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TIEMPOS POSTMODERNOS / OPINIÓN

Una propuesta franco-alemana para la reforma de la eurozona

Si un grupo de 12 economistas franceses y alemanes han llegado a un documento de consenso, cabría esperar que los políticos puedan hacerlo también

21/01/2018 - 

Hace ya casi un año que la Comisión Europea, coincidiendo con el sexagésimo aniversario de la firma del Tratado de Roma y para “conjurar” el Brexit, lanzó una serie de documentos de reflexión sobre el futuro de la Unión Europea. A diferentes niveles ha comenzado el debate político sobre el grado de compromiso y de integración al que los europeos estaríamos dispuestos a llegar. A pesar de que 8 de los 27 no formen parte de la eurozona, a nadie se le escapa que la unión monetaria europea (UME) es uno de los elementos clave y que sus mecanismos de funcionamiento siguen sin tener un entramado institucional satisfactorio. No obstante, hay en la actualidad dos posturas relativamente contrapuestas respecto a la dirección a seguir. La francesa (junto con Italia y España) que propondría crear nuevos mecanismos de estabilización y mutualización de riesgos, así como mayor rendición de cuentas y una gobernanza reforzada. Por otro lado, la alemana (compartida con otros países como Holanda) parte de que los problemas de la eurozona se originan en políticas nacionales inadecuadas, por lo que los mecanismos de la propuesta francesa resultarían contraproducentes. En su lugar, abogan por hacer más estricta la aplicación de las reglas fiscales y aumentar la disciplina de mercado.

Estas dos posturas contrapuestas han sido un freno a las necesarias reformas institucionales aún pendientes. Probablemente por eso se ha acogido con una cierta expectación un documento publicado esta semana por el Centre for Economic Policy Research (CEPR) y firmado por 12 economistas alemanes y franceses de prestigio internacional y con posturas e ideologías personales diversas. A pesar de sus diferencias, este grupo de expertos ha llegado a un documento de consenso, que han titulado Reconciliar mutualización de riesgos y disciplina de mercado: Un enfoque constructivo para la reforma de la eurozona. Reconocen que ambas posturas tienen una parte de razón, pero piensan que es posible reconciliarlas y que, en realidad, no son excluyentes.

El supuesto de partida es que, mientras que la política monetaria de la eurozona está bien diseñada y las atribuciones y competencias de cada actor repartidas, no ocurre lo mismo con la política fiscal y la coordinación de políticas macroeconómicas. A pesar de la recuperación económica, es necesario sentar las bases para que en el futuro la eurozona no esté sujeta a diversos riesgos que hoy en día no han sido aún descartados: el “círculo vicioso” crisis bancaria-crisis de deuda soberana; el exceso de carga que ha soportado el BCE, debido a reglas fiscales pro-cíclicas y poco transparentes; o la incapacidad para enfrentarse de manera efectiva a los países insolventes, que siguen siendo fuente potencial de contagio para los demás.

Centrados en tres ámbitos (financiero, fiscal e institucional) han resumido en seis las áreas de reforma, aunque lo consideran un paquete de medidas conjuntas que se deben implementar a la vez, pues entre ellas se refuerzan y complementan:

  • Introducir de forma coordinada penalizaciones a los bancos que concentren sus activos en deuda soberana (aumentar su capital si concentran demasiada deuda de su país), junto con un fondo común de garantía de los depósitos bancarios. Se trataría de romper el círculo vicioso entre crisis bancaria y crisis de deuda soberana, al tiempo que se daría el mismo nivel de garantía a todos los depositantes europeos (de forma semejante al Fed americano). Al mismo tiempo, sería necesario aumentar la presión de la supervisión y reducir los préstamos fallidos. También se reforzaría la Autoridad Europea de Mercados y Valores (ESMA en siglas inglesas) para potenciar la unión de los mercados de capitales.
  • Reemplazar las actuales reglas fiscales (centradas en el déficit estructural) por una regla basada en el gasto y en términos de un objetivo de reducción de deuda a largo plazo. Dicha regla consistiría en que el gasto corriente no puede crecer a una tasa superior a la del PIB nominal a largo plazo. Este mecanismo sería más adecuado porque el gasto se puede conocer en tiempo real y se ganaría flexibilidad, al tiempo que se evitaría el carácter cíclico de reglas basadas en el déficit respecto al PIB, cuya cifra real se conoce meses después de cerrado el ejercicio. Las autoridades fiscales independientes, ya existentes, llevarían a cabo la supervisión, con una institución a nivel europeo que las coordinaría. El exceso de gasto sobre esta regla sería financiado con bonos “junior”, con menores garantías, lo que generaría presión de los mercados y costes superiores de financiación.
  • Creación de mecanismos de reestructuración ordenada para aquellos países que fueran insolventes. Si los bancos ya han reducido su exposición a la deuda soberana (véase la medida 1), debería haber mecanismos menos costosos de aplicar que los actuales del MEDE pero que fueran suficiente desincentivo como para que a ningún país le resultara atractivo usarlos.
  • Crear un fondo de la eurozona, financiado por los países miembros, que  permita absorber grandes perturbaciones económicas asimétricas. Tendría carácter subsidiario, puesto que las disrupciones de menor tamaño las deberían afrontar los países individualmente. Se activarían si el desempleo llega a un determinado umbral, aunque se desincentivaría su uso de forma permanente haciendo que los países con mayor probabilidad de usarlo contribuyeran también en mayor medida al fondo.
  • Emisión de un activo sintético de la eurozona que fuera seguro y ofreciera a los inversores una alternativa a los bonos soberanos. 
  • Realizar reformas en la arquitectura institucional de la eurozona. Son dos las reformas propuestas: la primera, mejorar la supervisión, separando la toma de decisiones de la labor de vigilancia, bien sea dejando esta última fuera de la Comisión Europea (lo que supondría reformar los Tratados) o separándola mediante dos comisarios independientes; la segunda consistiría en asignar la presidencia del Eurogrupo a la Comisión Europea, de forma similar al Alto Representante de la UE en Asuntos Internacionales.

Independientemente de que se apliquen estas propuestas u otras, que un grupo de economistas de ambas nacionalidades (francesa y alemana) se hayan puesto de acuerdo en este tema tan complejo abre la puerta a la esperanza de que los políticos puedan hacer otro tanto. Parafraseando a Enrique de Navarra, protestante, que se convirtió al catolicismo para subir al trono de Francia como Enrique IV, el euro bien vale una misa…

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