Vender la piel del oso antes de cazarla es uno de los magnos errores que los seres humanos solemos acometer casi a diario. El inacabado e inadaptado proyecto del Nou Mestalla es un ejemplo vivo. Sacamos demasiado pecho. Más de un siglo después de publicarse Arroz y Tartana del bueno de Vicente Blasco Ibáñez entiendo las cosas que discurren en esta ciudad. Crearon una necesidad dónde no la había. Primero por inflar de clembuterol al viejo estadio, resultando un batacazo jurídico. Sujeto a ello, segundo, por levantar los cimientos del nuevo. A fecha de hoy la flamante maqueta del valencianismo, ícono de modernidad cómo se atrevieron a pronunciar algunos artífices del desatino, sigue sin el certificado final de obra.
Hay que regresar al futuro para situarse en la dantesca escena. Pinchada la burbuja inmobiliaria, seguimos con el mismo problema que ayer, y seguramente que mañana, a la València verde le falta el césped que cubra el cemento de la nueva catedral del fútbol del Cap i Casal. No hay otra. Hace tiempo que escribí una retrospectiva de los hechos, pasan los años, soy más viejo, menos esbelto y sigo reafirmándome en lo mismo que rubriqué.
Corrían nuevos tiempos en el Cap i Casal, diferentes maneras de hacer política desde el edificio consistorial, y todo empezaba a girar con viento de Levante en torno a la edificación de los pilares de una ciudad basada en los grandes eventos. Aterrizaron los nuevos amos de la economía. Los dueños del ladrillo. Manos a la obra, Mestalla se ampliaba. El barrio de la Exposición era invadido por grúas, cemento y vigas de hierro.
Mestalla recibió al emérito con la casa a medio barrer cobijando una final de copa en 1998. A Rita Barberá le entusiasmó el jolgorio. Vio un filón. Quiso más. Albergar una final europea. No pudo ser. El viejo estadio no dio la talla. La ampliación acabó enfrentando a los vecinos con los vecinos del pueblo de Mestalla. Los tribunales pusieron orden. Acatamos las sentencias. Tres años después del dispendio de 4.000 millones de las añoradas pesetas, el viejo estadio ya no servía. Cualquier director general de una empresa privada que hubiera dado el visto bueno a la operación hubiera sido cesado fulminantemente en el cargo. Hubiera durado dos telediarios.
Pensat i Fet. Benicalap su nueva ubicación y la Ciudad de Las Artes y las Ciencias el mejor escenario de presentación. La recuerdo como si fuera hoy. La generación del bogavante presentó a bombo y platillo la nueva maqueta sinónimo de abundancia, prosperidad y de tiempos modernos. Los nuevos amos de la economía dominaban la voluntad de miles de ciudadanos del Club de Mestalla. Las hipotecas basura pusieron fin al idilio. La maqueta se acabó rompiendo.
A menos de dos meses para la resolución de la ATE no se atisba ningún indicio de que las obras se reinicien. Y me pregunto, ¿Qué coño firmaron con Meriton durante el cónclave?, pues no lo sé. Tampoco lo hemos visto. Especulaciones. Hermetismo total. Y realmente el futuro del Valencia CF y de un barrio de la ciudad pasa por llevar a buen término la ATE de Benicalap. No quiero pensar el estado de la pista de Ademuz en una tarde de futbol. La ciudad necesita acometer infraestructuras para los ciudadanos, indudable. Pero ya que estamos todos pringados, Consistorio, propiedad, vecinos y aficionados, solo por un poquito de amor propio, resolvamos de una vez por todas el problema. Los vecinos de Benicalap lo necesitan, E incluso la preciosa Dama de Manolo Valdés también, que debe estar flipando con la perenne anomalía.