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MEMORIAS DE ANTICUARIO

Un recorrido por cinco siglos de escultura pública 

31/07/2016 - 

VALENCIA. Ya desde niño me llamaba la atención la cruz de término de Antonio Sacramento situada en la salida de Valencia hacia Alicante a la altura del nuevo cauce del río Turia, cuando pasábamos junto a ella camino a las vacaciones o de vuelta de las mismas. Viajando, siempre he sido de ventanilla. Me atraía esa forma de retorcer esas grandes pletinas de acero. Muchos años después la vi en pequeño formato, en una casa, y me gustó tanto como la original; era consciente de que se trataba de una cruz pero ni entendía qué hacía ahí, ni de que se trataba de una escultura. Desde los años 90, y enlazando con la “apoteósica” década del ladrillo, la escultura pública se ha extendido por ciudades y pueblos de España cual plaga bíblica. Son excepciones los aciertos, y abundan motivos anecdóticos con ínfulas de metafísica, gigantismo absurdo, calidad cuestionable y resultados risibles en el mejor de los casos. ¿Quién decidió el emplazamiento? ¿quién el artista? ¿quién el motivo a homenajear?. Misterios indescifrados.

Por cuestiones que sería largo exponer, con la escultura pública las aguas han bajado más turbulentas que plácidas y en alguna que otra ocasión ha ocupado las páginas de sucesos. El catálogo de escultura pública de una ciudad como Valencia, excede con mucho la intención y el espacio de un articulo como este, así que para conocer la casi totalidad del mismo recomiendo la web  Www.jdiezarnal.com que es un exhaustivo catálogo fotográfico y descriptivo de todas las esculturas urbanas existentes en la ciudad, desde las más monumentales hasta pequeños bustos conmemorativos de insignes personajes de la ciudad. La historia de una ciudad se explica en parte por su patrimonio escultórico que en la mayoría de las ocasiones homenajea y evoca hechos históricos o personajes insignes de la misma. Quienes ya ven emerger sus primeras canas, recordarán aquella tarde que, en un visto y no visto, se hizo desaparecer la estatua ecuestre del dictador de la plaza del Ayuntamiento, o cuando el escultor José Sanleón en una sobrevenida performance “destruyó”, soplete en mano, su escultura “El esclavo” a las puertas del IVAM ante las críticas que esta había despertado, más que por su calidad, por instalarse en un emplazamiento -Calle Pie de la Cruz- absolutamente fuera de lugar e incluso peligroso.

La relación de Valencia con su patrimonio escultórico es poco amable y en contadas ocasiones sus habitantes se han sentido identificados con las obras.  A veces es una desafortunada  ubicación, que aboca la pieza al ostracismo, en otros por la más que cuestionable calidad artística de la que hablábamos antes. Podríamos hablar también de la ausencia de un mínimo mantenimiento e iluminación por parte del municipio, en los casos menos dolosos, y en los más, la barbarie abiertamente delictiva protagonizada por quienes las mutilan y vejan de las formas más variadas con nocturnidad y alevosía.  Especialmente significativo es el caso del Neptuno del Parterre que cada cierto tiempo, amanece con alguna clase de amputación. 

Aunque ya Andreu Alfaro había conseguido instalar alguna de sus obras en la ciudad, podemos decir que la llegada de la escultura contemporánea a las calles de Valencia se produce con la popularísima “Pantera Rosa”, así bautizada por el común, que se encuentra en la ¿Plaza? Sanchís Guarner. La pieza de acero, de peculiar tono rosado, ha sabido sobreponerse desde el inicio a un  emplazamiento poco amable para convertirse en un hito escultórico de la ciudad. Los ciudadanos pasaron de la más absoluta incomprensión inicial a la familiaridad e incluso al temprano rebautizamiento, convirtiéndose en lugar de cita frecuente: “quedamos en la Pantera Rosa” o “está por la Pantera Rosa” son ya un clásico ya de las conversaciones. Junto a la Ciudad de las Artes y las Ciencias tenemos su primo hermano: el Parotet en acero azul, con una altura de 46  metros situado en la rotonda,  y sobre el que hace poco leí a su autor sugiriendo que necesitaría una mano de pintura. 

