He pensado siempre que otro mundo al que conocemos es posible. Sigo manteniendo viva la misma esperanza que antaño. El hombre tropieza con la misma piedra dos veces. Desde el primer día mantuve un estrecho contacto con la famosa acampada, a la valenciana, que intentó poner en jaque mate al Nuevo Orden Internacional. Mi madre, la buena de Carmela, logró prestar más atención al mando informativo de lo que se cocía en todas las plazas mayores del territorio español, que al de los espectáculos televisivos que mercadeaban con la vida privada de los famosillos.
Discrepo de la oposición a la instalación del monolito de mi buen amigo el ciudadano Fernando Giner que tanto se preocupa por los problemas del Cap i Casal. Dicha acampada de la ilusión o la utopía se le reconoce por el trabajo colectivo en construir un mundo mejor. Cada noche al finalizar mi jornada laboral me acercaba a escuchar las plegarias de los ciudadanos anónimos que pretendían mejorar las vidas de todos. Hablé en una de las ponencias. Participé en una de las comisiones. Hasta aquí mi pequeño tributo al 15M.
A la plaza, la del Ayuntamiento hay que dejarla en paz. Menos aún utilizarla políticamente para mejorar los resultados en las encuestas del CIS. El otro día, sin ir más lejos, en una de las publicaciones de un “amigo” de FB se cuestionaba la belleza actual del ágora principal de los valencianos. El asunto el de siempre, hacer leña del árbol caído. Sin la objetividad que nos precede se obvió citar el traslado temporal de los mercados ambulantes a la plaza tras las obras del entorno que lo forman el conjunto del Mercado y la Lonja. Leer aquel ataque a la plaza por la reubicación de los mercados me estremeció mucho. Primero porque es dignísima la función comercial y social de estos vendedores, resultante de un virus del odio, idelógico, que es insalubre, molesto y nocivo. Aunque lo más indignante de toda esta situación, no se molesten, después de tantas remodelaciones arquitectónicas a la fachada le toca el turno al cambio de nombre de la plaza.
Sin apenas haberse generado un debate serio sobre recuperar la vieja y ancestral toponimia, no nos tiene que dominar el miedo escénico en abordar tal asunto. Es el momento de naturalizar la plaza. El tiempo de devolverle el honor al callejero. El abandonar el provincianismo. Sr Ribó atienda mi honesta petición. Yo no soy coleccionista de estampitas, ni me gustan las vigilias, en cambio si soy practicante con la historia y la memoria de una ciudad abonada a la desmemoria. Además de instalar el monolito en homenaje al 15M, sea valiente y decida darle la guinda a la ciudad de las placas y de las plazas rotulando el nombre de San Francesc junto al Ayuntamiento. ¡En la anterioridad fueron huertos!