Tristeza, miedo, desconcierto, desilusión, rabia, desesperación. Son sentimientos que me embargan desde hace días, por ver cómo colgamos sobre al abismo y nadie tira de la cuerda. No, parece que la cuerda se va a romper. Es como en aquella película de Harold Lloyd, en la que subía por un edificio con una cuerda de la que alguien tiraba y, al final del capítulo, se quedaba colgando. El domingo siguiente volvíamos al cine para ver si seguía colgando o ya se había precipitado en el vacío. Y en este vacío es en el que nos encontramos. Porque estamos asistiendo al momento histórico de la fractura entre dos pueblos que marcará nuestras vidas, mientras el gobierno de Cataluña sigue colgando en el abismo.
La fractura social ya es un hecho, no sólo en València, en Cataluña o en España. Europa se rompe por la mitad más débil, la del proletariado, la de los trabajadores, como en los años 30 del siglo pasado, durante el periodo de entre guerras, de entre las dos guerras mundiales. Asistimos impertérritos a la venida de un mundo nuevo, de un mundo convulso, en el que la calle y el aire -por los drones- volverán a ser protagonistas.
No, nunca volverá a ser igual. Nuestro mundo no será el de nuestros hijos y su sociedad no va a ser mejor. Porque, ¿qué le lleva a una Kelly (las-ke-llympian) a declararse a favor de una ideología fascista y violenta sino la propia rabia de su negación como trabajadora con dignidad, con un puesto en esta sociedad… Qué le lleva a una mujer trabajadora a soltar su rabia en las redes sociales alentando la convocatoria de un grupo fascista que anuncia un acto violento el próximo domingo en El Puig, contra “los otros”, los que desde hace cincuenta años se concentran en un acto festivo para celebrar su identidad como pueblo. Querida Carmen -nombre real en el Facebook de España 2000-, la negación del otro, de su derecho a discrepar, es el principio del fin, el fin de la paz social. Y a ello hemos llegado con unas políticas neoliberales que se alimentan con nuestra indignidad y se retroalimentan con nuestra necesidad.
La misma dignidad que se les niega a los refugiados guiados por las guerras y el hambre hasta El Dorado europeo, guiados por las mafias que trafican con ilusiones y sueños. Europa, que niega a sus hijos el pan y la sal, está votando el nuevo Reglamento de Dublín para la protección internacional de los que piden asilo y un lugar bajo el sol. ¿De verdad no se espera una reacción contraria cuando en la Unión Europea se lucha por ser mileurista? ¿Cuando los jubilados alemanes completan sus pensiones haciendo de taxistas? ¿Cuando un niño de 16 años sin cualificación ni experiencia gana en un mes en Noruega -que no es Unión Europea- más que su padre con 25 años de vida laboral en España? ¿Cuando la frontera entre el norte y el sur es más que un abismo laboral?
Europa no volverá a ser lo que era o, mejor, volverá a ser lo que fue, un lugar entre guerras. La semilla está sembrada. Los trabajadores, desempleados y jubilados que votaron el Brexit en el Reino Unido son los mismos que en Francia han votado a Marine Le Pen, votos robados al partido comunista. O los mismos que en Alemania acaban de entrar en el Bundestag a través de Alternativa para Alemania, una ultraderecha nacionalista que había desaparecido bajo la vergüenza y la ignominia desde la segunda guerra mundial. O los fascistas griegos de Amanecer Dorado, contrarios a las medidas de la Troika, que desde Bruselas y el Fondo Monetario “les quitan” las pensiones a sus ancianos en representación de la Unión Europea. Una Unión Europea que, en medio de una fiesta, la de los Premios Príncipe de Asturias, acaba de agradecer el galardón dando patente de corso al Gobierno de Mariano Rajoy para aplicar el artículo 155 de la Constitución Española en Cataluña, para ir más de allá de la sinrazón y destituir el Gobierno elegido por el pueblo interviniendo la autonomía catalana.
¿Dónde está la Europa que queremos, la Europa de las libertades, la de la defensa del débil, de las minorías…? Tal vez la encontremos en el artículo 2 del Tratado de la Unión Europea, cuando dice que “se fundamenta en los valores de respeto de la dignidad humana, libertad, democracia, igualdad, Estado de Derecho y respeto de los derechos humanos, incluidos los derechos de las personas pertenecientes a minorías”. Y lo dice con tanta seriedad que, en su artículo 7, amenaza con suspender a un Estado que viole estos valores. Ya se oyen voces en Europa en este sentido, contra el sinsentido…