En una rotonda vecina cayó hace unos años, cual meteorito, en bronce de catorce toneladas la obra del inefable Juan Ripollés “Homenaje al libro”: una pieza de gran formato que despierta filias y fobias irreconciliables. De camino a la avenida de Aragón pasamos junto a una obra interesante de Sacramento emplazada en la Plaza de Zaragoza y que representa, en acero, una deconstrucción de la cabeza del Rey Jaime I. En la mencionada Avenida de Aragón se halla, tímida y abrumada por el entorno a pesar del tamaño, una magnífica, en su movimiento, e inconfundible, en su ligereza, obra de Andreu Alfaro de varillas de aluminio. Situada en un emplazamiento completamente erróneo, asediada por vehículos por sus cuatro costados, su sosegada contemplación es casi imposible. Del mismo autor existe obra frente a la Estación del Norte “Charlotte von Stein” en homenaje a Goethe y otra de varillas a la entrada del Hospital General.

Hay que recorrer todo el viejo cauce del Turia hasta la Avenida de las Cortes Valencianas, para llegar por fin a la última gran escultura símbolo de una época de falsa opulencia: La Dama d´Elx, donada a la ciudad por su autor el internacional Manolo Valdés y que un claro homenaje a la fabulosa escultura íbera que se custodia en el Museo Arqueológico Nacional. Conformada por miles de piezas de cerámica vidriada con la forma, a su vez, de Damas d´Elx (la escultura dentro de la escultura), no creo que se encuentre entre sus obras más logradas. Otros buenos ejemplos de escultura pública los tenemos en la sede central de Bankia en la Calle Pintor Sorolla con un excelente bronce de Manuel Boix en homenaje a la Pilota Valenciana. Un retrato homenaje a Blasco Ibañez que en el inconfundible estilo de su autor Nassio Bayarri-del que hay obra en otras partes de la ciudad- se está emplazado en la Plaza dels Portxets o la Menina en bronce de Valdés en la Calle San Vicente son otras obras contemporáneas a destacar.

Para saborear la escultura pública antigua-de la que no hay demasiados ejemplos en la ciudad- nos desplazaremos al maltratado puente de la Trinidad que une el centro histórico con el Museo San Pío V y el Convento de la Trinidad. Las dos márgenes del puente acogen sendas magníficas y elegantes esculturas en mármol blanco  del escultor genovés Giacomo Antonio Ponzanelli  (Carrara h.1654- Gènova 1735) que representan a Tomás de Villanueva y San Luís Beltrán. Son también de este importante escultor barroco el Tritón de la Glorieta y el Neptuno del Parterre.  Imponentes son las obras de Carlos José Cloostermans (Borgoña, Francia 1781 - Valencia 1836) dedicadas a San Vicente Ferrer y Martir. Mientras la primera, emplazada acertadamente en la Plaza de Tetuán, luce su monumentalidad la segunda, trasladada en su día al parterre de la Gran Vía Ramón y Cajal pasa completamente desapercibida para propios y extraños, pese a sus hechuras, rodeada de un ambiente hostil a cualquier contemplación. 

Junto a estas, son abundantes los conjuntos escultóricos en homenaje a grandes artistas y literatos. Entre estas destacar el bronce de Mariano Benlliure dedicado a Cervantes en la Calle Guillén de Castro (de nuevo, fatalmente emplazado), como sí está bien situado el dedicado al pintor Ribera también de Benlliure en la Plaza Teodoro Llorente, Junto la iglesia del Temple, el de Francisco Pizarro en la Plaza de Manises, o el del Rey Jaime I en el Parterre. Devastador el, sin embargo, el emplazamiento de la gran estatua ecuestre del Cid en la Plaza de España obra la escultora norteamericana Anna Hyatt Huntington (1876-1973) donada a la ciudad de Valencia. El original se halla en "The Hispanic Society of America",  fundación creada por Archer Milton Huntington, su esposo.

Algún lector avispado habrá advertido que me dejo en el tintero la enorme cantidad de escultura arquitectónica existente en la ciudad y que abarca un abanico temporal de más de ocho siglos. Tengan paciencia.

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