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el cudolet / OPINIÓN

Un hito de la plaza del Ayuntamiento: el Kiosco Moderno

15/06/2019 - 

La reforma interna de la polis del Turia vino marcada por el sello de la Exposición Regional de 1909. Tras el desarrollo económico de la Mostra, València dotaba a sus ciudadanos de modernas infraestructuras. El plan integral de reformas acabó en el epicentro de la ciudad. En 1916 quedó inaugurado, en pleno corazón del Ensanche, el modernista Mercado de Colón, obra de Francisco Mora. Otro de los referentes arquitectónicos de la vida y  tránsito de la ciudad se ponía en circulación un 8 de agosto de 1917, con la puesta en marcha de la moderna estación de Ferrocarril del arquitecto Demetrio Ribes. En aquel tiempo nadie pensó que la Estación del Norte -construida desde 1906 por Ferrocarriles del Norte- supondría un claro obstáculo para el crecimiento urbanístico de la ciudad. El desarrollo económico trajo consigo un fuerte fenómeno migratorio. Los nuevos valencianos se instalaron en el Cap i Casal. Trabajaron de sol a sol. Pasaron los años y algunos terminaron siendo propietarios de un negocio. Hablaron el valenciano. Formaron parte de una comisión  fallera. Se produjo un importante trasvase cultural. La vida valenciana influía en el migrante a través de diversas facetas de la cultura autóctona. Ejemplo de las nuevas oportunidades empresariales que brindaba la ciudad de València fue la incorporación al padrón empresarial de la figura de Martín Barrachina. El comerciante de origen aragonés se estableció primero, en 1926, en el número 13 de la Plaza Emilio Castelar, abriendo un pequeño establecimiento enfocado a la venta de embutidos. Mestalla, Camp del Valencia, echaba a correr en 1923 y cinco años después se vestía al Mercado Central. En 1929, el entonces alcalde de la ciudad Francisco de Paula Amorós y Ondeano, el  Marqués de Sotelo con su fiel escudero, el arquitecto mayor del Cap i Casal Javier Goerlich, rompían filas en torno al principal ágora de los valencianos remodelando la plaza Emilio Castelar. Las fichas iban componiendo el puzzle de lo que hoy es València centro. 

Vicente Vidal Corella escribía en la revista Mundo Gráfico en 1930 una prolífica columna de opinión sujetando el siguiente análisis: “La calle de la Bajada de San Francisco, una de las más clásicas de València, ha sido una de las víctimas de la moderna urbanización, y en un formidable montón de escombros han quedado todos los edificios en donde durante varias centurias radicaba el comercio valenciano, y como punto de reunión acudían todos los perimetres de la ciudad, y de sus escombros ha surgido una nueva calle, igual a la de las modernas capitales nacionales o extranjeras”. La ciudad higieniza su fachada. El lavado de cara, debido en buena parte a la brisa europea, corriente que circulaba entre las instituciones valencianas. La construcción de los gigantes edificios aupados en la Plaza Emilio Castelar daba alas a la implantación de nuevos establecimientos en sus bajos comerciales o porterías. Los puntos de venta itinerantes perecían. La venta ambulante decrecía y florecía desde los escombros un moderno sistema del comercio minorista. La imagen del asaltante porteador de periódicos que anunciaba a voces el extra del día quedaba relegada a un segundo lugar. Hasta aquí la breve introducción de la moderna reforma de la Grand Place. Para llegar al Kiosco Moderno no hace falta caminar. No cohabita entre nosotros. No existe. Hacía chaflán a la calle en Llop. Lo recordará por sus grandes toldos de color amarillo con grandes peanas en el exterior repletas de revistas nacionales e internacionales.

El desaparecido Moderno formó parte de la memoria histórica de la plaza. Perteneció a la familia Sanchis. El comercio, especializado en la venta de prensa, revistas, tebeos, barajas, guías, abanicos, postales, libros de viaje y demás enseres propios de la época, fue abierto a principio de la década de los años treinta por Manolo Sanchis Gines una vez finalizada la majestuosa reforma del trivial pursuit valenciano. Manuel y su hermano Pepe, apodado el cojo, nacieron en el barrio de Ruzafa. Levantaron un prestigioso negocio familiar situando al Moderno entre uno de los mejores de España. En aquel tiempo no funcionaban como ahora las distribuidoras de prensa y revistas, y los madrugadores propietarios se desplazaban a pie hasta la Estación del Norte para recoger los fardos recién llegados a la ciudad, prensados con periódicos, tebeos o folletines. Los descendientes de mismo Heraclio Fournier enviaban semanalmente gran cantidad de barajas de naipes, agotando en el día las existencias. Manolo Sanchis contrajo matrimonio con Elena Peña Barrachina, abuela paterna de origen aragonés. Cuando un eslabón de la cadena familiar se rompe la memoria familiar viaja a ninguna parte. El purgatorio es tierra de nadie. El daño, irreparable, y la nube incapaz de subsanar el reintegro del testamento perdido. La memoria se escurre. Para reconstruirla molestamos a la hemeroteca, recurrimos al soplo de información de los más veteranos o nos introducimos en la galería fotográfica de color sepia. Vicente Nebot, hermano de mi padre me contaba que cada domingo recibían el obsequio de un tebeo de manos de la abuela Elena. Cada uno de los hermanos, Pepe, Manolo, María Dolores, Toni, Nacho y Charo tenían asignado una historieta. Al morir Manuel Sanchis, por derecho de uso la tía Felicitas se hizo cargo del negocio familiar. A los años pasó a manos de María Dolores Sanchis Peña hija del fundador, poniendo fin en los años setenta a más de cuarenta años de historia familiar de un pionero negocio que dio servicio a varias generaciones de ciudadanos, pasando a manos de  nuevos propietarios hasta el 27 de diciembre del año 2016  que bajó la persiana. Con la pérdida del Moderno, la plaza perdió la esencia del papel fruto de la modernidad.

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