Bajos comerciales, estudios de arquitectura, locales para el diseño y muchos carteles con un ‘Se alquila’ en la frente. Una ecuación por resolver
VALÈNCIA. Ante el riesgo de que nos aticen con burbujear a propósito de los negocios creativos, de las oficinas culturales, adviértase que todos los testimonios que desfilarán a continuación son homologables a los de cualquier oficio. Que no tienen más romantización que el lustre de su trabajo. Y, por supuesto, son difíciles de amalgamar bajo un mismo contenedor cajón.
A las puertas -o ya en el mismo salón- de un escenario imprevisible repleto de bajos comerciales desocupados y con coleccionables de sealquilas, llaman a la puerta como por presión voluntarista posibles usos relacionados con el diseño, la arquitectura, el dinamismo cultural… Lo hacen, si no por la especificad de la propia tipología de la actividad, sobre todo por los lazos intangibles les que los acercan a la calle. “El diseño también tiene que mostrarse tan cercano como una frutería”, leeremos más tarde.
Cuando el estudio de arquitectura Kavalyo y la editorial Handshake tomaron, hace unos meses, su bajo en la calle Gandía 17 -en Extramurs- la máxima fue: “queríamos salir, poder ver la calle, y, desde luego, que la una volviera a tener salón y la otra su comedor, trabajar desde casa no es una opción para nosotras. Con este punto de partida y teniendo en cuenta que, por muchos anhelos personales que pudiéramos tener, debíamos aceptar la oferta-demanda del mercado inmobiliario y el PGOU de València, la única alternativa era alquilar un bajo en un edificio residencial plurifamiliar”.
Las propias integrantes del estudio Kavalyo visualizan los emparejamientos entre las franjas de trabajo y los bajos comerciales. “No se trata tanto del tipo de actividad que se implante en un espacio sino del proceso socio-económico que ha impulsado su ocupación”, introduce Julia Cano. “Si la única interacción posible con el espacio privado es el alquiler o la venta y, dado que el espacio dedicado al trabajo no es un derecho fundamental como lo es la vivienda, el mercado controlará quién lo habita, su formalización espacial y sus posibilidades de uso.
El bajo comercial es una singularidad de nuestra cultura, al menos a nivel cuantitativo ya que se ha convertido en la norma a la hora de proyectar el suelo privado. Está comúnmente aceptado que un uso global residencial contenga una burbuja en planta baja con una morfología y un programa completamente diferentes, a veces, incluso incompatibles. Esto da como resultado que, en cualquier calle, de cualquier barrio, sin importar el perfil demográfico que habite, exista un frente casi continuo de locales que aspiran a tener una conexión total con el espacio público a diferencia de lo que ocurre en el resto de plantas con uso residencial, donde normalmente, la privacidad es una de las variables más importantes. El capitalismo manipula esta situación y la transforma en la oportunidad perfecta para vender un producto y entonces, nace el escaparate. Un escaparate, esencialmente, es una ventana no practicable, el lugar físico donde convencer al cliente de que consuma y, sin embargo, es el único espacio de todo el local junto con almacenes o cocinas donde está prohibido entrar y tocar. Es un ejemplo entre un millar de cómo el motor económico condiciona la realidad espacial.
No obstante, si esas burbujas, si todo ese frente continuo se consolidase mediante otras formas de ocupación ajenas al capital podrían aparecer alternativas tanto en uso como en programa y morfología. Estimular este tipo de modelos es una decisión política (de la política institucional y de la que practicamos todas), aparecerían nuevos conflictos pero, seguramente, viviríamos en una ciudad más democrática y más divertida”.
Esas burbujas a pie de calle están envueltas de razones emocionales que denotan, en ocasiones, pura intención. Los integrantes de Granissat, estudio de diseño, tuvieron claro desde su momento cero dónde querían desarrollarse: “de igual forma que sabíamos desde el primer momento que queríamos ser una cooperativa, sabíamos que queríamos estar a pie de calle. Estar conectados con el barrio que nos acogiese, implicarnos en su realidad, sus comercios y con su vecindario. Para nosotros es un lujo estar en el barrio del Botànic y en concreto en la Calle Lepanto, una calle con un ecosistema complejo pero entrañable. En 4 años hemos podido entablar amistad con los vecinos del edificio, con los comercios de la zona, con el Mercat Rojas Clemente y también con algunas de las personas que viven de aparcar los coches. Somos conscientes que un estudio como el nuestro es un agente gentrificador y queremos ser responsables y cuidadosos con nuestros vecinos y vecinas. Esta era otra máxima que estaba presente desde los inicios”.
