El otro día, en un bar de La Latina en Madrid, unos clientes estaban tomando un gintonic y uno de ellos pidió al camarero que le pusiera más pepino. Este se bajó la bragueta, metió el pene dentro del vaso y se lo devolvió: “Ahí lo tienes, con más pepino”.
En la denuncia, no aparece el tono, el color de la escena, ni siquiera el estado de ese pene, que es lo que da la medida del drama o de la comedia. Sólo ha trascendido que el camarero alegó en su defensa que estaba harto de tanta tontería, que si granos de pimienta, que si cardamomo, que si pepino, y todo el mundo sabe que cuando la tontería da una vuelta completa, se convierte en chabacanería, de la que saca a pasear los más bajos instintos, como todo el mundo sabe que en el extremo del hilo de un cursi en Facebook, cuelga un cruel depravado.
Todo el mundo sabe también que un gintonic aromatizado no es exactamente eso. Ni el copón bendito se bendice así.
Al camarero le cayeron1500 euros de multa.
Al margen de cierta risilla que puede provocar la escena, lo cierto es que estamos en manos de los camareros, de los ayudantes de cocina, de los pinches, de los cocineros del mundo. Debemos confiar en que no se meen en nuestra sopa, que no se limpien los mocos en las masas, que sus humores permanezcan a buen recaudo en sus cuerpos, alejados de nuestra comida.
Es una confianza cósmica, que sujetamos entre todos, que hace girar el mundo. Una confianza tácita que está por encima de toda rencilla, una confianza nuclear.
Un camarero de Mc Donalds escupió en las bebidas de unos clientes que habían protestado porque querían sus tés helados más dulces. Cuando se los devolvió, siguieron sin encontrarlos lo suficientemente dulces, levantaron la tapa, y ahí estaban: dos sospechosas flemas flotando, indisolubles, desafiantes, escupiendo que el cliente no siempre tiene razón. En el visionado de las imágenes capturadas por las cámaras, efectivamente se veía al camarero darse la vuelta e inclinarse sobre los vasos.
Un extra de creatividad y oportunidad le añadió una camarera de un restaurante familiar americano. Un cliente reprobó su forma de trabajar y ella untó su hamburguesa con sangre menstrual y lamió el queso que llevaba por encima. La descubrieron, no porque el cliente hubiera pedido la carne muy hecha y no sangrante, sino porque su compañera de trabajo, testigo de los hechos, la denunció.
La flema del mundo atenta claramente contra esa confianza. La sangre menstrual atenta contra esa confianza, ingrediente básico de la estabilidad social, el macguffin que sustenta la película.
A veces me maravilla que este mundo imperfecto y tan desalmado funcione, que los coches no anden chocándose todo el tiempo los unos contra los otros, que la gente confíe en esa entelequia llamada dinero. Y digo entelequia porque se calcula que sólo un diez por ciento del dinero existe realmente, que hay 60 billones de dólares pero la suma total de billetes y monedas reales circulando es de 6 billones, el resto solo existe en los servidores informáticos, que es como decir que sólo existe en el imaginario colectivo. Confiamos sin embargo. Incluso tras un catacrac en forma de disparatado desfase entre la imagen real y la virtual, también llamado crisis, confiamos. Cambiamos pisos, coches, cosas concretas, por datos electrónicas. Ya no por cereales o cabras, cuyo valor es claramente comestible, ni siquiera por oro, cuyo valor intrínseco resulta dudoso, salvo que seas El cigala, sino por dinero. Nos pagan con papelitos de colores, que a veces no son más que cromos virtuales, pero confiamos en que pueden llegar a valer algo. El dinero es la mayor expresión de confianza de la humanidad.
Y volviendo al tema, es verdad que nadie ha muerto por ingerir fluidos de desconocidos, ni siquiera sin consentimiento, que no estamos ante un problema de salud pública. Es verdad que hay clientes odiosos y camareros quemados y resentidos, pero vivimos el quebrantamiento de esa confianza como una subversión de las reglas básicas, como una brecha profunda en el corazón de la bestia gigante, una brecha tras la que se abre el apocalipsis.
Necesitamos creer en la confianza, lo que no sé si es una aporía, pero seguro que un bucle en sí mismo.
Yo, por si acaso, les aconsejo que sean amables con todos los camareros del mundo.