Rafa Alcañiz practica y fomenta la dieta y el ejercicio como hacía el 'Homo sapiens'. Levanta troncos, corre descalzo y su hijo de cuatro años no prueba el azúcar.
VALÈNCIA. Rafa Alcañiz pisa el mundo con unas huaraches. Las huaraches son unas rudimentarias sandalias de cuero que utilizan los indios tarahumaras o rarámuri para correr largas distancias por los cerros de la Sierra Madre, allá en las profundidades de México. Aunque él, en realidad, lo que usa para correr son sus pies descalzos, unos enormes pies de 'hobbit' que parecen las ruedas de un 4x4. Hoy, para la sesión de fotos, va cubierto, pero generalmente, ya sea invierno o verano, se va a trotar con el torso al aire, para llenar los depósitos de vitamina D. Es su manera de vivir la vida. En comunión con la naturaleza. Comiendo lo que ofrecen la tierra y el mar, y despreciando lo procesado.
Su filosofía consiste en vivir en el siglo XXI con si estuviera en el Paleolítico. Como si en vez de Rafa Alcañiz fuera Rafa Sapiens. Y eso supone correr descalzo y descubierto, comer carne, pescado, frutas y verduras, pero pasar de un pastel, un tazón de cereales o una onza de chocolate. O regentar un gimnasio donde, en lugar de pesas, levantan troncos y acarrean piedras. Todo muy rústico, muy primario.
Rafa es fisioterapeuta -Chicote es uno de sus clientes- y se hinchó a trabajar cuando a todo el mundo le dio por echarse a correr cuando descolló la crisis de 2008. "En esa época vi que las lesiones eran muy recurrentes, que siempre eran las mismas: fascitis plantar, tendinitis del rotuliano, periostitis, problemas lumbares... Empecé a estudiar y descubrí el minimalismo (los que corren con huaraches o zapatillas con muy poca amortiguación) y el descalcismo (los que corren a pelo). Entonces decidí experimentarlo". La historia de la gesta de Abebe Bikila en los Juegos de Roma, la leyenda etíope que ganó aquel maratón crepuscular corriendo descalzo, se mezcló con la impresión de ver por el río a los primeros atletas sin zapatillas, y aquello encendió su curiosidad. "¿Esto puede ser? Y empecé a tirar del hilo".
Hasta entonces no había pasado de ser un deportista más, un chaval al que se le daba bien el taekwondo y que después se enganchó al rugby. Un zaguero que vio la luz con esta revolucionaria, y a la vez ancestral, forma de correr. Un joven de familia de maestros al que un tío maestro le disuadió de ser maestro. "Era y es mi vocación", asegura. Hasta que la hoy concejala Gloria Tello, amiga de la familia, le despertó la curiosidad por la fisioterapia.
Rafa se aficionó a correr a contracorriente, huyendo de esos modelos de zapatillas cada vez más voluminosos, y al mismo tiempo le dio por jugar en el río con lo que se encontraba. "Me propuse recuperar algo de mi niñez. ¿Seré ahora capaz de trepar a un árbol? Y cada día subía a uno. Luego empecé a jugar con piedras y barandillas que había debajo de Viveros. Me sentía entre pionero y bicho raro...", explica antes de recordar los sustos que se pegaba la gente al verle saltar desde un árbol o aquel incidente con la Policía que le detuvo porque eso que estaba haciendo aquel 'Mogwli' de ciudad tenía que ser "sospechoso".
El maestro que lleva dentro no tardó en aflorar. "Empecé a recomendarle esta actividad, el entrenamiento funcional, a mis pacientes, y los sábados quedaba con ellos", indica. Pero la verdadera sacudida emocional se produjo el día que entró en La Casa del Libro y se topó con una portada en la que aparecía un hombre con unas five fingers -un calzado para correr, similar a un guante, con espacio para los cinco dedos-. Era el libro de paleotrainning de Airam Fernández y en la contraportada explicaba que hacía lo mismo que yo pero con nombre".
