godfrey Reggio, financiado por Francis Ford Coppola, hizo un montaje extraordinario con las imágenes que su operador Ron Ficke había recogido viajando por todo Estados Unidos. La película, además de un espectáculo audiovisual, en lo que incidía fundamentalmente era en cómo el hombre actuaba sobre el planeta. Como una plaga. Como el moho, como un gran organismo ruidoso y luminiscente.
En Koyaanisqatsi se enfrentaba el mundo de la naturaleza con el mundo que había creado el hombre en el planeta. Entonces no existían las teorías ecologistas actuales del cambio climático. El trabajo se encuadraba más en las teorías new age del momento que abominaban de la sociedad industrial. Sea como fuere, el excelente resultado no solo sirve ya para plantearse por qué hace uno lo que hace o si tiene sentido, sino para toda la humanidad.