Mi empresa acaba de fichar a un robot. Nuestro nuevo compañero está encantado con sus condiciones laborales: trabajará dieciséis horas al día de lunes a domingo; no tendrá vacaciones ni festivos y se ha comprometido a no cogerse la baja bajo ninguna circunstancia. Por si esto fuera poco, Willy se ha negado a hablar con el liberado sindical
Tenemos nuevo compañero en la empresa. Se llama Willy. Su padre es un ingeniero japonés y su madre una informática de Silicon Valley. El jefe de Recursos Humanos, un hombre de mirada inquietante, nos lo ha presentado esta mañana. Willy ha sido seleccionado entre diez aspirantes finales. Los otros nueve candidatos eran humanos; Willy es un robot, el primer robot que nuestra empresa, una consultora de comunicación dedicada a vender humor a empresas e instituciones, ha contratado. Luego ha intervenido el director, que ha bajado de la planta noble acompañado de su secretaria y amiga. Don Emilio nos ha intentado convencer de que el fichaje de Willy es una prueba más —por si no hubiera ya suficientes— de la buena marcha de la compañía, que ha encadenado tres ejercicios con beneficios después de despedir a la mitad de la plantilla durante los años más duros de la crisis.
Hemos vuelto a nuestros sitios en silencio, sin cruzar una mirada. Willy se ha presentado a cada uno de nosotros. “Encantado de conocerle”, decía y luego te estrechaba la mano con un garfio de hierro. Pese a su corta edad —lo acabaron de hacer en una fábrica de Taipéi hace sólo un mes—, ha aprendido modales muy pronto. Su educación exquisita, junto al dominio de idiomas, acredita que no es español.
La introducción de la robótica en las empresas provocará la desaparición de siete millones de empleos durante los próximos cinco años
Como era de esperar, Willy ha sido la comidilla de todos durante el descanso. Él no ha bajado a desayunar. Se rumorea que tiene un contrato que vence cada semana y que trabajará de lunes a domingo, 18 horas al día —el resto es para recargar la batería—, en toda clase de funciones, incluidas las de limpieza y aparcacoches. No tendrá vacaciones. El contrato de Willy está fuera de convenio porque no es humano. Nuestro compañero robot está encantado con sus condiciones laborales y por eso se ha negado a hablar con el liberado sindical de UGT, lo que dice mucho a favor del androide, que de tonto no tiene un pelo. Además se ha comprometido a no cogerse la baja bajo ninguna circunstancia. De esa manera se ha ganado el aprecio del equipo directivo, que ve un valor seguro en esta joven máquina. Como no está casado ni tiene hijos, su compromiso con la compañía será total, se supone.
A nosotros, sus compañeros, tanta dedicación del robot nos parece sospechosa porque nos pone en evidencia ante los jefes. Parece como si fuéramos unos holgazanes; nos hace quedar en mal lugar. Hay algún compañero que ha comenzado a mirarlo con recelo. La telefonista, sin ir más lejos, qué esta subcontratada por una ETT que tributa en Irlanda, dice que este Willy le da mala espina, que no es trigo limpio y que no deberíamos fiarnos de él. Yo creo que exagera y que a Willy hay que darle un voto de confianza.
Eso se lo ha dicho a Conchi la telefonista antes de que el jefe de Recursos Humanos, el de la mirada penetrante, con su rostro de palo seco que recuerda a Buster Keaton, reapareciese para llamarnos a dos compañeros y a mí. “Mañana, a las nueve, os quiero en mi despacho porque he de hablaros de un asunto importante”, ha dicho mostrando cierta impaciencia.
Nota: La introducción de la robótica en las empresas, conocida como la cuarta revolución industrial, provocará la desaparición de siete millones de empleos en el mundo durante los próximos cinco años, según predice el Foro Económico Mundial. Los trabajadores más afectados serán los de escasa cualificación, preferentemente los de la industria manufacturera. Algunos sindicatos han solicitado que las empresas coticen a la Seguridad Social por sus robots. Mientras tanto, el Parlamento Europeo trabaja en la regulación de los denominados ‘dispositivos inteligentes’. No se descarta que sean gravados con impuestos específicos. Los gobiernos, hasta la fecha, ignoran qué hacer con trabajadores como Willy.