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el alcalde advierte: "se está haciendo muy largo"

En una esquina a la sombra del Nou Mestalla: Diez años esperando una quimera

Foto: KIKE TABERNER

El Valencia continúa recibiendo ofertas para la venta del solar del Viejo Mestalla, que le permitirá acabar la obra. Las primeras estimaciones hablan de que no se alcanzarán los 100 millones, apenas lo necesario para concluirlo

13/01/2019 - 

VALÈNCIA. El 13 de junio de 2002 el Palau de la Música de València acogió un homenaje a dos poetas valencianos, Carlos Marzal y Vicente Gallego, que estaban de actualidad por ser el primero Premio Nacional de Poesía por su poemario Metales pesados y el segundo premio Loewe por su obra Santa deriva. Apadrinaba el acto Francisco Brines. Entre el público, Fernando Delgado, Manuel Ramírez, Antonio Cabrera… La entonces presidenta del Palau, Mayrén Beneyto, organizó una comida a la que asistió la alcaldesa Rita Barberá. A los postres, ya con la conversación distendida y hablando del fútbol, una de las pasiones de los poetas allí presentes, se mencionó la reciente liga conseguida por el Valencia C. F., la quinta de su historia.

Foto: KIKE TABERNER

La alcaldesa, en una mesa en la que estaban entre otros periodistas el columnista de Valencia Plaza J. R. Seguí, hizo varias reflexiones sobre el Valencia, la pérdida de Mendieta y una que entonces pareció inocente: lamentaba que el estadio de Mestalla no tuviera condiciones para acoger una final de la Champions League. Uno de los presentes le advirtió de que el Viejo Mestalla no se llenaba todos los partidos, que tenía un aforo más que correcto con sus aproximadamente 50.000 asientos. Que nadie pedía un estadio más grande. A Barberá le dio igual. Lo que importaba, decía, era albergar una final de Champions porque sería un reclamo publicitario y turístico de primer orden. Desestimó el escepticismo de los allí presentes.

Foto: KIKE TABERNER

9 de enero de 2019. Enrique y Amparo, dos jubilados del barrio de Benicalap, se encuentran a las puertas del Mercadona de la calle Dr. Nicasio Benlloch, junto al cruce con la calle del Garbí. Enrique se sienta en un banco a las puertas del supermercado a esperar a su mujer. A sus espaldas se encuentra el esqueleto de hormigón del Nou Mestalla. “Eso va para rato”, comenta señalando el edificio; “nadie sabe nada de cuándo se hará”. “Es que está todo muy liado”, apuntará después Amparo. Ambos lo vieron aparecer por ensalmo, como otros muchos en València. Ahora lo ven ahogado, muerto, sin apenas vida. “Alguna vez se ve a algún un obrero ir por ahí, en cosas de mantenimiento”, dicen.

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Cuando en noviembre de 2006 se presentó lo que se definió alegremente como el proyecto definitivo de Nou Mestalla (lo de ‘definitivo’ suena ahora a burla) muchos aficionados y profesionales mostraron su perplejidad y advirtieron del riesgo que se corría. Entre otros, el periodista Cayetano Ros. El entonces presidente Juan Soler admitía que habría un déficit anual de 30 millones de euros hasta 2010, fecha en la que estaba previsto que se acabase el nuevo campo. El déficit del club se iba a disparar si no se concluía a tiempo. La maqueta del Nou Mestalla, de 75.000 localidades, se dio a conocer en un “acto fastuoso”, escribía Ros, en el Museo Príncipe Felipe. El diseño del estadio era obra de Mark Fenwick y Javier Iribarren. El evento fue organizado por una empresa del director de la cadena autonómica Ràdio Nou, Jesús Wolstein, según reveló la Cadena Ser. Wolstein era (y es) el esposo de la senadora del PP Marta Torrado, entonces edil en el Ayuntamiento de València y considerada por muchos como la delfín de Barberá.

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Una de las voces más críticas con la construcción del nuevo estadio fue el portavoz socialista Rafael Rubio. A pesar de la impopularidad que les pudiera granjear, Rubio convenció a su partido de la necesidad de oponerse a la recalificación del viejo Mestalla por sus dudas ante la operación inmobiliaria. Nadie les hizo caso. “Los hechos tristemente nos han dado la razón”, comentaba este viernes a Valencia Plaza. “Si en ese momento la sociedad valenciana nos hubiera hecho caso, no estaríamos como estamos, con el club con mayor masa social de la ciudad endeudado y en propiedad de personas sin arraigo en la Comunitat”, añadía. Y nadie hablaría de un estadio a medio construir paralizado desde hace una década.

