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encierro cultural / OPINIÓN

Twitter no te hace imbécil, imbécil

28/05/2020 - 

VALÈNCIA. Imaginen que cada fotografía o texto que subimos en redes sociales acaba siendo publicada en una lona gigante, cubriendo la fachada de nuestro edificio para sorpresa de nuestros vecinos y vecinas. La escena no la he inventado yo, pertenece a una campaña sobre uso responsable de redes sociales y protección de la privacidad que, si soy sincero, no recuerdo ni cuándo ni dónde la vi. ¿En televisión, quizá? No sé. En cualquier caso, años después todavía ronda mi cabeza y, no solo eso, sino que le encuentro nuevas lecturas. Mis felicitaciones a la agencia de publicidad que la ideó. La imagen era rotunda, una lona que hablaba de una exposición e impacto no siempre fácil de calibrar. La campaña habla de privacidad, sí, pero me sigue interpelando en este momento en el que hemos vuelto a habitar los balcones y en el que el diálogo se mide en caracteres.

La comunicación en red ocupa un espacio ambiguo, un terreno híbrido que rompe los muros entre los privado y lo público. El de las bragas y calzoncillos en el tendedero, tan íntimo y, a la vez, tan expuesto. Esta idea moldea nuestra forma de transitar el mundo virtual pero no es solo un viaje de ida, también afecta la manera en la que habitamos la sociedad física, una idea de espacio público que ha quedado pervertido dentro y fuera de la red social. Llevamos años usando Twitter como si fuera el salón de casa cuando en realidad era una calle y ahora queremos convertir la calle en nuestro sofá.

Escucho constantemente a gente quejarse sobre cómo las redes nos han hecho peores, pero, ¿son realmente la causa o solo un canal? Cada vez más pienso que ha desvelado cómo somos, llevando a la esfera pública las formas con las que muchos se han expresado hasta ahora en la intimidad. El responsable sigue siendo responsable en redes, pero el imbécil es ahora un imbécil con megáfono. El imbécil ya no se avergüenza de serlo ni trata de reservar sus imbecilidades para un grupo selecto, no. Ahora hay un cierto orgullo en ello. Lo que antaño era un quejido solitario ha encontrado en el mundo virtual una comunidad de usuarios entre los que se dan palmaditas en la espalda, un auténtico espectáculo de la vergüenza ajena, la voz más alta y de sonrojante simplicidad.

Y vuelvo a la cuestión del espacio público, porque si la comunidad virtual ha desvelado quiénes somos también ha confundido nuestra percepción sobre el espacio privado y público. Nos enfrentamos en las redes desde el sofá de nuestra casa cuando en realidad es una plaza pública y, en consecuencia, hemos creído que hay que marcar territorio en la plaza pública, si hiciera falta meando en ella. El griterío que antes avergonzaba se lleva ahora por bandera, una rabia hasta ahora contenida que impregna unas calles que siguen sin ser iguales para todos y en las que ya no cabe la humanidad, somos simples avatares.  

Por cierto, ¿para cuándo el Día del Orgullo imbécil?

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