Rafa pasa de puntillas por lo primero que piensa todo el mundo al ver su forma de vida. Y cada vez que se le insinúa que la gente puede verle como un friki, responde con indiferencia: "Claro que hay gente que te mira raro, pero me da igual". Lo hace desde la convicción de quien ya vive como un hombre del Paleolítico, emparejado con una mujer paleolítica y con dos hijos educados desde este concepto. "Lucas, que ya tiene cuatro años, se está criando con una nutrición evolutiva, que es parecida a la paleo dieta, que básicamente consiste en comer aquellos alimentos con los que el ser humano ha estado en contacto desde el 'Homo sapiens', con lo que no consume los de introducción más reciente, como aquellos que llevan conservantes, las grasas trans, azúcares o cereales. La evolutiva introduce algunos lácteos y las legumbres. Manel, que tiene cuatro meses, aún es muy pequeño, pero Lucas, que tiene cuatro años, ya es un niño que no come azúcar ni microprocesados. La consecuencia es que es un niño muy sano que no se pone malo nunca, pero nunca es nunca. Y con ellos, siempre que podemos, estamos en plena naturaleza. Es el reto de educar en una sociedad donde se premia con el azúcar, así que tenemos una máxima: no ofrecer y no negar. Si un padre le ofrece un día una piruleta, la coge, pero, eso sí, a lo mejor merienda fruta y decide comérsela después de cenar. Ha llegado un momento en el que no le supone un esfuerzo no comer helados. A lo mejor lo pide, pero le dices que no y se queda tan pancho".
Para favorecer esa vida en medio de la naturaleza, Rafa y María, su mujer, se compraron hace un par de años una furgoneta, una vieja Mercedes Vito Marco Polo de segunda mano que les permite viajar sin reservas. "Nos gusta la aventura y queremos que el tiempo libre nuestro y de nuestros hijos se enriquezca de viajar, de estar en la naturaleza y de moverse en modo minimalista, con lo puesto. Renuncias a hoteles y restaurantes pero, a cambio, llegas y duermes donde nadie más llega o duerme. Eso sí, sin renunciar a la cultura local. Y si vamos a Francia, un día comemos crepes y otro, mejillones".
Por eso cree que el confinamiento ha sido para ellos, la familia del Paleolítico, "más duro que para los demás". Porque su vida siempre discurre al aire libre, en movimiento y con luz solar. "No somos noctámbulos", zanja.
Aquel libro de Airam Fernández, el gurú en España del paleotraining, terminó de convencer a Rafa, que se puso en contacto con el canario después de ver que habían abierto varias salas por todo el país, pero no en València. Y decidió acudir al primer encuentro, el Summit Paleo, de la tribu. "Ese día Punset da una charla y habla de la importancia de la intuición y el sentimiento de pertenecer a una tribu. Ahí veo que no estoy solo y le propongo a Airam abrir una sala en mi ciudad". Eso fue hace cinco años y en ese momento apareció también María Peinado, una notable atleta que ostentó durante años el récord de España de heptatlón, que también estaba interesada en abrir la franquicia. "Nos vino bien asociarnos para dividir la inversión y, además, sintonizamos muy rápido. Porque siempre digo que montarte un negocio con un socio es casarte con él, y para eso es necesario confianza, comunicación y sinceridad".
Así fue como abrieron Paleotraining Valencia, una sala llena de travesaños, piedras y cajones de madera. Allí es obligado ir descalzo para moverse sobre la superficie de césped artificial. Desde las enormes cristaleras, la luz de la calle inunda el interior. Sus clientes, la tribu, abraza, en mayor o menor medida -hay quien pasa de la dieta-, este método de entrenamiento funcional: "Lo que entrenas no son grupos musculares sino funciones inherentes al homo sapiens: correr, trepar, empujar, cargar... Y todo ello programado de manera científica. Tiene mucha coherencia y te reconecta con la naturaleza", explica colgado de un tronco con un solo brazo, que para algo es el hombre del Paleolítico, Rafa Sapiens.