No confundamos cubalitro con cubata. Ni Aragón con Xúquer. Ni a Policarpo Díaz con Whitaker. Ni a la València con acento de la no acentuada. Viví en efervescencia y con plenitud las dos zonas de ocio de aquella València de barrio, que ahora inútilmente quieren recuperar bajo el paraguas de 15 minutos. Inviable, y diría, hasta incluso imposible. Me mojo.
No se puede recuperar en pocos minutos lo perdido en más de tres décadas. Ni con un miracle de San Vicent se podrá vivir de murallas hacia dentro en los próximos años en el Cap i Casal. La alfombra roja extendida al vecino vacacional es el peor enemigo de las ciudades de los quince minutos, y si no, que se lo pregunten al alcalde de Strasbourg que colgó el cartel de No caben más visitantes.
Sin comerlo ni beberlo con mi amigo Montxo, un histórico de la noche valenciana de la era de Trainspotting o del Kronen (por españolizarlo aún más) departía las curiosidades de una nochevieja pasada celebrada en la avenida de Aragón.
Cosas de la vida yo recaí en Aragón una nit de verano con tan sólo dieciséis años en el mítico Pub New York. Recuerdo que ayudaba desinteresadamente en el colegio Gran Asociación a una empresa, Copaval, organizadora de un torneo de fútbol base en la ciudad sin río de los campos de tierra.
Fui de fiesta por primera vez acompañado de mis colegas de empresa a ver el combate del Poli Díaz. Antes habíamos jugado al durito con cerveza y unas bravas en un bareto del barrio de el Carmen. Aquella velada estrené e intenté imponer junto a mi amigo Carlitos, la moda de vestir con vaqueros la camiseta del Valencia C.F., de la firma Puma de aquel club que gestionaba el bueno de Arturo Tuzón. Lo había visto en las calles y los pubs en un viaje en 1989 a Londres.
Pasaron los años y siempre tenía alguna Coartada para acabar apurando la hora feliz, y bailando música española en Olé. Una avenida que gestionó bien el cubateo, y yo casi siempre apuraba el Gasoil para celebrar una noche en Ópera. Y zas, la ciudad festiva de los quince minutos se fue instalando en la periferia, polígonos y alquerías con la mirada puesta en el Puerto de València.
Como todo en la vida uno se casa, se cansa y reduce la vida social al sofá de su casa. Después de terminar la conversa con Montxo me di cuenta de que en aquella ciudad llegabas en 15 minutos a cada zona de ocio andando, en moto, o en taxi. No era necesario más cuerda.
Para finalizar, yo seré más breve que los propios quince minutos despidiéndome de ustedes, de esta Plaza, agradeciendo a quienes me empujaron estos cinco años a escribir sobre València. Ellos los saben. El Cudolet llega hoy a su fin. Aquel reloj que inventó Juan Carbonell en su negocio de la Bajada de San Francisco para la gente más modesta de la huerta valenciana.
Muy agradecido a esta casa, que siempre será mi casa. Podrán seguirme si lo desean, cada sábado por una cuestión de rutinas en pedronebot.com. ¡Gracias!