El último de los espais de llibertat de la València divina, la que se rebozaba en el polvo de estrellas de David Bowie y en la estela de las estrellas del cine independiente valenciano de los 70’s. Tragos largos que continúan regando la ciudad.
Una batalla de Stalingrado se ha librado entre mi corazón y mi cerebro. El primero, órgano de pasiones y hedonismo, latía para que escribiera este artículo. Mi deber era mostrar a la ciudad dónde y qué es el Christopher Lee, una de las coctelerías más antiguas de València. Pero el lóbulo central me exhortaba a detener la redacción. Publicar sería auto boicotearme, acabar con mi spot esencial de las citas discretas. Que además me pilla a tres minutos de casa. El Christopher, el que otrora fuese emblema de la libertad sexual, hoy es un estado intergeneracional, un histórico de la noche que con su tenue iluminación extasía a amantes inminentes. A esta antesala se accede suavecito para abajo, pasando por la recepción con su piano.
Víctor Mansanet –apellido especializado en cultura, contracultura y los típicos buñuelos falleros– retrató en su libro Pols d'estels (Rafa Ferrando i la València contracultural) un firmamento de transgresión, cine independiente valenciano y creatividad irreverente nacida en los estertores del franquismo. En su libro, un grupo de divinos individuos –capitaneados por Carmen Alborch– se ungían de la estética de David Bowie en Ziggy Stardust y frecuentaban pubs como el Christopher Lee, fundado en 1971 por Lluís Fernández, titular también del Capsa 13, el somni de la meva repressió. El Capsa lo cerraron por subversivo, en el garito circulaban libros de Marcuse y según cuentan los cronistas de la ciudad, se fumaba grifa que llegaba bajo los gorros de la Legión.
En 1978 se hizo cargo de la coctelera Vidal, el único y auténtico. En el año vigente sigue Vidal, hecho un toro y preparando fantasiosas piñas coladas. «Venía formado, con ilusión, potencial y ganas para emprender. Me hipotequé hasta aquí arriba pero hemos conseguido tener clientes durante cuatro décadas. Hijos que se fusionan con sus padres en esta atmósfera mágica. Tenemos el reconocimiento de un sector que yo denomino sensible».
«El beber es como el comer. Cuando vayáis a un restaurante, observa los tiempos, las formas de comportarse. Y no hablo de esnobismo, hablo de naturalidad. ¿Sabemos estar a la altura de las circunstancias? Por ejemplo, en las Fallas. Como valenciano me encantan las fallas, pero hay unos problemas con el alcohol… no puede ser que unos padres estén bebiendo a morro una cerveza delante de sus hijos o alternando sin ningún cuidado. Y lo hemos normalizado».
En el 17 de la calle Pinzón los tiempos son otros. Hay alquimia en las copas y nostalgia en los numerosos cuadros de las paredes. Una reproducción enorme de la portada de la Cartelera Turia n.º 404 anunciando la inauguración del bar. Folletines que proclaman que este local permanece inalterable al paso del tiempo, los cambios, las crisis o las nuevas corrientes lúdico-festivas. El alcohol y su tratamiento también son diferentes a lo que acostumbramos a padecer. «El alcohol se impone. Incluso trabajando con él, yo no quiero que predomine, porque sé con lo que jugamos. Podría estar muerto si el alcohol formara parte de mi vida. Entonces, como yo soy un poco un asesor tuyo, te voy a decir, tómate una copa. No te invitaria a tomar dos o tres si viera que te van a sentar mal».
Debajo de un retrato firmado por el mismísimo Christopher Lee; al lado de un bodegón con un perro de cerámica, una cartuchera, un payaso de peluche, unas tetas de goma, un nenuco con pelo y un cuadro de La naranja mecánica; siempre al alcance de la mano en, nunca mejor dicho. Dispensadores de desinfectante de manos. «Es verdad que lo hemos puesto en todo el local, aunque lo propio sería lavarse las manos, pero es que tú llegas y aunque no tengas tiempo para ir al baño, sabes que puedes encontrar una botellita de estas en cualquier parte. Estoy haciendo un comentario importante. Nosotros vamos adelantados, pero por higiene personal, independientemente del coronavirus».
Vidal tilda a su clientela de “especial”. «Tenemos una clientela muy delicada que se ha ido transformando. Gente con delicadeza, gente que no te rompe nada, se comporta y convive. Que charla y está a gusto». El Christopher es Vidal, un colaborador húngaro «que transmite magia» y su mujer, Mila. «Mi mujer y yo somos dos dinosaurios. Es como cuando sale Mick Jagger al escenario y dices: ¡hostia, Mick Jagger!. Mila sería Tina Turner, bueno, no es tan potente mi mujer como la Tina, es más sensible. Sería la Patti Smith. Tengo una mujer fantástica y gracias a ella no estoy perdido. Yo soy un Lou Reed que aún no se ha muerto».
Antes de encarar la noche del martes con un ramo de tragos a base de Flor de Caña, daba por sentado que Vidal iba a extrañar los tiempos pretéritos del barrio del Carmen y por ende, de la ciudad. No fue así. «A mí me da ilusión València si miro mi local. Y soy muy exigente. He vivido la noche. Siempre he creído en esta luna, estas estrellas, este cielo vampiresco... La luna cerrada por la neblina. Hostia, cuando sales a tomar una copa después de una jornada dura y hay ese glamour, un susurro en el que no se pierde el control. Hay sitios como este que transforman la ciudad, donde hay calidad».
«Sigo con fuerza, con ganas de seguir. Si no tuviera ilusión no estaría aquí, sinceramente. No puedo defraudar a esta gente, gente joven que se acerca, a la que de un arándano les hago una copa que les hace sentir como protagonistas. Les hacemos virguerías. Hacemos que sientan el local como suyo, que se identifiquen y sueñen. Simplemente es que hago una copa y veo que el cliente paga y se emociona y me dicen: Vidal, no te mueras nunca».