Desde su mirilla en Lepanto, aportan: “Sería fundamental conseguir una regulación pública del precio de los alquileres (...) La administración debe implicarse más en tomar medidas que democratizan el acceso a un local para emprendedores o para iniciativas culturales o creativas. Espacios en desuso o en situación de abandono pueden tener una segunda vida si se permite a jóvenes creadores o agentes culturales emprender sus proyectos en ellos”.
El proyecto educativo Arquilecturas, nacido para acercar la arquitectura a los niños, se mudó a la calle Segorbe 7, a espaldas de Estació del Nord (en la antigua galería Pepita Lumier). Encontraron en ese viejo garaje un espacio diáfano: “manejamos gran cantidad de material voluminoso, y un local a pie de calle tiene muchas ventajas frente a un piso en altura, sobre todo para la carga y descarga. Además nos permitía hacer talleres en nuestro propio estudio dando una mayor accesibilidad y visibilidad”, plantean Silvana Andrés y Sonia Rayos. Desde esa experiencia, reclaman “alquileres más accesibles” con los que trazar una estrategia de ‘relleno’ para los bajos vacíos. “A nosotras nos ha funcionado compartir el espacio con otras profesionales, personas inspiradoras que enriquecen nuestro día a día”.
El modelo Covetes
Extremando todavía más el modelo, Raül Ferris y Elisa Talens crearon Recuperem les Covetes, en los bajos de los Santos Juanes, para ofrecerles una nueva vida y sacarlas del marasmo. “En el año 2018 vimos que dos “covetes” estaban disponibles para su compra y decidimos comprarlas con la idea de en un futuro poder tener un negocio propio en ellas. Les Covetes fueron durante siglos un punto de encuentro social y comercial, al estar situadas en una ubicación privilegiada de la ciudad”. Un símbolo de cómo el fluir cultural puede reactivar puntos suspendidos… de cómo podría extenderse “mediante la concesión de ayudas directas (informativas, orientativas o monetarias) o, mediante una estrategia cultural, enfocada a los agentes que conforman el ecosistema actual: universidades, escuelas, empresas culturales, negocios creativos, artesanos, diseñadores…”.
Ferris y Talens, al peso de su particular balanza, encuentran en la visibilidad y en la interacción las principales ventajas del uso que preparan en progreso. “La posibilidad de despertar sentimientos y emociones (táctiles, visuales, olfativas…) es una ventaja sobre todo para productos de artesanía y diseño”.
En gran parte de los casos, la diferencia competitiva de posicionarse en bajos tiene que ver con la apertura y el mestizaje urbano. “La mayor ventaja es abrir la ventana y que sea una puerta de tres hojas. Todas hemos trabajado en oficinas tradicionales, donde cada empleado tiene su mesa, su silla y su metro cuadrado personal donde pasa ocho horas de su vida al día, es una privacidad mal entendida y mal defendida. En nuestro caso, tenemos la suerte de que la calle Gandía es una vía muy poco transitada por vehículos a pesar de estar colmatada por aparcamiento en batería, así que hemos podido acostumbrarnos a otra definición de privacidad, valoramos mucho tener una conexión directa con la vía pública de 8m2 de vidrio y un acceso directo sin escalones o rampas”, plantean desde Kavalyo.
“Nos gusta vivir la ciudad a pie de calle, la relación con los vecinos, o con otros locales”, siguen desde Arquilecturas. “La visión a la calle desde el puesto de trabajo permite una mayor vinculación con el barrio. Es frecuente que pase algún amigo o amiga a saludar. La cartera nos da las cartas en la mano, recogemos los pedidos de Splendini, no cuesta nada cruzar al Forn de Toni…”.
“Textual y metafóricamente, nos mantiene los pies en tierra”, resumen desde Granissat. “Somos un estudio joven, cercano y profundamente arraigado a la realidad valenciana. No le veríamos sentido a estar en una torre aislados del mundo. El diseño también tiene que mostrarse tan cercano como una frutería”.
La mayor desventaja, por contra, tiene que ver con el ruido. “En el caso concreto de una ciudad española, todas las instalaciones comunes del edificio atraviesan el espacio sin ningún tipo de intencionalidad por parte de quien las definió o las construyó o ambas pero, de nuevo, no sería un problema si existiera un interés real a la hora de proyectar y construir”, razonan en Kavalyo.
Puede que esas culturas en bajo sean poco más que un anecdotario. Pero podría suceder que correspondieran a una estrategia de revitalización en red, desorganizadamente conectada.