Escribir en pretérito dignifica y estimula más aún cuándo lo haces sobre tu patria chica. Padezco por ella. Volvemos en este tiempo de salida, quizá por hastío tras esta metástasis mental proyectada por tanta vasta información consumida por el coronavirus, a aunar esfuerzos en azotar con punzantes opiniones la política local. A debatir sobre la reforma de la contrarreforma donde habita la Casa Consistorial. La plaza. No voy a criticar esa ilusión óptica, trampantojo, que se ha hecho viral porque realmente no he pisado el nuevo y artificial escenario. Me preocupa como a todos el estado de mi ciudad. Es lícito como ciudadano la actuación y crítica hacía ella. Pero me preocupa aún más que centremos la ira de los ataques en unos inertes y fríos maceteros, descuidando lo verdaderamente esencial y primordial de la plaza, el factor casero, el total abandono y la continua desaparición del pintoresco y tradicional comercio valenciano de la fachada urbana. Me hierve la sangre del “incorrecto” uso en el callejero que se le da al titular de la plaza, cuando escucho su localización en el desplegable Si fuimos valientes en valencianizar València, debemos dar un pasito más y reabrir un posible debate sobre el change.org del nombre de la misma, nombre zanjado en el pasado de manera provinciana tras una batalla lingüística.
Aunque visto el “olvido” de los guardianes del valencianismo diverso -rectificación aparte- tras el gazapo en el gran abecedario de València, su guía urbana, a Vicent Miquel Carceller, puedo esperar cualquier cosa. Ante tanto carril jurásico desarrollado invierto mi tiempo de ocio en deambular como un dinosaurio de Steven Spilberg paseando por el cemento de unas calles asediadas por la piqueta, y cuando me preguntan en petit comité ¿Dónde está el Ayuntamiento? a bote pronto contesto, ¡en la plaza de San Francisco! La disputa abierta en torno a los maceteros es pueril, efímera y pesa ideológicamente sobre una fosilizada arquitectura franciscana, la cual creo que es desconocida para muchos y permanece latosamente en la perenne memoria de algunos filacterios de las hemerotecas locales. Escribí con anterioridad, siendo previsor, en noviembre del 2019, San Francesc: Arquitecto mayor de la Plaza del Ayuntamiento, opinión que trataba sobre el asunto en cuestión. Aquella orden religiosa etiquetada bajo los votos de la pobreza pernoctó varios siglos cuidando y cultivando los huertos dónde hoy se ubican las paredes de la plaza.
Hoy en día la Grand place de los valencianos es un espacio desnaturalizado, maquillado y desdibujado. Un ágora que padece una enfermedad hemofílica desde principios del siglo XX. Tengo gran admiración por el trabajo de Francisco Javier Goerlich, e intento asimilar el oeste de sus proyectos, arquitecto profesional que trabajó personalmente para mi bisabuelo José Nebot Andrés tras el encargo de varios edificios. Creo que la plaza, tras la última gran reforma, la del bautismo al gigantismo de 1929, llevándose por delante la Bajada de San Francisco, empresa urbana llevada a cabo por el Alcalde Marqués de Sotelo, acabó engranando el último quesito que faltaba por introducir en la quesera del trivial pursuit urbano de la plaza. Desde que el gobierno municipal de clara ideología ecologista, repito y reitero, tomara la vara de mando, avisé a los pocos amigos con los que cuento que el eje principal de la política municipal pilotaría en torno a la defensa del medio ambiente. No soy paisajista, ni arquitecto, ni político, sí ciudadano. Y puedo opinar, valorar y hasta criticar desde la ataraxia -fórmula filosófica helena que dieron a la felicidad- sosiego, ponderación y ecuanimidad. Estoy a favor de la completa y beneficiosa peatonalización del centro con el mayor de los consensos entre los principales actores del juego, vecinos y comerciantes.
La pacificación al tráfico de calles y plazas son obras que vienen para quedarse. De hecho, en alguna conversación mantenida con amigos o familiares en no clara sintonía conmigo, sin llegar al conflicto dialéctico, en la que al principio de la legislatura tiranizaban a un gobierno por priorizar el uso de la bicicleta, ha virado su opinión 180 grados asumiendo la peatonalización del tráfico de calles y plazas, pero no su diseño. Un avance. Un logro. Un propósito. Me alegra por lo menos escuchar las opiniones de estos feroces opositores que sintonizan con ello. Algunos de los que antes criticaban con virulencia el apartheid sufrido al vehículo a motor hoy circulan en bicicleta o monopatín. Era cuestión de tiempo, como lo fue el desarrollo de la Ley del Divorcio, o la puesta en marcha de la Ley del Matrimonio Homosexual. Lo que no sé es si era el momento oportuno de reformar la plaza. Desde un punto de vista más objetivo creo que la reordenación del tráfico por la Concejalía de Movilidad en la primera legislatura, con errores y aciertos, fue en la línea correcta. Ahora, en la segunda, esta excesiva centralización en la urbanización del centro histórico la encuentro discriminatoria hacia las periferias, los barrios, que necesitan mayores inversiones. El lavado de cara de la ciudad debe ser gradual y consensuado. Y suscribo las palabras de José Martínez Ruiz “Azorín”, viajero literario que se pasó la vida paseando y observando de cerca hasta la propia “València” La calle moderna ha cambiado por completo: un paseo es un espectáculo voluptuoso y sedante… Las tiendas son pequeños museos de arte y de etnografía; todos los productos de todas las civilizaciones del mundo están en sus anaqueles, amontonados. Entramos y salimos en ellas libremente...Y dicho el dicho, sin salirnos de la Generación del 98, Miguel de Unamuno se adelantó al presente, “a los valencianos nos ahoga la estética.”