Es viernes de volver la vista atrás y tristrás. Con añoranza, alegría y mucha chispa, la que traen los recuerdos de Perú y la bebida de hoy, el pisco sour, por supuesto.
Con uno para empezar fijo, dos mucho mejor y tres que cuidadín, a ver si vamos a hacer el balancín. Que es tentadora combinación de aguardiente de uva, limón, jarabe, clara de huevo y su remate de angostura, el que mata con su contraste amargo a los dulzores aun austeros. Con meneo a mano, por favor, que es mucho mejor, aunque ya se sabe que aquí no le hacemos ascos a nada, monada. En vaso, que las torres se nos hacen muy altas, y antes, durante o después de comida o cena, pero con recetas de las buenas. En recorrido por el país aloloco y tan contentos empezando en Lima con el de La Picantería de Surquillo. Trago que nos introduce en la magia de la tierra que pisamos. Sobre banqueta en equilibrio para evitar caídas y paladeando un aguadito pescatero de quitar el sentido. Inicios que hechizan antes de un poco de reposito, que es lo que toca después de un viaje tan largo como buscado.
Recuperadas las condiciones necesarias nos dirigimos en paseo de disparate a Cala. Con atardecer a borde de playa rocosilla y tan traviesa. Entre frescores que acarician, palabras que enamoran y la seguridad de que es el momento y el lugar para dar cuenta del cóctel sorbito a sorbito con un sanguchito de pejerreyes de La Preferida. Y es todo tan bonito que soñamos con angelitos hasta que llegue el de mañana.
Será en Don Fernando, la felicidad hecha restaurante donde las risas y la buena charla están aseguradas. Con mucha chicha, que aquí no falta, pero también con la bebida today elegida que la preparan con tanto mimo como deliciosa nos sabe. Con sentimiento de familia y la maravilla de los cebiches de erizos y de conchas negras.
Desde allí, patitas a tope y directos a una parada en el Hotel Country Club donde descubrimos el semi seco. En ambiente acogedor y recogido, de sabiduría en el aire y pensamientos profundos mirando a horizontes eternos. Con toda la calma, sin empalague ninguno y con la sencillez viciosa de un cuenco de chanca.
En el Ayahuasca encontramos ese Barranco sin miedo a las alturas. Casita verde selvática de aposentos con el lujo de los que están atentos para llegar a ser portentos. Nocturnidad de bailoteo con la música precisa y todo elemento en su lugar. Para beber en barra o pista moviendo el cuerpecillo y pensando en la cecina con paiche y yuca que nos vamos a zampar en Central.
Cerca cerquita tenemos el Barra 55, continente comedido con contenido de mucha erudición. Cáliz con el juicio que perderemos como no paremos. Así que continuaremos con la mirada bien puesta en cada baldosa, que amarillas como nuestro trago, nos llevarán con seguridad hasta La Mar para probar su delicioso pejesapo frito.
Seguimos los pasos de los que muy bien nos aconsejan hasta el Hotel B y su bar. Amabilidad sin prisa para que te sientas tan contento. Improvisación con tono picantón y resultón. Observando que se está rebién y que lo bebido rico es. Con salero y los detalles que te sacan la sonrisa con toda la facilidad. Y picando lo justito, que toca Isolina y probaremos el lomo saltado.
El de Tanta, aunque de batidora, nos sabe estupendo de penúltimo aperitivo por Miraflores. Porque es energía renovada que no quiere asustarse por nada. Esperanza en el futuro tras paseo bajo cielos plomizos que deciden abrirse a las olas para despedirnos y justo después enloquecemos bastante con el cebiche caliente de Fiesta.
Y antes de irnos, otra parada imprescindible, si no por la mejor calidad al menos por la solera. Porque en el Gran Hotel Bolívar el tiempo se detiene. Lo tomamos a besitos chiquitines, rememorando ciudades que, aun extrañas, se nos agarran a las entrañas. Repasando la suerte de unas jornadas con tanto de todo que no permiten acomodo. Por calles que nos hacen soñar con un mes de restaurantes sin parar y recordando las arepas con panceta glaseada de Mérito que nos recibieron.
Volamos a Arequipa con velocidad inusitada para disfrutarlo desde prontito y que no falte de nada. Que queremos andar fuerte sobre sus aceras de piedros resbalosos con repostaje donde toque. Y es en Split que, pese a los humos que lo habitan, nos encanta por la generosidad que encontramos tras el mostrador. La de joven Dani que, además de conocimiento, nos regala lo de meditar sobre las personas que lo valen sin saberlo. Y nos sabe fenomenal con el pan de tres picos de chancho del Mercado Central.
El andurreo continúa y la labor de investigación da buenos frutos cuando decidimos entrar en Mumis. Copeo refinado y con imaginación que se traslada a la realidad gustándonos muy. Modernidad que también es conocedora de los clásicos, porque sin básicos no hay base. Y nos basamos en lo importante y reconfortante. Como lo son los grandes anfitriones de La Nueva Palomino y su arroz de rabos chagua chagua.
Continuamos imparables y ahora camino a Cuzco. Para el retrepe por sus laderas y darles a los ojitos maravillas. Así hasta el Km. 0, tan lejos de nuestra Puerta del Sol y tan cálido que nos atrapa con su luz. Rayos de verdades que abrigan en abrazo lanoso con animalitos hermosos. Pensamientos que sobrecogen cuando vemos Moray y la paz nos envuelve en silencio antes de devorar el plato de papas, tallos, chaco y chincho de Mil Centro.
Aguas Calientes nos da la bienvenida rara y entrañable al mismo tiempo. Con un Rodrigo que es salvador inesperado y el descanso que hace falta en el Mapacho. Paisaje de cortar respiraciones. Belleza que menos mal que sí, porque cura almas y se pregona imprescindible. Espacios y sentires imborrables. Subidas y bajadas hasta arriba de emoción emocionante y palante con una sopa de moraya y lisas en el mercado del lugar.
De nuevo en la ciudad, El Patio de Inkarri es casa y confort. Hogar de lo más cuqui con alguna cobra noctámbula. Agotamiento de tanta impresión cuya sed calmamos haciendo desaparecer toda tensión. Ganas de cuna y manta en invierno veraniego y a ratos palaciego. Que nos sentimos prinsezas afortunadas cuando lo tenemos todo y encima podemos ir a por un cuy al horno de la Cuyería Sol Moqueguano.
En el Qespi del Marriot le damos al lujerío, tío. Con otro Daniel a los mandos que nos explica los secretos de nuestro bebedizo del día, tía. Con risas que son de escándalo entre unos cuantos parroquianos y la charla precisa de quien atesora lo que es interesante. Igual que nos resulta apasionante ir de puesto en puesto y tomar una matasquita de carne del Mercado Cascaparo.
El Museo del Pisco resulta ser tanto una sorpresa como hasta luego perfecto. Complicidad, conocimiento, exaltación de la amistad y algunos bailes nada lentos. Nacionalidades e idiomas unidos en torno a un emblema que lo tiene todo para encantar a unos y a otros. Personalidad para la totalidad del público del que somos ya fanes para dar vida donde toque. Y mejor aún con un caldo de cabeza de cordero al amanecer para pasar el yet lag y volver a la realidad.