El Taller d’Acció Gràfica, por dentro. La reafirmación generacional, a través de carteles, fanzines, panfletos y pancartas, para vencer la tiranía de lo efímero.
VALÈNCIA. Podríamos llegar a pensar que, de este vértigo y aceleración a la que nos hemos encaramado como forma de vida, brotan reclamos gráficos con la suficiente potencia como para consolidar pensamientos sólidos. En cambio, sucede más bien lo contrario. Como señala la escritora Ana Iris Simón en Feria, nuestra voracidad para que todos los días sean de feriado, ha derivado en que todos los días se parezcan demasiado; en la irrelevancia.
Algo parecido sucedió con los reclamos gráficos: “en esta era digital en la que todo es efímero creemos que el papel aún tiene relevancia como una pieza tangible y trascendental. Día a día se crea una cantidad ingente de contenido para redes sociales que caerá en el olvido en pocas horas, creemos que es más valioso hacer un fanzine que te lleves a casa o un cartel que aguante pegado en un muro de camino al trabajo hasta que los elementos lo borren”:
Desde ese pensamiento hay que imaginar el nacimiento del T.A.G. Así, a vista de pájaro, podría parecer un comando de grafistas queriendo tumbar el orden preestablecido. Al poner el zoom, lo que se ve es esto: el Taller d’Acció Gràfica, un proyecto formado en València por Marta Torres, ilustradora, al igual que Andrea Oliva; con identidad y estructura del proyecto a cargo del diseñador gráfico Diego March, junto a Francesco Devicienti, impresor artesanal del taller e ilustrador. En el taller elaboran su obra día a día, y cambian de estado a través del Grup d’Acció Gràfica, “la plataforma desde la que distribuimos nuestros productos y buscamos dar visibilidad y soporte a otras artistas que se sientan alineadas con nuestra ideología y quieran colaborar con nosotras”:
Hay un eje común, un subtexto compartido, que brota a través del papel y la tinta, la impresión y la autoedición: “el deseo de poder hacer una aportación al discurso social y al territorio a través de nuestra obra y poder crear desde nuestro núcleo una red de apoyo entre creadoras de contenido similar”.
Grupos como el T.A.G., herederos -más o menos voluntariamente- de una tradición de cooperación gráfica, son un antídoto contra dinámicas que les son adversas; son una manifestación que genera demarcaciones sobre aquello que no funciona. “A las cuatro -explican- nos atraviesa el mismo trasfondo generacional (La Primavera Valenciana, entornos asamblearios, la defensa de l’horta, etc.) y venimos del mundo de las artes o el diseño, donde la ideología y el discurso crítico tiene bastante presencia. Para nosotras la lucha por los derechos civiles, el feminismo, el antirracismo y el antifascismo son esenciales. La deriva de los últimos años, especialmente gracias a la pandemia, nos está encerrando en burbujas físicas o virtuales, alejando a la mayoría de la gente de las realidades sociales y generando así mayor resistencia a los discursos que cuestionan este sistema que ya no puede esconder su obsolescencia y nos tiene machacadas a todas”.
Inciden, con una suerte de respuesta-manifiesto, en la necesidad perpetua de la autoexpresión gráfica: “Vivimos en una era ultravisual, así que la acción política a través de las artes gráficas puede contribuir a batallar, denunciar, divulgar, alentar hacia cambios sociales y reivindicar prácticas alternativas. Carteles, fanzines, panfletos... ¡pancartas!”.
El taller está delimitado por una puerta de cochera antigua no del todo cerrada por la parte de arriba. Cada conversión del transeúnte se cuela en mitad de su oficio cotidiano. Abuelas preocupadas por cuál de sus nietos es más guapo, conversaciones adolescentes del colegio de Salesianos… “Estamos planteando hacer un fanzine recopilatorio de citas célebres”.
La vinculación entre la técnica y el mensaje lleva a pensar qué fue antes. Aunque, más bien, el propio método sea parte del mensaje. “No pretendemos “recuperar” nada, no somos arqueólogas (...) Queremos perseverar en mantener vivas técnicas y prácticas manuales que cada vez están más abandonadas. Eso sí, estamos lejos de la maestría, es un proceso de aprendizaje. Recorremos varias técnicas como la serigrafía manual, xilografía y grabado calcográfico; pero lo que más nos interesa es reivindicar la figura de una impresora que sea más que un brazo que reproduce piezas. Queremos volver a visibilizar esta figura como una artesana que garantiza la mejor calidad a la hora de reproducir la obra y es partícipe de su creación con su consejo técnico”.
El pilón del que se inspiran, aunque con afluentes en la tradición impresora valenciana, procede de artistas urbanas y colectivos cuya obra se sustenta en una reivindicación: “Anaís Florín, David Van der Hofstadt, Eixa, Martín López Lam, Ana Penyas, LUCE, Handshake, Santana Santana, Elías Taño, Gema Quiles, Daniel Dobarco, Chica Calamidad, Alejandro Escribano y un largo etcétera. Toda esta gente es fuente de inspiración y referente, nos nutrimos día a día de su obra y discurso”.
Y, en esencia, de una ciudad que inhaló de las artes gráficas parte del sustento para elevar su mensaje: “En València -explica el T.A.G.- tenemos una larga tradición de ser contestones, de no callar aunque nos den porrazo. Y eso nos inspira mucho, no agachar la cabeza ante la represión o dar voz a luchas locales”.