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La carambola se vendió como sencilla, a pesar, dicho está, del escepticismo de muchos. Tras la recalificación autorizada por el consistorio de Barberá, se debían vender los solares del viejo Mestalla y con ese dinero terminar de financiar la construcción del Nou Mestalla. El estadio se levantaría a imagen y semejanza del Ámsterdam Arena. Barberá ya tenía su estadio cinco estrellas que podría albergar una final de Champions League. De hecho, se decía que la final de la temporada 2010-2011 se iba a jugar allí. València sería una ciudad con circuito de motos, con final de Champions, con Copa América. València sería el centro del mundo. La Fórmula 1 estaba a la vuelta de esquina. El mundo iba a mirar a la ciudad más esplendorosa del Mediterráneo. Y detrás de todo, eufórico, un valencianista confeso, el entonces presidente de la Generalitat, Francisco Camps. 

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En una de las esquinas de la calle del Garbí con Doctor Nicasio Benlloch conviven dos establecimientos. Uno de ellos es una farmacia cuya titular, Verónica Alfonso, decidió rebautizarla como Nou Mestalla cuando obtuvo la concesión. Las obras acababan de detenerse, pero entonces se decía que sería un parón momentáneo. Alfonso pensó que llamarle Nou Mestalla sería una buena forma de localizar el establecimiento para el público. Lo que no podía imaginar es que se convertiría en una ironía porque el único Nou Mestalla que hay en la actualidad en funcionamiento es su farmacia, que da servicio al barrio. “Es una pena”, comenta la farmacéutica. El local anexo es un bar, la cafetería Millenium, regentada por un antiguo estudiante de Jesuitas, Miguel Ángel Quintanilla. El establecimiento fue decorado de un programa especial de Salvados en el que el periodista Pedro Morata le relataba a Jordi Évole toda la sinrazón que rodeó al nuevo estadio. “Aquí estamos, 10 años esperando una quimera”, se lamentaba este miércoles Quintanilla.

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Las obras se iniciaron en agosto de 2007. En tres años debía estar terminado. En mayo de 2008 cuatro trabajadores murieron en un accidente que, según el fiscal delegado de Siniestralidad Laboral, Jaime Gil, se produjo por una concatenación de causas. Los nombres de las víctimas fueron soslayados. A principios de la temporada 2008-2009, en septiembre, apenas cuatro meses después de la tragedia, se supo que el estadio no estaría a tiempo para la final de la Champions de 2011. En febrero de 2009 se oficializó lo que muchos ya barruntaban, y es que las obras se habían detenido. El encargado de anunciarlo fue el entonces presidente, Vicente Soriano. Este prometió que tenía un comprador para el Viejo Mestalla y con ese dinero se acabaría el estadio. Guardaba el nombre en secreto, decía, porque le obligaban cláusulas ignotas de confidencialidad. Mentía. Nunca apareció nadie. Al final, Soriano dimitió en junio de 2009 y años después sería condenado a pagarle 59 millones de euros a Soler por la compra de las acciones del club, deuda que jamás satisfizo. Cuando se paralizó la construcción se habían gastado unos 125 millones de euros. En estos diez años el Nou Mestalla se ha convertido en un icono de la crisis y ha protagonizado vídeos virales.

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Los dos arquitectos del proyecto han tenido que realizar diferentes versiones de las que se han ido retirado plazas de aparcamiento así como detalles como la pista de atletismo. Han tenido que tejer y destejer cual Penélope. Oficialmente, desde el estudio de arquitectos no quieren hablar. “Fenwick Iribarren Arquitects prefiere no hacer por el momento ningún tipo de declaración sobre este tema”, explican sus responsables de Comunicación; “cualquier información la tiene que dar el club”. Su último diseño abarata el coste de la obra pendiente en 60 millones de euros, al reducir la cubierta y hacerla más liviana. ‘Sólo’ harán falta 90 millones para terminarlo. En las últimas declaraciones oficiales remitidas por la agencia Efe, Mark Fenwick, coautor junto a Javier Iribarren, hacía de la necesidad virtud y aseguraba que el nuevo proyecto le gustaba “más” que el anterior. Una de las peculiaridades del último diseño es el que el aforo se situará en torno a los 55.000 asientos.

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En la esquina de Garbí con Nicasio Benlloch siguen expectantes. “Alguna vez hemos visto llegar a las furgonetas de Peter Lim”, comenta Alfonso mientras acaba de atender a una clienta en su farmacia. “También las del presidente [Anil Murthy]”. La última vez que la comitiva se dejó caer por allí fue a mediados de diciembre. Murthy visitó el estadio de Cortes Valencianas en compañía de Akihiko Togo, vicepresidente ejecutivo de Penta-Ocean Construction Co., Ltd. y amigo íntimo de Lim. Quintanilla aún recuerda los días en los que se estaba construyendo el estadio. Tenían trabajo hasta la saciedad. “Hacíamos de 70 a 80 menús diarios”, rememora. “Entonces tenía cinco empleados. Aquello era una alegría, con gente pidiéndote los cafés desde tercera fila…”. Ahora el bar está solitario, apenas unos pocos clientes que pasan con goteo. “Sobrevivo de la gente que cobra el paro y el subsidio”, comenta. En una mesa, un amigo, Jesús Jiménez, lee el As, mientras su hermano Andrés atiende a los clientes de la terraza.

