En un artículo futuro de “Noticias de Oriente” me detendré en profundidad en uno de los personajes históricos más fascinantes de la actualidad: por lo poco que realmente se sabe de él, por lo mucho que hay ya de leyenda en vida, por lo determinante que su personalidad está resultando en la configuración actual del mundo y cómo quedará en los años venideros. Me refiero al presidente de la República Popular de China, Xi Jinping.
Pero la cuestión a tratar hoy es la de su reelección con ocasión de la celebración del XX Congreso Nacional del Partido comunista chino el próximo otoño de 2022. Hasta hace unos meses el poder de Xi era absolutamente incontestable. Con el viento de cola a su favor de una gestión efectiva del covid-19 en las fases primeras de la pandemia, se anticipaba que su permanencia como máximo líder chino iba a resultar una cuestión prácticamente burocrática. Para ello Xi se ha esforzado en allanarse eficazmente el camino. Ya en 2018 se aprobó, a propuesta del Comité Central del Partido, la decisión de suprimir el límite de los dos mandatos de cinco años que establecía la Constitución china. Esta restricción tiene su origen en los tiempos de Deng Xiaoping (1978-1989) como más que razonable reacción a los excesos salvajes en el ejercicio del poder por parte de Mao Zedong.
No obstante, para asegurarse este tercer mandato sin precedentes en la reciente política china es necesario que su reelección se base en el consenso y apoyo totales y que en ningún caso exista oposición alguna dentro del Partido. En consecuencia, cualquier acontecimiento o circunstancia que impacte en su posición única en el Partido podría alterar o poner en riesgo la mencionada relección. Es cierto que su tendencia a la concentración de todo el poder implica necesariamente que cuando las cosas se tuercen y los problemas se multiplican, la responsabilidad recaiga en él igualmente. En este sentido, en este año 2022 se han ido concatenando situaciones, algunas de ellas, como veremos a continuación ciertamente inéditas, que van a dificultar que el proceso se desarrolle con la facilidad que Xi Jinping pretendía.
En primer lugar, está la situación interna de China donde se interrelacionan varios factores que han contribuido a generar una realidad de contestación interna sin precedentes. Por un lado, la economía. En este sentido, el crecimiento del PIB en 2021 en solo 4,9%, aun resultando muy atractivo para estándares occidentales, está muy por debajo de las previsiones. Asimismo, los datos macroeconómicos sugieren que el riesgo de estanflación (crecimiento bajo combinado con inflación) es prácticamente una certeza. La economía china se mueve por tres motores poderosos: la inversión, el consumo y las exportaciones. Pues bien, dos de ellos (el consumo y las exportaciones) están dado signos de fatiga.
A estos resultados económicos decepcionantes ha contribuido de forma determinante la implacable política de covid cero que ha impuesto el gobierno chino. Sobre todo, porque dichas medidas, que implican la implementación de un confinamiento estricto, similar al que estuvo en vigor en el año 2020 y la primera mitad del 2021 en muchos de los países occidentales, se han convertido en una cuestión política de primer nivel directamente auspiciada por Xi Jinping. Frente al posicionamiento en la mayoría del mundo occidental que se inclina por convivir con prudencia con la enfermedad, China ha defendido la necesidad de aplastar el covid-19 lo que es como poner puertas al mar.
Esta actitud por parte del gobierno chino que está rallando la obcecación, se fundamenta en querer acreditar la superioridad de su gestión frente a la gestión occidental de crisis sanitaria. Recular implicaría una pérdida de mianzi, es decir de cara, intolerable para el Presidente. Le restaría credibilidad. La naturaleza intrínsecamente política de esta medida y la implementación despiadada de la misma está arrojando serias dudas sobre el estilo personalista de gobernar de Xi que se basa en movilizaciones sociales en las que todas las personas deben seguir las instrucciones dadas desde el poder. Esta vuelta del Partido a una posición central en las vidas de los ciudadanos resulta aterradora.
