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el muro / OPINIÓN

Turismo de aluvión

Foto: KIKE TABERNER

Nos faltaba la locura del turismo de frenesí sujeto a intenciones de control. Lo fácil es atraer, lo complicado ordenar. Nos sobran fotos. Necesitamos políticas.

13/05/2018 - 

No estábamos del todo preparados y la masificación turística, los apartamentos de alquiler y el desmadre colectivo que azota tanto a nuestra ciudad como a otras grandes del país nos ha pillado desprevenidos. Así que, vivimos abducidos en un perfecto surrealismo del que será muy difícil salir por muchas leyes y normas que queramos aprobar a la carrera pero sencillas de evitar. Una vez dictadas, consensuadas y aprobadas habrá que desarrollarlas. Para entonces, el asunto estará en un auténtico limbo. Su control ya no sólo será antipopular sino complejo de manejar.

Entiendo las prisas por encontrar soluciones ante un problema que afecta a los ciudadanos. Reclaman acciones y no tardanzas ventiladas con quimeras políticas.

Al Gobierno central, o más bien al ministerio de Montoro, le interesa mucho el control, pero no por un saneamiento o una ordenación. Su objetivo es recaudatorio e impositivo. Los autonómicos están por modular soluciones que no pueden controlar ni generalizar desde los despachos. Hay que teatralizar para dar imagen de efectividad. A los municipales, porque la ciudadanía comienza a responder a la inacción o retraso de soluciones.

Luego están los comerciantes. La división que existe entre quienes comprueban cómo la masificación turística no les aporta apenas nada y aquellos que ofrecen servicios de restauración y el turismo es fuente de ingresos mientras llenan calles y barrios de terrazas cuyo control es más que complicado ante la ausencia de brigadas de supervisión dedicadas en cuerpo y alma. Sin  entrar a  valorar el incumplimiento de ordenanzas.

Pasear cualquier día entre semana por el centro de la ciudad aporta una imagen festiva. Innumerables grupos de personas detrás de una banderita. Siempre recorren los mismos escenarios. Sus autobuses aparcan en lugares reservados para el transporte público. Siempre acaban inundando el Mercado Central. Pero no para descubrir su arquitectura, sus colores, detalles arquitectónicos o la singularidad y magia de su arquitectura civil e historia. No. Hasta allí llegan para ser soltados como rebaño incontrolado. No consumen, no compran, pero si incomodan a compradores y vendedores que ven cómo se convierten en atrezo de recuerdos de teléfono móvil. Puro espectáculo mediterráneo. Faltaba señalización prohibiendo sentarse en sus escaleras. Como no pongan policía especializada estamos condenados. Sólo nos queda multar para empeorar la imagen o ampliar burocracia inservible.

Entiendo el malestar entre los vendedores del Central, como ya comienza a producirse en los de Ruzafa, aunque allí compran porque los apartamentos turísticos son un boom. Y es que, hay días de la semana que atracan hasta seis cruceros con miles de viajeros ávidos de sorpresa y frenesí. Aquí cabemos los que cabemos.

Foto: PEPE OLIVARES

Tengo un familiar cuyo edificio se ha convertido en residencia temporal de visitantes. Lo que cuenta no es poco: caos, desorden, ruido, inseguridad, suciedad, elementos comunes afectados, indiferencia de lo que ellos mantienen con cariño y han de reparar -bloquear ascensores en grupo incontrolado es trending topicy otros muchos problemas que cualquiera puede imaginar. Y es finca histórica y burguesa. Nadie sabe nada cuando preguntas al conserje.

Valencia es una ciudad amable como destino turístico. Más que rentable. Quien la descubre repite o la recomienda a su regreso. Es de calidad. Tiene un coqueto centro histórico, gentil de recorrer, monumental y, además, playa, buen clima y hasta ronda ciclista, más utilizada por grupos turísticos que por los propios ciudadanos. Compruebe cuántos negocios de alquiler de bicicletas se han abierto en los últimos tres años.

Cruceros y vuelos low cost que cada día se multiplican se encargan del resto. Las rutas de los visitantes son siempre las mismas. No hay más o no interesa que existan porque una parada de barco cuesta mucho y las horas de atraque han de ser reducidas.

Este es un debate complicado, pero preocupante. Sin más, hemos convertido nuestro centro histórico en un mapa de franquicias. No sé dónde ha quedado aquella promesa de nuestro ayuntamiento de proteger y vigilar los establecimientos con historia que cambian de fisonomía como de menú, franquiciado y marca. A ello se añade el conflicto de las zonas de ocio, Carmen y Ruzafa principalmente como las más afectadas, barrios convertidos en espacios chic. Escuchar hablar de alcaldes de noche, asociaciones vecinales en pie de guerra y ausencia de medidas reales que salten del papel o de un micrófono a una realidad es una evidencia.

El destino de València como ciudad turística ha crecido de forma desproporcionada en poco tiempo. Pero como en casi todo, llegamos tarde. Nos interesa más quedar plenamente satisfechos con los datos estadísticos sobre el crecimiento de visitantes y soñar con aquello que los turistas supuestamente nos devuelven que construir una ciudad reglada y regulada. Esto se nos está yendo de las manos.

Urgen políticas de acción y control. Si es que queremos que nuestra ciudad no se convierta en una especie de parque de atracciones. Faltan nuevas rutas histórico artísticas que repartan a los turistas más allá de los cuatro espacios o recorridos a los que día sí y día también conducen los guías; nuevas políticas de espacios, rutas para quienes no sólo busquen un esparcimiento pasajero matinal por cuatro monumentos y acabe con estampida en el Central.

Tenemos turismo de aluvión. El tema no es discutir sólo sobre un nuevo muelle de cruceros, que también y es imprescindible, sino tener muy claro que debemos tener una demanda ordenada y bien gestionada que repercuta en nuestra sociedad. Turismo por turismo no es el fin, Mal organizado degrada, aunque regale fotografías de recuerdo y datos estadísticos complacientes.

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