VALÈNCIA (Nacho Herrero/EFE). Vicente Tarazona tiene 82 años, aprendió a montar radios siendo un adolescente y, tras jubilarse, retomó una colección que ahora tenía ya 200 aparatos y que en los últimos meses le servía para distraerse tras la muerte de su mujer. La Dana anegó el garaje done las guardaba y ahora, mientras su familia espera que alguien se las quede para repararlas, él barrunta desmontarlas para aprovechar, al menos, algunas piezas.
En Paiporta, Vicente tenía los aparatos pulcramente ordenados, casi como en alguna de las dos exposiciones que llegó a montar con ellos en su pueblo. Él aún no ha podido bajar a ver el estado pero mira con pena las fotografías que ha hecho su hijo. En el garaje, la marca del agua llega al techo y aún ahora, dos semanas después de la riada, hay un par de palmos de barro en el suelo.
En esas estanterías antes blancas y ahora llenas de restos de fango hay unos 170 aparatos de radio -"de lámparas", apunta- y unos 30 "transistores buenos", y cuenta que algunos de esos eran de los que se veían en las trincheras de "las últimas guerras".
Su familia le anima a que cuente la historia de algunos de esos aparatos y él se lanza. Recuerda Vicente cómo en la Alemania nazi, Adolf Hitler mandó requisar todas las radios y transistores.
"Cuando empezó a mandar, hizo lo que solían hacer todos porque no les interesaba que se pudiera sintonizar (las emisiones desde) Francia, Inglaterra o España. Aquí también pasó. Requisó todo y hay fotos en las calles de montones de radios. Aparatos buenos, ¿eh?", puntualiza.
"Hitler ordenó a las fábricas hacer tres modelos, que en realidad eran iguales y que no permitían sintonizar nada de fuera", explica. Él ya había conseguido los tres y enseña orgulloso la fotografía en su teléfono, mientras amplía la imagen para mostrar el anagrama del Tercer Reich en los aparatos. "Ya no quedarán muchos por ahí", aventura.
Vicente nació con la Segunda Guerra Mundial en marcha, eran décadas en las que la radio era el gran medio de comunicación y a él le entró pronto el gusanillo. "Mi afición viene de cuando tenía 17 o 18 años. Hice un curso de Radio Maymo, que tenía mucha aceptación", recuerda.
"Era por correspondencia, pero como había oficinas en Madrid, Barcelona y Valencia, yo iba a que me explicaran las cosas presencialmente y a entregar los exámenes. De ahí salieron muchos técnicos y otros montaron incluso fábricas", remarca.
Él siguió con su afición hasta que se casó. "Luego ya me tuve que plantear de qué iba a vivir", recuerda, y cuenta cómo se ganó la vida con una fábrica de muebles en la que puso "el 200 %" de sí mismo y que ahora lleva su hijo.
"Retomé la afición a las radios cuando me jubilé. En la fábrica antes siempre podías echar una mano a unos o a otros, pero ahora que está todo automatizado casi que molestas. Ya no podía prácticamente ir", explica con cierta nostalgia.
Con mucho tiempo libre en su agenda, Vicente se acercó un día al rastro de València y ahí volvió a sintonizar con su antiguo 'hobby'. "Me compré un aparato de radio, un Phillips pequeño por 100 euros. Funcionaba pero me faltó tiempo para llegar a casa, abrirlo y verle las tripas", explica ahora con pillería.
Pero aquel domingo volvió a casa con algo más. "El señor que me lo vendió me dijo que había un foro en internet, donde la gente se intercambia esquemas, opiniones... Me metió y ahí sigo. El foro se llama 'El válvulas' y a partir de ahí le volví a coger el gusto", recuerda.
La recobrada afición le llevó a retomar y ampliar su colección. "Algunos son regalados pero casi todos (comprados) por internet y algunos en rastros", señala.
En las últimas semanas, ese garaje era más que nunca su refugio. "Mi mujer falleció hace dos meses y aunque antes para mí la colección tenía mucho valor, ahora ya casi que me da igual aunque es verdad que empezaba ya otra vez a bajar al garaje y me pasaba medio día allí trasteando. Me distraía", admite.
Vicente cuenta su historia en un salón vacío de muebles y con el suelo en cemento vivo en el que entró un metro de agua, y enfrente del único aparato que le han subido del garaje. Su estado muestra los devastadores efectos que sufrieron todos por dentro y por fuera.
"Yo no sé qué hacer, si tirarlo todo o qué. Hay cosas que no tienen solución, las lámparas será lo único que valgan. El resto son transformadores que si se mojan, no valen. Hay que cambiarlos, como las bobinas. El mueble si es de madera, el cartón de los altavoces...", repasa con resignación.
Los suyos insisten en que confíe en que alguna institución se pueda interesar por ellos y se los queden con el compromiso de repararlos. La mirada de Vicente no va tan lejos.
"Igual lo pongo en el foro para ver su a alguien le puede interesar algún aparato para entretenerse -señala-. Si no, con toda la calma, podría desmontarlas y sacar el material que podría servir para otros aparatos. Que se tiren las piezas que valen también es un crimen, porque luego (los aficionados) las buscamos. Es lamentable lo que nos ha pasado, al margen de lo mío".