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Lo que tendría que haber sido un elemento dinamizador del barrio y un motor urbanístico de primer orden, lleva ya casi una década transformado en una ballena blanca muerta, pudriéndolo todo. La degradación, aseguran los técnicos, no es relevante. Pero el aspecto que ofrece es desolador. Los bajos que circundan al estadio cambian constantemente de dueño. Algunos tienen nombres futbolísticos. Llegaron antes de tiempo. En los últimos años entre los pocos negocios que resisten se encuentran el Mercadona, la farmacia y el bar Millenium de Quintanilla. Este último resiste literalmente. “Todos los años pierdo dinero. Si no fuera por los amigos”, se lamenta el propietario del bar. Y pregunta con cierta ansiedad en la mirada: “¿Se sabe algo del nuevo estadio?”.

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Lo que se ve desde el bar es la sombra de un edificio. De noche, con poca iluminación, su silueta recortada es lo que más se parece a un estadio. Pero la zona está poco habitada. “La otra parte de la avenida Cortes Valencianas, es otro mundo; yo digo que vivo en la frontera entre Manhattan y el Bronx”, bromea Quintanilla. En ese linde es habitual ver a algunos ex futbolistas del Valencia que tienen propiedades. Uno de los parroquianos del bar comenta que por la zona pasan con frecuencia ex jugadores como Santiago Cañizares, David Villa (“se compró unos áticos; lo sé porque mi primo le puso las cortinas”), Carlos Marchena, Juan Sánchez… “A [Unai] Émery le vimos hace poco”, apunta Quintanilla. La zona rezuma fútbol. Las referencias, los nombres, las personas relativamente famosas que pasan por allí. No muy lejos, en un bajo propiedad del ex futbolista Suso García Pitarch, se encontraba un Tapelia cuyo gerente decidió abandonar el bajo en cuanto se detuvieron las obras del Nou Mestalla. “Esto no lo reinician en años”, le dijo a un amigo. Acertó.

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El alcalde de València, Joan Ribó, mostraba este jueves su preocupación por la marcha de los trabajos. “Nosotros, de momento,”, aseguraba a Valencia Plaza, “vamos a ver si el club ya mueve ficha en lo que hace mención a la zona del actual Mestalla. En esta legislatura he dicho que me callaba con este tema, pero en la siguiente tendremos que hablar. Aguantaremos y esperaremos unos meses, pero esta situación no puede seguir así para siempre. Las últimas conversaciones que hemos tenido han sido hace unos meses. Hemos intentado ser muy respetuosos con la situación del Valencia estos años, pero se está haciendo muy largo”, advierte. “Y eso es algo que lo deben entender desde el club”, añade.

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El Valencia ha ampliado hasta el 15 de marzo la recepción de ofertas por el solar del Viejo Mestalla. Esta misma semana habló el director general, Mateu Alemany, al respecto. “Tenemos la estimación que sobre esa fecha explicaremos las ofertas en las que estamos trabajando y que sean vinculantes”, dijo. “Ahí veremos si tenemos alguna oferta que nos satisfaga y podamos iniciar las obras del nuevo Mestalla. Puedo confirmar que hay ofertas interesantes, pero todavía hay que superar varios filtros. Estamos en la tercera fase de la concreción de esas ofertas”, añadió. De los más de 300 millones que se dijeron entonces que se obtendrían por la venta del solar del Viejo Mestalla, se ha pasado a los 120 millones que se estiman actualmente, si bien fuentes vinculadas a la operación aseguran que muy difícilmente se llegará a 100 millones de euros y que las previsiones que se manejan oscilan entre 80 y 90 millones. Ése es el dinero que tendrá el club para concluir el Nou Mestalla.

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Una vez se venda el solar del Viejo Mestalla, como una cascada, llegará el final de obra del Nuevo, la demolición del que aún hoy es el estadio de Primera más antiguo de España, y un hotel de lujo junto a las viviendas que se construyan en los solares ya expeditos. Desde el club no quieren avanzar fechas. Los márgenes son de dos a tres años, en el mejor de los casos. Cuando eso ocurra, cuando esté terminado el Nou Mestalla, habrá concluido ese descenso a los infiernos que ha sido su construcción, esa que en su día Barberá y Camps consideraron como prioritaria para la ciudad. La película El odio (1995) de Mathieu Kassovitz, concluía con un monólogo: “Esta es la historia de una sociedad que se hunde, y que a medida que lo hace se dice a sí misma: hasta ahora todo va bien, hasta ahora todo va bien; lo importante no es la caída sino el aterrizaje”.

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