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CRÍTICA DE CINE

'Un diván en Túnez': La palabra frente a la intolerancia

11/09/2020 - 

VALÈNCIA. En los últimos tiempos algunas directoras procedentes de países islámicos han construido ficciones alrededor de personajes femeninos que reivindican su independencia y libertad en el seno de entornos profundamente represivos. Muchas de estas protagonistas no quieren dejar el país donde nacieron a pesar de las limitaciones que encuentran, sino que, por el contrario, luchan para encontrar su espacio de autonomía en medio de las restricciones y un machismo imperante que coarta su autonomía. En vez de huir, prefieren quedarse y combatir desde dentro la intolerancia.

Es lo que ocurría en Papicha, sueños de libertad, de la directora argelina Mounia Meddour, ambientada en la llamada década negra (en la que los islamistas radicales sembraron el terror) y que tiene como heroína a una joven que en medio de esa ola de violencia se atreve a organizar un desfile de moda reinventando el tradicional haik. La pulsión entre la tradición y la modernidad se sitúa en el centro de una película que demuestra que es posible progresar sin olvidar las raíces.

También Adam, de Maryam Touzani constituye un buen ejemplo sobre la manera en la que se está produciendo una renovación del cine magrebí desde la perspectiva femenina.

La película gira en torno a la situación de las madres solteras en Marruecos y a su estigmatización en el seno de la sociedad. Se trata de películas que reflexionan sobre el peso de las tradiciones y su choque con la realidad de las mujeres que luchan por sus derechos. A partir de cuestiones muy íntimas, se construyen poderosas parábolas políticas sobre muchos de los tabúes que pesan sobre el subconsciente colectivo.

El caso más radical es el de Haifaa Al-Mansour, la primera mujer en hacer cine en Arabia Saudí. Su primera película, La bicicleta verde, sobre una niña de diez años que quiere tener una bicicleta como sus amigos chicos, se convirtió en todo un símbolo de resistencia. El año pasado regresó a su país de origen para filmar otro puñetazo feminista, La candidata perfecta, la historia de una joven médica que decide emprender campaña política para mejorar las condiciones de sus pacientes y de paso demostrar la discriminación a la que están sometidas las mujeres.

Por último, esta semana llega a los cines Un diván en Túnez, de nuevo otra ópera prima, en este caso de Manele Labidi Labbé, nacida en Francia y que utiliza la ficción para narrar la vuelta a los orígenes de una joven, Selma (Golshifteh Farahani) que, tras estudiar en París, regresa a su pueblo natal para abrir una consulta de psicoanálisis.

“Hablar de los problemas es conferirles otro nivel”, dicen en la película. Es decir, verbalizarlos para hacerles frente. Es uno de los temas que trata la película, la necesidad de exorcizar nuestras miserias, de ponerlas sobre la mesa en el seno de una cultura regida por el silencio y la incomunicación, en la que se prefiere esconder para no ser juzgado, que mostrar las inseguridades y ser censurado por ellas.

La directora opta por un tono ligero y utiliza la comedia para plasmar todas las vicisitudes de la protagonista a la hora de hacer frente ella sola a los obstáculos que aparecerán en su camino y que tienen que ver con la mirada escéptica del heteropatriarcado y la hipocresía de una democracia repleta de incongruencias y contradicciones. Como dice uno de los personajes, aunque todo pueda parecer en calma, siempre hay bajo tierra ‘un polvorín a punto de estallar’.

A pesar de su espíritu colorista, también encontramos apuntes sobre el panorama político. Se hace referencia a la dictadura de Ben Ali y las heridas que provocó, al miedo a los salafistas, a las sombras de un pasado oscuro y un presente inconsistente, con demasiados agujeros a pesar del triunfo de la Primavera Árabe. Todos esos traumas están presentes en los personajes que se sientan en el diván de Selma para contar quizás por primera vez, sus problemas en voz alta.  

En la película encontramos adolescentes que sueñan con vivir en Europa, imanes con conflictos de fe, panaderos con tendencia al travestismo o policías atrapados entre su deber y el abuso de poder. A este último lo interpreta Majd Mastoura, que en 2016 ganó el Oso de Plata en Berlín por la magnífica Hedi, otra contundente radiografía del silencio, el sometimiento a las tradiciones y la inamovible adjudicación de roles en el Túnez actual.

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