Comparaciones de esta situación con los periodos más oscuros de la reciente historia china resultan inevitables. Se oyen por primera vez desde hace mucho tiempo voces críticas que llegan a comparar este momento con el terrible Gran Salto Adelante en los años 50 donde la política irresponsable y la locura del gran líder Mao Zedong estaban al mando. Se va extendiendo la sensación de que no parece posible una vida en paz sin que resulte afectada por campañas de control social de carácter político y desde el Estado. Y el pacto de convivencia implícito que ha funcionado hasta ahora (“Usted me deja tener una vida feliz y materialmente próspera y yo no haré nada en contra de sus intereses ni me meteré donde no me llaman permitiéndole el monopolio en el uso del poder”) se está resquebrajando.
Todo está situación adquiere un dramatismo explícito y se ejemplifica en el caso de Shanghai. El mundo ha sido testigo de la frustración experimentada por una de las ciudades más pobladas (con más de veinticinco millones de habitantes), más dinámicas del país y una de sus más relevantes sedes financieras. Si a esta magnitud le sumamos que Shanghai es también uno de los puertos más importantes del mundo que importa y exporta todo tipo de productos, el efecto es incluso más perturbador en la cadena de suministros generando un impacto relevante en el ámbito logístico del comercio internacional. Sin embargo, junto con este panorama ya en sí perturbador, se añaden dramas humanos de consideración: familias separadas, niños abandonados, desabastecimiento de bienes de consumo básico. Y lo más sorprendente es que ese enfado de la gente ha podido puntualmente aflorar en las redes sociales. Este ha sido un fenómeno insólito y rápidamente reprimido desde del poder.
En segundo lugar, en el ámbito exterior la situación tampoco está con la calma que habría beneficiado a Xi Jinping. Muy al contrario. Numerosos analistas entienden que con la ambivalencia adoptada por Xi Jinping en relación con Rusia y su agresión bélica a Ucrania, Xi ha cometido un error político irreparable. Así, China ha adoptado una de las acciones del presidente Putin. Además, es de todos conocido que el gobierno de Pekín sí que está tratando de ayudar a Rusia para reducir el impacto de las sanciones económicas y financieras puestas en marcha por una buena parte de la comunidad internacional (o al menos la más respetable). Es más que probable que Xi Jinping esperase que el ataque a Ucrania se habría saldado con la rápida anexión de los territorios del Donbas (algo parecido a lo sucedido con Crimea anteriormente).
Pero ahora parece la guerra se alarga y que en todo caso el desenlace es más que imprevisible. Lo que hace a su vez que las relaciones con occidente se sigan deteriorando e intensificando el aislamiento de China. Geoff Raby, destacado conocedor de China por haber sido embajador de Australia en China, me lo comentaba hace un mes durante una cena en su reciente visita a Valencia: China ha tenido la oportunidad de volver a conectar con Occidente con ocasión de este conflicto y ha sido una oportunidad perdida que afectará muy negativamente a sus intereses. Estamos quizás ante un momento histórico decisivo y un punto de no retorno de enormes consecuencias.
Este concatenamiento de elementos desfavorables al encumbramiento de Xi Jinping ha tenido también otro efecto evidente. Es sabido que para consolidar su poder, Xi Jinping purgó a la clase política china que no le apoyaba con el pretexto de aplicar una campaña anticorrupción por otro lado necesaria. Muchas voluntades tuvieron que ser doblegadas, pero eso no significa que no estuvieran esperando su oportunidad para desquitarse. Y el momento puede haber llegado, en un comunicado sin parangón filtrado por Wall Street Journal, alguna de las vacas sagradas del Partido como Zhu Ronghi del Consejo de Estado y antiguo primer ministro, se manifiestan en términos muy negativos y expresan su preocupación por la actual deriva que atribuyen a un único responsable, el Presidente Xi Jinping.
Como conclusión, no parece que todo la anterior tenga el efecto de impedir que Xi Jinping vuelva a ser proclamado Presidente en otoño próximo. Sin embargo, parece evidente que su poder no será incontestado ni infalible. Lo que es también cierto es que, aun siendo un sistema no democrático, tiene que descansar en cierta legitimidad que le dan sus pares y también la opinión pública. No se trata de una autocracia sin límites. Esta situación puede forzar a Xi para preservarse en el mando a un cambio radical de su forma de actuar. Xi Jinping es astuto y seguro que sabrá adaptarse. Y siendo optimistas si estos condicionamientos implican en el futuro cierto contrapeso frente a Xi Jinping probablemente será un desenlace favorable a los intereses de China.