VALÈNCIA. Los aficionados valencianos tienen mucha suerte por poder escuchar a los mejores cantantes del mundo a precios de 12 a 25 euros, cosa que no sucede en muchos teatros, donde los precios rondan cerca del triple de lo señalado. No quiero dar ideas. Lo que pretendo es resaltarlo, ya que sin duda constituye un acierto sin paliativos del Palau de la Música, que Dios nos lo conserve muchos años, a ser posible sin goteras.
Y precisamente las goteras municipales han hecho que Joseph Calleja, cual ave migratoria recalara en la sala llamada Auditori de les Arts, esa sala donde la gente se cae por las escaleras, y donde pudimos ayer escuchar a uno de los más buscados tenores del momento. La expectación que había levantado el anunciado recital, casi tan grande como la existente por la llegada en febrero de Javier Camarena, estaba justificada, porque Calleja, es un joven tenor de voz poderosa y robusta, y de timbre cálido y bello, que suele dejar con la boca abierta a los espectadores de todo el mundo. Y no ha defraudado, demostrando aquí cómo su voz, bien colocada y bien proyectada, sobrevuela la sala ágil y veloz, llegando a atrapar fácilmente los oídos de los espectadores.
No es un asunto del arte de la cetrería, sino más bien del arte canoro, que Joseph Calleja domina, apoyado en su respiración, y en su imperturbable focalización en la máscara de todos los sonidos que de su boca salen, con independencia del registro y del volumen. Su canto es natural, vibrante, valiente, efectivo, franco, directo, y sin artificios. Es un tenor lírico de instrumento homogéneo y bien colocado, de buen gusto, y perfecta pronunciación, aunque falto de matices y sutilezas. Sus agudos pierden brillo y se desdibujan a base de un incómodo vibrato, cuando son preparados con demasiado aporte de aire.
Ayer, Calleja, además de ofrecer un programa atractivo, lo supo defender con elegancia, viva simpatía, saber estar, y buena disposición. Cantó cuatro arias de ópera, y seis canciones. Inició su parte abordando dos arias de Verdi. Su Questa o quella fue desaforada, y no tomó las precauciones, sobretodo en el tiempo, que requiere una adecuada transición del forte al piano, desdibujando esa dinámica. Su Ah, la paterna mano de Macbeth fue más seria, pero evidenció a cambio, no haber superado su tradicional vibrato en el agudo, atacado con demasiado aire, lo que le impide brindarlo brillante, y todo lo afinado que debiera.
Con las dos arias de Tosca de Puccini, fue a más. Su voz voló con una recóndita armonía de verdadera entrega, aunque de colofón decepcionante por su agudo gorgojeado. Su adiós a la vida fue el momento más lúcido y acertado del tenor en lo que a ópera se refiere. Lo cantó a modo recitado, con frases legadas, exquisita pronunciación, y realizando una transición al apianar, aquí sí, verdaderamente bella y acertada.
Tras un innecesario descanso que solo sirvió para romper el hilo del recital, y para que la gente se siguiera cayendo por las escaleras, llegaron las canciones. Calleja las afrontó con seguridad, y luciendo poco a poco una voz más sosegada y centrada. La romanza de Chaikovski Solo quien conoce el anhelo la bordó, dando una lección de línea homogénea de canto en su zona media y grave.
Con el gran Francesco Paolo Tosti el tenor se mostró cómodo. Sus Ideale y A vucchella fueron de factura espléndida. Con un canto expresivo y siempre adelante, lució una línea homogénea envidiable. Y lo mismo pasó con la Il-Kebbies Tal-Fanali de su compatriota Joseph Vella, y con la Vaghissimma sembianza de Donaudy de melodía sensual y elegante, en las que se mostró pasional, y demostró buen control del fiato, lo que le permitió realizar sendas transiciones al piano sobrecogedoras. Un final demasiado forzado desajustó otra vez el agudo al aparecer el gorgojeo, en la pieza del de Palermo.
Su timbre más luminoso lo aportó en la inspiradísima Mattinata de Leoncavallo que cantó de manera soberbia poniendo final al recital, que no terminó ahí porque el público le pidió más. Cantó la zarzuelera pieza No puede ser de La tabernera del Puerto con una factura verdaderamente extraordinaria, el O sole mio de Di Capua, y el famoso Granada de Agustín Lara, con texto trabucado, pero con un acierto y desparpajo sensacionales.
Las intervenciones del tenor maltés fueron alternadas con cinco bellísimas piezas orquestales que son parte del patrimonio operístico más distinguido, como el tan conocido Intermezzo de la Cavalleria Rusticana de Mascagni, y el tan inspirado de Le Villi del joven Puccini, donde la orquesta, que parece por momentos falta de corazón, aquí sí, vibró y encontró quizá lo mejor de sí. También la orquesta fue de menos a más, y Ramón Tebar fue efectivo, y supo medir los tiempos y necesidades de la voz del protagonista, a quien ya conoce de pasadas experiencias.
En definitiva, gracias al halcón maltés los aficionados han podido vibrar, porque su voz, lírica y brillante, es de una gran calidad, y de las que te atrapan en el directo. Calleja ha sabido encandilar y ganarse al público valenciano, y ha ofrecido con su recital un personal y verdadero tributo al canto franco, natural, y sin complejos, como tantos cantantes que forman la lista de los más selectos.