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el cudolet / OPINIÓN

Un gran museo para la València Central

14/11/2020 - 

Suelo cafetear previamente a que amanezca y despierto siempre antes que raye el día, poetizó en unos de sus versos Alberto Caeiro. Reconozco ante tanto desasosiego que leo al escritor lisboeta casi a diario. Sin ir más lejos, cercano a mí, también releo a otro heterónimo proyectado en el tiempo, el pastelero trotskista, por cuyos tweets ya no sé adivinar quién es quién. Todavía distingo el Tajo del Turia, pero cuesta diferenciar con serias dificultades a Pessoa de Lahuerta. Aprovecho estas líneas para felicitarle por haber ganado el Premi Lletraferit por Noruega, su segunda novela. Los dos son lecturas de cafetera. Lecturas de cabecera. Uno en papel y el otro de pulgar. La tarea es gratificante. Mejora la salud mental y física. En un tentempié dominical, postrado en una cafetería que frecuento cuando se puede y las olas del Mediterráneo lo permiten, conocí a José Miguel. Y no fue precisamente en el Café Lisboa. El hombre es un tipo discreto, de mediana edad, pausado, con pinganillo en la oreja y siempre abrigado con un chaleco ataviado de atuendos deportivos. Inicié con él una tímida conversación que acabó en una tertulia aderezada con guiños del pasado, alimentada de referencias históricas y despojada de reflexiones sobre la situación política de desengaño que viven sistemáticamente los ciudadanos de este país. 

 País que “recela” de la lengua de mayor consenso y mayormente hablada en el territorio, que sirve para entendernos. No es momento de enfrentarnos por la posesión de una rica enciclopedia pese a que todos los diccionarios deben ser reconocidos y leídos. Y los valencianos, los unos y los otros, sabemos mucho de esto. José Miguel es un tío sobresaliente por la paciencia que tiene al escucharme. En un momento de la charla saltó a relucir la news que flota últimamente sobre la atmósfera valenciana. Estoy seguro que esta noticia pasará el futuro y férreo control que quieren imponer los hombres de negro del presidente Sánchez. La posible adquisición por parte de las autoridades valencianas del Palacio de Comunicaciones, porque es un verdadero Palacio y no como coloquialmente se le reconoce con la toponimia de edificio de Correos.

Muchos de ustedes habrán visitado el interior, bien para echar una carta, recoger un certificado, mandar un giro a sus compatriotas o reposar placidamente la digestión tras una comilona en una de las bancadas situadas en el centro del ágora, para observar con el cap inclinado la preciosa vidriera suspendida desde la bóveda que resplandece con el escudo de la ciudad. O también habrán esperado a un colega en las escalinatas del exterior para escuchar el clásico bando del mes de fuego: Señor pirotècnic pot començar la mascletà. Avanzada la conversación, José Miguel desvelaba un misterio bien guardado declarándose biznieto del arquitecto mayor del Palacio, Miguel Ángel Navarro Pérez. Le dije que tendría la ocasión y el espacio para escribir sobre ello. Como rastreador de historias anónimas de la capital, le prometí que a puertas del inminente centenario que vivirá el Palacio, inaugurado el mismo año (1923) que otro templo de la ciudad, Mestalla, Camp del Valencia, su madre Pilar, nieta de Navarro, podría leer esta misiva en memoria de su abuelo, autor y artífice de este bello parnaso de la libertad, que no ha sido otra que el poder recibir y enviar correspondencia libremente.

 Le confirmé que además y siendo tan raquítica la política cultural de la Administración del pacto del Botànic, que tan bien relata en este diario José Seguí cada diumenge, podríamos honrar incluso al propio ilustre escritor Vicente Blasco Ibáñez rescatando la idea de la posible creación de un museo secular en la València Central, aunando todos los esfuerzos en repatriar todas las piezas que representan el folklore valenciano, diseminadas por varios museos, incluso los depósitos ubicados en el Archivo Municipal del Reino. Tenemos, quienes vivimos una València que es vivida y por el contrario otra València que es pensada, y la única en que existimos es la que está dividida entre la cierta y errada. Por favor señores del pacto, del abrazo, no fallemos esta ocasión. Hagamos un esfuerzo sobretodo económico. Las almas franciscanas nos lo agradecerán y los futuros ciudadanos valentinos sabrán un poco más de la historia contada de pares a fills, “yo si quiero ser como mi papá”, varón que me transmitió un sentimiento certero de lo que representaba en nuestras vidas el Cap i Casal, en él cabemos todos, los unos y las otras. ¡Va por ti Pilar, que lo puedas ver!

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