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tribuna libre / OPINIÓN

Una casa en Reikiavik

9/08/2023 - 

En verano no hay película que se reponga de manera sistemática en la tele. No hay Ben-Hur, ni film de Capra, ni esperanza de un amor tras la ruptura fría y húmeda en un banco umbrío en Central Park. En verano no debiera haber ningún motivo que demore la felicidad, ni una peli larga, ni un capítulo de una serie que supere media hora, ni un catálogo, ni un prospecto, ni la contraindicación de lo indicado. Nada debe interponerse entre la dicha y el humano, ni un artículo, ni un libro, ni un ensayo o un resumen de la fenomenología de Husserl, ni las danas, las noticias, o el pitido de la alarma de reserva de tu coche. En verano todo el mundo blande la exigencia de la gloria. Todo el mundo quiere ser feliz y quiere serlo ya.

Extranjero o nacional, escolar o de quincena, colchoneta o pádel surf. El verano es temporada de clichés, dos contrarios no excluyentes que se erigen en opción ineludible. En verano eres de playa o de montaña, de museo o chiringuito, de un canónico Negroni o limoncello con sabor a Fairy, no hay matices, no hay espacio para huir hasta la estepa o escapar hacia un safari (de esos endless que me gustan), de colarte en una catedral de muros anchos o de tomarte una botella de Sauternes sin motivo para hacerlo. El verano deber ser de helado en tarrina o cucurucho, de cerveza o de sangría, de bermudas o de lino, camiseta o polo de colores, de mañana o noche, de salir a restaurantes o de quedarte siempre en casa. Es el tiempo del conflicto, ese paso previo a disfrutar con regocijo del debate y repudiar -aún entre risas- al que no opina como tú. Un conflicto que divide al universo por columnas en listados de clichés. El cliché de moverse siempre en coche, del que sólo alquila en vacaciones, el de aquel que se despierta y hace running, el del otro que ha anulado las alarmas de su móvil. La gente come, bebe o vota -sí, sí, es un hecho- por cliché, y también conduce, compra libros, ve películas o se descarga ciertas apps porque alguien dice no sé qué de sé tú mismo que es también un buen cliché que nunca falla.

El verano es una especie de esperpento y es que Valle-Inclán fue generoso, pero él plasmó en palabras este suelo que pisaba. La sombrilla de color rojizo, amarillo, rosa o de un naranja indescriptible. Todo como flúor, un Pantone propio que define toda playa y la destroza, por supuesto. El cliché entre playa con sombrillas de colores o montaña con las prendas técnicas del color de las sombrillas. Los extremos -ya se sabe- o se tocan o se abrazan.

Foto: ADRIANKIRBY/PIXABAY

He empezado a considerar un viaje a Islandia, unas vacaciones de glaciares, de volcanes, de perritos hasta arriba de mostaza. Despertar con frío y mucha luz. Experimentar la sensación de adiós, embarcarme en la escapada. Dicen que en Islandia hay catedrales con la forma de transbordadores espaciales, que la gente da la vuelta en bici en circular y que hay tantos campings en verano que parece una distopía millennial. Los colores de la tierra oscilan siempre entre lo mate y lo metálico, y en la capital ahora presumen de una estrella Michelín. He empezado a pensar en Reikiavik como destino, pero experimento una querencia hacia mi mar, lo necesito -eso es también cliché, al fin y al cabo-. La batalla entre el ser y el deber ser, lo que queremos, lo que ansiamos y lo que nos genera una esperanza en otro mundo, la batalla entre la felicidad o su espejismo, la inmediatez o el deseo. ¿Qué es más fácil de asir? ¿La felicidad o su concepto?

El personaje de Travis Bickle en Taxi driver (1976) -que es un poco el Newland Archer de La edad de la inocencia (1993) en versión lumpen- lo argumenta claramente cuando asume su derrota, una vez que se revela imposible aspirar a lo que aspira, es decir, a cambiar el mundo, o al menos su mundo, el de la noche de Manhattan: “Lo único que necesitaba era darle algo de sentido a mi vida. No creo que uno deba dedicar su vida a autoanalizarse morbosamente. Creo que uno debe convertirse en una persona como el resto de la gente”.

El placer presenta siempre dos versiones y el cliché se encuentra sólo en la primera. De lo inmaterial ya no se habla porque ha sido desprovisto de su concepción de acceso al goce. El verano es más del ya y de la no-idea. El verano es temporada para el resto, ese resto del que habla Travis Bickle, esa amplia mayoría que se rinde ante lo infame: la utopía inalcanzable. Otros como Newland y como Travis tienen casa en Reikiavik. Qué bonito es el verano cuando ofrece dos opciones. Qué bonito para algunos, por supuesto.

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