Esta ciudad ha entrado de lleno en un nuevo modelo de movilidad. Pero tiene también sus carencias. Mucha normativa interna mientras los turistas campan a sus anchas sobre aceras o contradirección en bicicleta o patinete
Pregunta un amigo extranjero de visita por Valencia y mientras recorremos la ciudad, por qué se produce ese caos de tráfico urbano en horas punta por las Grandes Vías y las calles más céntricas cuando disponemos de un anillo ciclista tan versátil y circunvalaciones concéntricas.
Pues por eso mismo, le intento explicar. Damos vueltas. No somos radiales. Y las peatonalizaciones se han realizado, además, sin mucho criterio objetivo, antes y ahora, lo que complica todo un poco más. En un principio le cuesta entenderlo. Pero después sugiere que eso no es buen síntoma de sostenibilidad, algo a lo que le doy la razón. No somos una sociedad acostumbrada a los cambios radicales de un día para otro, le explico, ya que el exceso de información conduce a la desinformación y la ausencia de pedagogía comunicativa al absoluto desconocimiento.
Reconoce que las decisiones no deben tomarse de forma unilateral sino argumentadas, pactadas y racionalizadas o, al menos, bien estructuradas y sin flecos.
Pero, al mismo tiempo, me hace reflexionar un poco más sobre aspectos económicos. Y es verdad, pienso. No sé por qué le han cogido tanta ojeriza al concejal en funciones de movilidad Grezzi cuando debe haber sido el edil que más faena municipal ha generado en esta ciudad. En realidad, lo que ha hecho ha sido dar trabajo a un montón de personas y empresas que se han encargado de construir los carriles bici y, además, ha generado una industria paralela. “Gracias” a él Valencia se ha llenado de casas de alquiler de bicicletas por horas o días y, además, ha redoblado la aparición de talleres de reparación de vehículos a dos ruedas. Es más, ha hecho florecer la industria del patinete y hará crecer la venta de cascos. Y como nos descuidemos hará todavía más poderosas a las empresas vinculadas al mundo de los seguros, que son de aúpa y no paran de dar la paliza al mediodía ofreciendo hasta seguros dentales para mascotas.
Es más, sus nuevas normas de movilidad podrían ser un filón para aligerar las arcas públicas si la nueva normativa se cumple a rajatabla y se aplican todas esas sanciones con las que nos amenazan: desde pedalear por aceras hasta aparcar motocicletas en espacio de paseantes si a 50 metros de distancia existe uno de esos mínimos cubículos habilitados en los barrios para tal efecto pero siempre completos.
Además, este nuevo consistorio tiene el argumento perfecto para llevarlo a la práctica. Sólo con que se cree una policía municipal de movilidad que se agazape cerca de cualquier casa de alquiler de bicicletas la recaudación podría ser de auténtico placer para nuestro edil de Hacienda. Porque supongo que a los visitantes a nuestra ciudad que alquilan esas bicicletas no se les habrá explicado ni se le explicará cómo deben de circular por la ciudad y las limitaciones y obligaciones de un alquiler. Tampoco sé si se habrán dado cursos o seminarios explicativos a los arrendatarios para su transmisión popular, e incluso si facilitarán mapas con los circuitos y al menos una síntesis de las normas municipales.
Me explico. Ahora que están de moda las rutas ciclistas en grupo por la ciudad, se podría recaudar lo que no está escrito porque ninguno de esos grupos de ciclistas de alquiler respeta de momento las normas. Seguro que hasta las desconocen. No ha existido ni existe pedagogía.
Hace unos días, por ejemplo, al girar una de las esquinas del Palacio de Justicia con destino a la calle de Colón, fui rodeado como si de un ataque sioux se tratara por un grupo de no menos de treinta turistas en sus respectivas bicicletas de alquiler que circulaban por encima de la zona ajardinada teniendo en la otra acera el susodicho anillo. Pero no acabó ahí la historia. Camino de Ruzafa, ya en mi motocicleta, fui interrumpido por otros tantos pedaleantes que venían en sentido contrario por la calle Denia camino de la arteria de Ruzafa. Por supuesto, les dejé pasar arrinconado, como en La diligencia.
O sea, que las normas, por lo visto, no son igual para todos, pero a mí sí me pueden multar con alegría si aparco mi moto sobre una acera. Sin embargo, que el turista accidental o temporal incumpla toda normativa existente debe de estar mal visto. Como lo es usurpar el carril taxi/bus que ellos sí pueden abandonar sin contemplaciones o recoger/descargar pasajeros sobre un paso de cebra sin avisar.
No tengo nada contra el anillo ciclista ni los turistas. Al contrario. Pero sí frente a normativas abusivas y hasta poco comprensibles si antes no existe pedagogía y por tanto se incumplen aspectos básicos de urbanidad. Debe ser que llamar la atención a un turista de esos que van a toda pastilla sobre sus bicicletas de alquiler ligeros de ropa debe de estar mal visto y se puede llevar a su país la idea de que somos una sociedad insolidaria, poco atenta con los visitantes y estricta en el cumplimiento de las reglas. O, por el contrario, somos la ciudad del todo vale. Claro, si tenemos a los agentes ordenando el tráfico cada 20 metros en la misma calle Ruzafa o en las Grandes Vías quién va a vigilar las tropelías del entorno.
Ya no hablo de caos circulatorio que nos desvía sinsentido por el Carmen o la Avenida del Oeste y no permite salidas y menos entradas, sino de responsabilidad compartida y sobre todo exigencia política. Aunque sea nueva.
Ya tenemos anillo, a veces desmedido y sin cierta lógica, pero práctico para unos y también caótico para otros. Pero nos falta todavía un buen sistema de transporte público que debería haber sido antes la gran prioridad de cara a una concienciación social sobre la cacareada sostenibilidad. Pero ya puestos y a estas alturas de la película, al menos, controlemos las disposiciones. Para algo se hacen. Supongo. Lo otro es, simplemente, recibir americanos con alegría. También muy nuestro.