VALÈNCIA. Las campañas electorales tienen una especial capacidad sintética. En apenas unas semanas encapsulan los estados de opinión, las emociones que atraviesan una ciudad; las ponen en relación con el contexto global. Por el simple motivo de que aquello que se promete tiene la intención de adaptarse a la demanda.
Hace apenas unos años el marco urbano para la exhibición dominaba la escena. Como consecuencia, la era de los artefactos, tan aparentes que por sí solos consiguieran ‘ponernos en el mapa’ (efecto Guggenheim). Ahora, en cambio, emerge la proliferación de renders con los que visualizar infraestructuras verdes y operaciones quirúrgicas dispuestas a sellar heridas.
Más allá de la superficie, evidencia cómo se comportan las ciudades y qué pálpitos las dominan. Si hubiera un ‘momento València’, estaría caracterizado por una mirada hacia sí misma frente al interés por pavonearse en el exterior. La propia nueva imagen de la Fundación Visit València parece un proceso de psicoanálisis interno.
Momento esfera armilar
¿Dónde quedó el ‘momentum esfera armilar’?, ¿por qué ya nadie lo propone en campaña? ¿Es que ya no necesitamos una estructura metálica de 90 metros cuadrados que reproduzca el cosmos y la órbita de los astros y que permita que València se vea desde una misión espacial?
Por excéntrico que pueda parecer el planteamiento, el proyecto del escultor Rafael Trénor y el ingeniero Fernández Ordóñez copó un espacio masivo en los medios valencianos desde la segunda mitad de los noventa hasta casi finales de los primeros 2.000. Un diseño de cerca de 700.000 metros cúbicos que Rita Barberá -al presentar su ubicación posible en el futuro Parque Central- comparó con la Torre Eiffel. “Un lugar mítico, emblemático, de encuentro, de referencia y de imagen de ciudad”. Excéntrico, sí, pero no baladí, y todavía menos una casualidad.
Justo casi al mismo tiempo que Barberá pronunciaba esas palabras el geógrafo David Harvey terminaba de rematar su libro Espacios de Capital (Akal, 2007), en el que pidiendo mármol señala: “Aun a pesar de los malos resultados económicos, sin embargo las inversiones en este tipo de proyectos parecen ejercer una atracción social y política. Ante todo, la venta de la ciudad como una ubicación para la actividad depende ampliamente de la creación de un imaginario urbano atractivo (...). Si todos pueden participar en la producción de una imagen urbana mediante su producción de espacio social, todos pueden al menos experimentar un cierto sentimiento de pertenencia al lugar”.
Antes de todo, la esfera inició su rotación en un intento frustrado por colarse en la Expo de Sevilla y hacer que Cobi girara y girara, como el propio mundo. Como no pudo ser, se buscó Madrid, incrustado como señuelo para la cooperativa de viviendas que explotaba la UGT. Tampoco fue. La primera vez que se instaló en el imaginario valenciano fue a raíz de la búsqueda de recambio para la torre de comunicaciones en la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Pero también rana. ¡Rompería con la escala Calatrava! Finalmente la armilar pareció encontrar su lugar en el Parque de Cabecera. Proyectada casi como el faro que debía iluminar un nuevo desarrollo. La maldición volvería a dejarla en el cajón. En su último chance, al traspasar el nuevo siglo, el Parque Central dio esperanzas a Trénor de que a la quinta llegaría la vencida. Fail. Tampoco cuajó la opción de localizarla en el entorno del puerto. Los estertores de un tiempo soplaron en su contra. A veces el mundo, simplemente, no gira como esperamos.
El empeño porque un monumento imperial saliera adelante era tan persistente que se buscaron infinidad de trucos de prestidigitador: ‘hacer que los planetas se muevan con energía solar’, ‘hacer que la esfera se ilumine por las noches’. Y más allá: la creación de la Fundación Comunitat Valenciana Esfera Armilar que canalizara inversiones privadas.
El único rastro de la macroestructura ha acabado siendo en una simple maqueta 1/30 que Trénor cedió al Consell Insular de Menorca en 2019 y que se puede visitar en el Llatzaret de Maó, como una sinopsis de lo que pudo haber sido.
Si hasta el siglo XVII la esfera era un instrumento astronómico que se usaba para fijar las coordenadas, el proyecto mastodóntico para València fue la persecución de un hito. Una obsesión simbólica donde lo trascendente era el qué y no tanto el para qué. El triunfo de la imagen sobre el uso, ante la convicción de que era esa imagen la que de manera más potente podía transformar la ciudad.
La esfera armilar en realidad era un espejo, tan y tan inmenso que de haberse hecho realidad hubiera sido el monumento a una era que acabó, no necesariamente para siempre. Hace unos días el alcalde de Madrid anunciaba la intención de que su ciudad tenga un “gran icono”. "Todo el mundo identifica Nueva York con la Estatua de la Libertad, Los Ángeles con unas letras que hay en un monte que pone ‘Hollywood’, Londres con un reloj que es el Big Ben, o París con la Torre Eiffel". ¿Qué tal una esfera armilar de 92 metros?